La grandeza de un Rey

La Monarquía Parlamentaria, sistema que nos dimos los españoles al aprobar la Constitución por una amplísima mayoría, padece un acoso que el Gobierno y su presidente no sólo no detienen sino que se diría que consienten; parte de ese Gobierno lo fomenta y azuza. Es una situación anómala e inquietante.

Iglesias no ha escondido nunca sus planteamientos contrarios, incluso insultantes, a la Constitución y a la Monarquía, y sus peregrinas ideas sobre el valor de las leyes, el respeto a la verdad, al Poder Legislativo y al Poder Judicial. Es fácil comprobarlo en declaraciones públicas que figuran en las hemerotecas y en numerosos vídeos. Iglesias nunca se contiene; es un personaje con enorme autoestima y tics cercanos al autoritarismo; las mismas fuentes documentales lo confirman. Hay un cierto paralelismo entre las personalidades de Iglesias y del presidente Sánchez, no menos encantado de haberse conocido.

No hay lugar para la sorpresa. El vicepresidente segundo del Gobierno se caracteriza por su efervescencia verbal cuando le conviene y su atronador mutismo cuando cree que le favorece. Es prolijo en epítetos cuando ataca a sus adversarios o a los medios de comunicación pero avaro en palabras cuando tendría que explicarnos cuestiones que afectan a su coalición o a él mismo, por ejemplo el oscuro asunto de su asesora marroquí, que por cierto en España es republicana y en Marruecos monárquica. Sus aportaciones a la verdad en este caso, como en otros muchos, resultan sucintas. Un cacareado defensor de la mujer apuntaló su no explicada participación en las idas y venidas de la tarjeta de memoria del móvil de su asesora en que trataba de evitarle un mal trago. Esta mujer contaba entonces veinticinco años. Proteccionismo machista que no se aviene con sus soflamas de liberación femenina.

A través de los siglos la Monarquía ha constituido un sistema político con luces y sombras, perfectible como toda obra humana. El pensamiento universal ha buscado una sociedad ideal, un Estado perfecto o que se acercase a serlo. Una utopía. Desde Platón ahí están las reflexiones de Moro, Maquiavelo, Bodino, Campanella, Bacon, Hobbes, Constant y tantos otros, en la pendencia entre absolutismo y libertad. La relevante aportación de Constant sobre el poder neutro, sus sólidas reflexiones, las formuló durante el Consulado y la forma republicana de gobierno adaptándolas a la Monarquía en un opúsculo de 1814.

Ahora no estamos ante una reflexión intelectual sobre la Monarquía. No ejercen la crítica sesudos pensadores en una controversia de altura o desde textos profundos y admirables. Se trata de maniobras de unos tipos menores que confunden los aspavientos de asambleas de facultad y círculos partidistas con el rigor y la seriedad que corresponden a las Instituciones de esta vieja Nación que es España. No amenaza a la Monarquía el pensamiento sino la gramática parda; no se trata de un debate de intelectuales sino del desbordamiento de quienes con incontinente desahogo se atribuyen una representación que no tienen.

A Iglesias, que equivoca la autoría de sus citas en el campo de conocimiento que supuestamente le es propio (también hay pruebas de ello en internet), se le llena la boca repitiendo que el debate sobre Monarquía o República es una prioridad en nuestra sociedad. Nada más falso. Es la prioridad de Iglesias, el señuelo que utiliza sobre todo cuando quiere enmascarar situaciones que le perjudican. El tema ha arreciado tras su reciente fiasco electoral. Podemos se desploma elección tras elección. Ya estaba a punto de entrar en bancarrota política cuando Sánchez, que atiende sólo a sus intereses, le salvó llevándole al Gobierno. Regaló una vicepresidencia y cuatro ministerios a declarados comunistas. No le ha perturbado el sueño. A muchos españoles sí.

Se ha juzgado y condenado mediáticamente al Rey padre Juan Carlos I, que no tiene abierto procedimiento judicial alguno, al que no se ha acusado de nada, y como pruebas de cargo se hacen públicas y se da credibilidad a grabaciones de una amiga íntima despechada, hechas al parecer sin saber que era grabada, a un controvertido personaje que está en la cárcel. La Fiscalía actúa con posible irregularidad. No se reconoce la presunción de inocencia del Rey padre y se presiona desde el Gobierno a Felipe VI para que actúe en lo que en todo caso competería a los jueces si el Rey padre pudiese ser juzgado y sus fantasmagóricos delitos no hubiesen prescrito. Sólo dudarían los ingenuos de que Felipe VI es el verdadero objetivo de esa operación de acoso y derribo. Un gran Rey que exhibe prudencia, fortaleza y templanza ante una situación que afecta a su antecesor en la Corona que, además, es su padre. La grandeza de un Rey se visualiza en momentos singulares como éste, igual que Juan Carlos I la demostró al pilotar la Transición y cercenar el golpe del 23-F. Felipe VI evidenciará su grandeza obrando en conciencia lejos de presiones intolerables. Quien ostenta la alta responsabilidad de la Corona, cabeza de la Monarquía parlamentaria, constitucional, abarcadora de los intereses de todos los españoles, decidirá pensando en España en este momento difícil, como ha hecho desde su proclamación como Rey.

Por los promotores y atizadores del acoso y derribo a la Monarquía parlamentaria se busca el retroceso a la II República en sus etapas más radicales, que no fue idílica como se nos quiere hacer creer y aceptan mansamente los desconocedores de la Historia. Se pretende una República extremista cuyo espejo no serían Estados Unidos o Francia sino Venezuela o Cuba. Estos panegiristas podrían preguntarse, en el improbable caso de que lean y no sólo su catón ideológico, el motivo por el que los fundadores de aquella experiencia republicana, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, creadores de la Agrupación al Servicio de la República, estos sí intelectuales, huyeron de España y su radicalismo temiendo fundadamente por sus vidas. Desde el exilio enviaron a sus hijos a luchar en el Ejército sublevado.

Desde el feminismo radical, ideologizado, podrían hacerse otra pregunta adicional: por qué Clara Campoamor, cuya memoria a menudo usurpa como propia el socialismo, tuvo que huir de Madrid al inicio de la guerra civil por miedo a perder la vida. Consiguió el voto femenino en 1931 en duro debate con la diputada socialista Victoria Kent que se oponía. Ya en el exilio, en 1937, publicó «La revolución española vista por una republicana» donde narra su experiencia en aquellos días aciagos. Nunca militó en el PSOE.

La memoria histórica que se nos sirve entre alcanfor excluye sistemáticamente una mirada objetiva al pasado. Supone una exaltación republicana extremista y, desde ella, una declarada aversión a la Monarquía. Tácitamente tanto a la de Alfonso XIII en la lejanía como a la de Juan Carlos I en la Transición y a la de Felipe VI como su sucesor. Pero contamos con la grandeza de un Rey.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia.

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