La gran verdad de tanta mentira

Tras ofrecer el Reino de España a cambio de un caballo que le permitiera ser presidente, como el personaje shakesperiano de Ricardo III cuando bregaba contra las huestes de Enrique Tudor por la Corona de Inglaterra, los aliados neocomunistas y soberanistas de Sánchez aprovechan el paso del Rubicón de la ley de Presupuestos del Estado, con los que éste pretende asegurarse La Moncloa hasta 2023, para cobrarse lo prometido en concesiones que ponen al albur el régimen constitucional y enredan la integridad territorial de España. El mercader de La Moncloa no ha contraído los riesgos personales de aquel otro señero personaje del escritor británico por excelencia al no haber comprometido libra alguna de carne propia en garantía de devolución del préstamo.

En efecto, a diferencia del veneciano Antonio con los 3.000 ducados que le fía el judío Shylock, Sánchez ha hipotecado un patrimonio nacional del que dispone como si fuera dominio privado. En su caso, no se enfrenta a un acreedor que exige su libra de carne con la balanza en una mano y el cuchillo en otra. De todas maneras, evocando el pasaje central del drama de Shakespeare, no es seguro que, si le pincharan, Sánchez sangrara.

La gran verdad de tanta mentiraNo en vano, transmite ser un autómata que ni siente ni padece. Es patente su displicencia con las víctimas de la Covid-19. Así, mientras se desentiende de la gestión del coronavirus, recorre España con la tómbola de los fondos europeos por llegar. Cual Maese Pedro deambulaba por La Mancha con su retablo de marionetas hasta la malhadada jornada en que se cruzó con Don Quijote y éste no dejó títere con cabeza.

Sánchez acusa uno de los desórdenes de la personalidad más característicos que aprecia en los políticos el neurólogo británico David Owen, a la sazón ministro de Exteriores en el bienio 1977-1979 con Blair en el 10 de Downing Street. En El síndrome de hybris y En el poder y en la enfermedad, el médico laborista desentraña los motivos que mueven a un gobernante a aferrarse al cargo y a procurar apaños que faculten su reelección. Así, echando mano del concepto griego de hybris, del que se valen los dioses para enloquecer a aquellos que quieren destruir, Owen analiza cómo la desmesura se apodera de quienes quieren mandar por encima de todo. Ello se manifiesta en su egocentrismo, en su exagerada confianza en sí mismo, en su insaciable sed de reconocimiento y en su tergiversación de la realidad. Sánchez tal cual.

Con el Reino de España como dote, la aprobación de las cuentas públicas, más allá de propiciar el tradicional reparto del botín presupuestario en una puja a la llana con socios y aliados parlamentarios, se está haciendo acompañar de leyes y órdenes ministeriales liberticidas y contrarias a la división de poderes. Únese a ello desafueros como la supresión del español como lengua vehicular de la enseñanza en Cataluña contraviniendo la jurisprudencia del Constitucional.

Avanzando hacia un republiketa de simios, Sánchez aprovecha el momento de confusión y excepcionalidad para acelerar el cambio de régimen mediante el apoderamiento partidista de instituciones claves del Estado y la gubernamentalización del Poder Judicial, así como de la neutralización del Tribunal Constitucional hasta dejar que duerman el sueño aquellos litigios en que sus magistrados no puedan salvarle la cara al Gobierno sin perderla ellos.

Ello encamina a España a un Estado anómico en el que las normas se apliquen de modo arbitrario. Como corrige el empresario Oskar Schindler, quien salvó de morir en el Holocausto nazi a más de mil judíos polacos empleándolos en sus fábricas, al sádico comandante del campo de concentración de la película de Spielberg: «No nos temen porque tenemos el poder de matar, sino que nos temen porque tenemos el poder de matar arbitrariamente». Tamaña discrecionalidad solo conduce al atropello de derechos fundamentales que glosan la creciente preocupación europea por la deriva autoritaria del Gobierno de cohabitación socialcomunista.

Al tiempo, Sánchez contribuye a sacar a España de Cataluña mediante la proscripción del castellano de la educación y de la vida pública. Tras fracasar su intento de golpe de Estado del otoño de 2017 para sacar a España de Cataluña, se sientan las bases para que la secesión caiga como fruta madura dentro de la vía pragmática que ERC ha emprendido con el PSC.

Un eventual tripartito entre ambos y los comunes de Colau tras los comicios de febrero posibilitaría el tránsito a una independencia en diferido con los golpistas en la calle y con sus derechos políticos repuestos. De esta guisa, no será preciso volver a hacer «lo que estuvo bien hecho», según presumen los condenados por el Tribunal Supremo, consintiendo que el procés en marcha concluya con el desmembramiento de España. Sin que al pueblo soberano se le dé –nunca mejor dicho– vela en este entierro en contra de una Constitución que promulga la indisoluble unidad de la nación.

Todo ello por medio de lo que Iglesias llama la plurinacionalidad y que, siendo inexistente en parte alguna, supondría la disgregación a la carta de una de las primeras naciones del orbe. Como dice esa madre coraje llamada Ana Losada, presidenta de Cataluña Bilingüe, la nefanda ley Celaá que tacha el castellano como lengua vehicular supone entregar las llaves de la secesión de Cataluña.

Con un PSOE que ha claudicado como formación constitucionalista y ha devenido en tropa al servicio del proyecto personal de Sánchez, por lo que cabe hablar de Partido Sanchista una vez descolgada las dos últimas letras de sus siglas y tornar la tercera en la inicial del apellido de su caudillo, el presidente del Gobierno es llevado del ronzal por su vicepresidente Iglesias. El líder de Unidas Podemos nunca ha ocultado que los presupuestos del coronavirus deberían tanto reforzar la mayoría Frankenstein como acometer el cambio de régimen con los actores políticos de las próximas décadas.

A este respecto, el goteo de informaciones sobre la fortuna oculta de don Juan Carlos I actúa como tinta de calamar que dificulta la visión del movimiento desestabilizador en marcha, a la par que le dota de combustible de propulsión.Triste favor de un Monarca que fue motor de la Transición y ahora lo avería por creer que todo le estaba permitido tras años de modélica contención.

Al igual que los independentistas obran con relación a la secesión, Iglesias pondera que es cuestión de tiempo que el PSOE vire hacia una republiketa confederal. En este sentido, la trayectoria del Gobierno con un presidente al frente encantado de haberse conocido le está dando la razón al haber mutado la naturaleza de un partido antaño socialdemócrata y nacional. Jugando a ser Podemos, se ha convertido en la práctica en una marioneta de su socio en las cuestiones sustanciales que marcan el porvenir de los países.

En paralelo, el Gobierno Sáncheztein urde imposibilitar el regreso a La Moncloa del centro derecha con el control de unos poderes de Estado que le blinden judicialmente y que le permitan acosar a sus adversarios hasta sacarlos del terreno de juego. Es la línea marcada en el acuerdo de exclusión signado por la mayoría Frankenstein en el entreacto de la moción de censura de Vox contra Sánchez.

Por eso, no se entiende que la misma Inés Arrimadas, que se lamenta de que se le prohíba educar a su hija en castellano en Cataluña y que ve cómo se ponen en almoneda principios cardinales de Ciudadanos, se disponga a respaldar los Presupuestos dándose por bien pagada con que se rebaje el impuesto previamente inflado al diésel y otras mandarinas de segundo nivel. Después de que Sánchez la usara de señuelo para reagrupar a sus socios, comulga con ruedas de molinos yendo en comitiva con ERC o Bildu a los que consideraba incompatibles con su voto a las cuentas. Cs se balancea en la delgada línea que separa a los compañeros de viaje de los tontos útiles.

Buscando subsumir los tres poderes del Estado en uno, no extrañará que el Gobierno quiera hacer igual con ese «cuarto poder» al que Edmund Burke, en un momento crítico de Inglaterra, apeló para recuperar un poder legislativo entregado al culto del ejecutivo y un poder judicial servil con el Gobierno. Así, Sánchez obra tal como el cesante Trump. Habiendo sumado éste más de veinte mil mentiras desde que mora la Casa Blanca, según The Washington Post, se apropió del término fake news para lanzarla como un envenenado venablo a toda noticia que le perjudicara o contra los medios que no le hacían el caldo gordo. Por su parte, quien se valió de la mentira para arribar al Gobierno y que se sirve de ella para permanecer en el poder monta un orwelliano Ministerio de la Verdad en el lado oeste de La Moncloa.

Es la misma martingala de Trump para amedrentar a la prensa valiéndose de una etiqueta eficaz para denigrarla y extender la sensación de que no hay que fiarse de ella para dejarla sin capacidad para fiscalizar al Gobierno. No se sabe bien si le anima el espíritu inquisitorial de la Ley de Defensa de la República de 1931 que castigaba la publicación de noticias que el Gobierno de Azaña considerase «una agresión». Pero si en sintonía de quien, al tiempo que opina «que existan medios privados ataca la libertad de expresión», como aseveró Iglesias, se adueña de los medios públicos y financia un libelo digital contra quienes le colocan ante el espejo de sus abusos y corrupciones.

Este propósito anima a un Gobierno que ha preparado el contexto adecuado con sondeos del CIS sobre si los españoles aceptarían un régimen sin prensa libre y en el que la información sobre la epidemia procediera del Gobierno que les mentía, así como con avisos del jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, José Manuel Santiago, de que la Benemérita preservaría el buen nombre del Gobierno en claro menoscabo de la libertad de expresión. Se ha pasado de la prescindible mascarilla contra la Covid al exigible tapabocas contra la prensa.

Se asiste a una adaptación de la distopía orwelliana en el que el partido dominante impone su pesadilla totalitaria mediante los ministerios de la Verdad, encargado de las noticias y la educación; el de la Paz, a cargo de la guerra; el de la Abundancia, rector de la economía; y el del Amor, vigía del orden. Ignorando que la legitimidad de los votos no invalida la supeditación a las leyes cuya supervisión ejercen los jueces ni el escrutinio de la prensa, el Gobierno se erige en Gran Hermano desde un Ministerio de la Verdad que decreta cuándo alguien incurre en el «crimen del pensamiento» y que usa la «neolengua» para ocultar los significados no deseados de las palabras verdaderas. Fue lo que aventuró un Orwell para quien la libertad significaba el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír.

Frente a quienes pretenden una prensa libre que no haga uso de su libertad, conviene recordar lo dicho por el primer presidente norteamericano, George Washington: «Si nos quitan el derecho a la libre expresión, podrán llevarnos, sordos y callados, como ovejas al matadero». Cuando no existe una prensa libre, cualquier cosa es posible. Cuesta trabajo tener que subrayar una verdad tan simple. Pero son tiempos desgraciados en los que se hace preciso aseverar lo obvio. Mucho más si se echa cuentas de lo oneroso que le está saliendo a España el caballo con el que Sánchez entró en Moncloa. Ahí se encierra la gran verdad de tanta mentira.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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