La gran estafa

Al cumplirse un siglo de la profética La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, cada vez más voces advierten de una peligrosa deriva histórica como consecuencia de una multicrisis cuyos elementos están interconectados. La desafección ciudadana hacia la democracia representativa, el descrédito de las instituciones, el auge de la ansiedad identitaria, la impugnación de la sociedad abierta, el repliegue nacionalista, el proteccionismo económico y los populismos extremistas y excluyentes son síntomas evidentes de la erosión del orden liberal, que se bate en retirada ante el empuje del autoritarismo antiliberal. Pero no basta con hacer un diagnóstico certero: hay que identificar la etiología de la multicrisis y recetar la terapia adecuada.

Etiología. En el fondo de la crisis de confianza late un profundo malestar de la ciudadanía ante un presente que no comprende y un futuro amenazador. Domina el miedo. Esa percepción desemboca en indignación por lo que el ciudadano considera una estafa del sistema y sus élites, que anticiparon prosperidad. La realidad ha sido distinta: la globalización desregulada genera ganadores y perdedores, aumenta las desigualdades y empuja a las clases medias occidentales a una proletarización progresiva, como consecuencia de una depreciación del valor del trabajo.

Las clases medias occidentales han sufrido en las últimas décadas una caída comparativa de sus ingresos y expectativas de vida. Si hace una generación bastaba un buen salario para mantener una familia y adquirir una vivienda, hoy se requieren dos salarios por unidad familiar sin que ello alcance para adquirir la vivienda. Ese declive de las expectativas vitales está acentuado por la Gran Recesión y su corolario: la sensación de inseguridad es la base de su desafección por la política tradicional y moderada, su cuestionamiento del sistema, su repliegue nacionalista y su pulsión proteccionista. La historia enseña que unas clases medias depauperadas e inseguras son proclives a escuchar los cantos de sirena populistas. La crisis migratoria opera como un acelerador de esas inquietudes. Compartir los beneficios del Estado de bienestar se antoja un problema difícil. Hay una necesidad apremiante de consensuar en la UE una regulación del asilo y de la inmigración legal, indispensable para el funcionamiento de las economías, junto con políticas de integración realistas.

Terapia. No tiene sentido reprobar a los que buscan protección en opciones demagógicas y extremistas. Si se quiere frenar tal fuga de votantes hacia los extremos, las fuerzas políticas centrales habrán de explicarles que no existen bálsamos milagrosos para los complejos retos de la mutación de civilización en la que estamos. Los cambios procedentes de la globalización y la cuarta revolución industrial exigirán ingentes esfuerzos de adaptación. Los desafíos de nuestro tiempo tienen carácter global (cambio climático, terrorismo, proliferación de armas, migraciones) y por tanto las respuestas han de ser también globales, en un marco multilateral regido por la fuerza del derecho y no por el derecho de la fuerza. Los europeos tenemos la suerte de disponer de un poderoso instrumento para resultar ganadores de la globalización: una UE que nos ha procurado paz, libertad, estabilidad y prosperidad durante 60 años. Una UE, eso sí, que habrá de acercarse al ciudadano. Los europeos han de percibir que la UE protege al ciudadano —en especial a los jóvenes— de los efectos perniciosos de una globalización desregulada. Y debe garantizar, junto con la OTAN, una seguridad y defensa colectivas, así como hacer oír su voz en el mundo.

Solo así los europeos podremos ser fieles a nosotros mismos y afirmarnos con perfil propio frente a una Rusia revisionista del orden liberal mundial, una China autoritaria y expansiva y unos EE UU ensimismados que se desasocian del proyecto europeo. Las elecciones europeas de mayo serán una cita crucial que determinará la dirección del proyecto, bien hacia las nieblas de la regresión nacionalista y de la irrelevancia global de la mano de los eurófobos, bien hacia una unión cada vez más estrecha, con una influencia decisiva en el orden mundial.

Nicolás Pascual de la Parte es exembajador de España.

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