La grandeur de l’Espagne

Hay gente que gusta de dramatizar las situaciones, magnificar los problemas y anunciar todo género de males. Piensan además que ese comportamiento les hace parecer como gente seria y responsable, y acompañan por ello a sus palabras de gestos faciales de inquietud y preocupación. Llegan incluso a entristecerse visiblemente.

Habrá que tolerar estos comportamientos porque no hay otro remedio, pero convendrá hacerles saber el daño que generan de forma irresponsable y la ausencia de razón y sentido de sus prédicas.

Escuchándoles pareciera que vivimos en una nación absolutamente desvertebrada, carente de valores y de capacidades, manipulada por una tropa de gente sin escrúpulos que nos pueden conducir a enfrentamientos peligrosísimos. Los que así hablan -y su número no decrece- son realmente insoportables y nuestra obligación es no soportarlos.

Los franceses en cuanto la situación se complica y crecen sus problemas se refugian en una especie de supremacismo intelectual y proclaman sin pudor alguno la «grandeur» de su patria y la obligación de mantenerla fuerte en todas las circunstancias sean o no favorables.

España es en estos momentos uno de los países occidentales mejor situado para afrontar la crisis económica y cualesquiera otras crisis. Somos un auténtico ejemplo de resiliencia ante la adversidad y de optimismo frente al futuro y sería necio dejarnos embaucar por los pesimistas profesionales.

Nuestra vida política es sin duda un factor que no ayuda demasiado a recuperar el buen ánimo, pero si hiciéramos un ejercicio de comparación con los demás países occidentales llegaríamos fácilmente a la conclusión de que nuestra situación no es bajo ningún concepto peor que la de esos países y sí más bien todo lo contrario.

La inquietud que ha generado, en algunos sectores, la primera coalición electoral en la democracia española entre PSOE y Podemos no está justificada en modo alguno. Si llega a concretarse va a cumplir la misión básica de las coaliciones que es la de moderar posiciones entre distintas ideologías y comprobar una vez más que el poder genera pragmatismo y templanza. Desde la oposición es fácil hacer promesas incumplibles. El PSOE como partido ganador es consciente de que ha sido su lucha por el espacio de centro la que le ha dado la victoria. No puede asumir ahora el papel de un partido radical de izquierdas porque perdería gran parte de los apoyos que ha recibido. No tienen la más mínima intención de hacerlo porque saben que el PP daría un salto a la mayoría.

Tampoco puede preocupar en exceso el crecimiento de VOX. Los populismos han tenido un desarrollo espectacular en el mundo occidental y seguirán teniéndolo mientras los no populistas no se convenzan de que el contrato social que había estado vigente con eficacia durante la última década, ha llegado a su término y necesita una adaptación profunda a los nuevos tiempos. Al no hacer esa adaptación, se genera un espacio político vacío que los populistas ocupan con toda facilidad mediante soluciones simples a problemas complejos que calan en ciertos estratos de la ciudadanía. Pero no es su culpa, es la nuestra.

Por lo que respecta al difícil tema catalán, al viejo y permanente tema catalán, se empezará pronto a buscar soluciones pragmáticas y realistas que suavicen, poco pero de forma suficiente, los maximalismos actuales. El dato de la bajada de la intención del voto independentista ayudaría a este proceso.

España está sana y viva y dispuesta. Solo le falta ser consciente de que puede hacer mucho más de lo que hace si nos convenciéramos al fin de que la política exterior sigue siendo una asignatura no pendiente sino suspendida e ignorada. Es un tema que no figura en la agenda política. En este aspecto somos tremendamente provincianos. Ello hace que no tengamos el protagonismo que merecemos ni la rentabilidad y el beneficio en muchas áreas que genera una presencia intensa y activa en el mundo. Ahí estaría además «la grandeur de l’Espagne», un país mucho más importante, mucho más serio, mucho más completo de lo que nos creemos. Un país con grandeza. Aceptémoslo de una vez y pongámonos a la tarea.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

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