Tras un largo proceso de sucesión prematura y complicada, el Rey Carlos I de España, nieto de los Reyes Católicos y del Emperador Maximiliano de Habsburgo, es declarado heredero de los reinos de Castilla y Aragón, junto con su madre que a partir de entonces reinaría sólo de forma nominal. En 1517, al año de la muerte de su abuelo Fernando, el nuevo monarca desembarcó en Villaviciosa con una escuadra de cuarenta navíos. Este año se cumple el V Centenario.
Sin apenas hablar castellano, rodeado de asesores flamencos y españoles que tenían proyectos distintos y encontrados, con dificultades para jurar en las Cortes de Castilla y Aragón, el joven rey, cosmopolita y decidido, se encandiló con un difícil proyecto que le llegó de la mano de un portugués fuerte y adusto que había renegado de Portugal por haber sido despreciado por su Rey y que había llegado a Sevilla buscando amparo para llevar adelante la aventura que se proponía, que no era otra que el descubrimiento del ansiado y buscado paso desde el Atlántico a la tierra de las codiciadas especias a través del Mar del Sur del que unos años antes se había posesionado Vasco Núñez de Balboa en nombre de la reina Juana. Una labor en la que habían fracasado desde el mismo Colón, el «iluminado» también rechazado por Portugal, a los más avezados marinos.
Con una rapidez inusitada, el 22 de Marzo de 1518, apenas seis meses después de su llegada, el joven Carlos, en nombre de su madre incapacitada, firma una Capitulación con el solemne «Yo el Rey», a favor de Fernando de Magallanes y su socio, Ruy Faleiro, astrónomo y cartógrafo, autor intelectual del proyecto del que Magallanes con su experiencia náutica sería el autor material. Una Capitulación que sin ser tan amplia y generosa como las Capitulaciones colombinas, mantenía, sin embargo, similares características: era una empresa estatal de cuyos beneficios los dos socios se llevarían una vigésima parte, no se permitiría a ningún otro que navegara por los territorios por ellos descubiertos en un plazo de diez años y si descubrían más de seis islas les sería concedido el título de adelantados o gobernadores para ellos y para sus hijos y herederos.
Estos dos portugueses, a los que los suyos consideraron traidores, fueron siempre leales a la confianza que el Rey español había depositado en ellos e hicieron honor a su palabra empeñada, tal como aparece reflejado en el comienzo de esta Capitulación que cambió el mundo: Una vez más, la Corona española prestó apoyo al sueño que parecía imposible de otro extranjero que le daría la universalidad de la que disfrutó durante más de tres siglos.
Las consecuencias de esta Capitulación son por todos conocidas. Una expedición con cinco pequeños navíos que partió del puerto de Sevilla en Agosto de 1519, cuya marinería tuvo que ser reclutada con hombres de todas las naciones que pululaban por aquella Babilonia en la que se había convertido la ciudad desde que comenzó la navegación a través del Atlántico, que recorrió miles de kilómetros por parajes helados y desiertos, que cruzó por un estrecho que aún hoy es difícil navegar y que consiguió atravesar el inmenso mar que ellos llamaron Pacífico, a través del que consiguieron llegar al archipiélago de las Marianas, probablemente a la isla de Guam. Siguieron hasta Filipinas donde visitaron varias islas y permanecieron cierto tiempo en buena relación con sus habitantes, hasta que Magallanes, siempre fiel a D. Carlos, por ratificar la posesión de ellas en su nombre, se enredó en una imprudente escaramuza, totalmente impropio de su precavido carácter, en la isla de Mactán donde murió asaeteado por los indios. Le faltó muy poco para alcanzar las Molucas a lo que se había comprometido, pero las dos naves que aún quedaban de las cinco que partieron sí que lo consiguieron; y una de ellas, la Victoria, esta vez al mando de un español natural de Guetaria, Juan Sebastián Elcano, fue el que consiguió lo más importante del viaje: volver al punto de partida tres años después, en septiembre de 1522, por una ruta más peligrosa que la que habían dejado atrás por la continua persecución de los portugueses. Por vez primera se había dado la vuelta al mundo y se había demostrado empíricamente su redondez.
Elcano se dio perfectamente cuenta de su hazaña, porque en una breve carta que le escribe al Emperador desde Sanlúcar de Barrameda, nada más desembarcar, no resalta como su mayor mérito el haber llegado cargado de las codiciadas especias, cuyo costo compensaba con creces la inversión de la expedición, ni las tierras descubiertas, ni las aventuras que llevaron a cabo, ni las calamidades sufridas. Era muy consciente de que su mayor mérito estaba en haber circunnavegado el globo por primera vez. Y así era verdaderamente.
Todos los honores que le negaron los cronistas del viaje, sobre todo Pigafeta, amigo de Magallanes que prácticamente lo ignora, o su principal biógrafo Stephan Zweig, que ensalza las virtudes de Magallanes hasta la exageración y casi no menciona a Elcano, se los concedió el flamante Emperador. No sólo lo premió con una renta anual de 500 ducados en oro sino con algo que en la época era tan apetecido y valioso: un escudo de armas en el cual estaba bordada una esfera del mundo a la que acompañaba como lema una leyenda en latín: Primus circumdedisti me que, desde principios del siglo XX, está grabado en un bergantín, el buque escuela de la Armada española que lleva su nombre.
A partir de entonces nada fue igual. Carlos I fue nombrado, en 1521, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, paradójicamente el mismo año en el que Magallanes moría en Filipinas por ampliar su imperio hasta el otro extremo del mundo en un epopéyico viaje del que sólo volvieron 18 hombres al mando de un español. Ellos consiguieron culminar el sueño de un gran hombre y la gran empresa de un Rey, convertido en Emperador del Mundo.
La Real Academia de la Historia inaugura el 21 de Abril, un ciclo de siete Conferencias titulado «De Fernando el Católico a Carlos V 1504-1521». La última se dedica al descubrimiento de los dos grandes océanos que culmina la expedición Magallanes-Elcano, de cuyo viaje también se cumplirán cinco siglos dentro de dos años. ¿No sería ya tiempo de que el Estado español, presidido felizmente por otro Rey universalista, S. M. Felipe VI, tomara las riendas de una conmemoración ineludible y se pusiera al frente de una comisión estatal que aglutinara todo lo que se está preparando en algunas partes de España y del mundo, para celebrar una hazaña universal que fue la primera gran empresa que tomó a su cargo Carlos I y que cambió la faz del planeta?
Pienso que sería un gran error dejar pasar desapercibido uno de los más grandes logros de nuestra rica Historia y que queda muy poco tiempo para evitar que esto ocurra.
Enriqueta Vila Vilar, miembro de número de la Real Academia de la Historia.