La guerra al coronavirus

Hace unos días, el 17 de marzo, pero del año 180, moría de una epidemia, de la peste, el emperador Marco Aurelio. Moría Marco Aurelio en tiempo de guerra contra los bárbaros. Su hijo y sucesor, Cómodo, firmaría una paz vergonzosa que terminaría con la guerra.

Unos siglos antes, Pericles moría por una epidemia de peste en medio de la guerra del Peloponeso. Atenas, debido fundamentalmente a la peste, acabaría perdiendo esa guerra y con ella, la democracia.

Históricamente existe una relación entre las guerras y las epidemias. La razón es que, en sí, las epidemias son una guerra, una guerra de exterminio. Un virus -y el coronavirus Covid-19 no es precisamente una excepción- sólo tiene una misión: reproducirse, para lo que mata las células de los organismos que infecta.

Como señalaba Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. En consecuencia, la guerra no es la política, especialmente la guerra total que persigue, nos guste o no, la derrota del enemigo, un virus asesino. Y por lo tanto, no debemos utilizar los mismos medios en la guerra que en la política, y mucho menos, debemos confundirnos de enemigo.

Para ganar una guerra, o si lo prefieren para minimizar el coste de una guerra que se acaba ganando, resulta muy recomendable seguir los principios estratégicos básicos del arte de la guerra. El primer principio estratégico es la unidad de acción, es decir el mando único. Literalmente, si todo el mundo “hace la guerra por su cuenta”, los resultados son mucho peores.

Por eso, que el Real Decreto que declara el estado de alarma, el RD 463/2020, establezca un mando único no solo es una buena idea, es simplemente tomarse la amenaza del coronavirus en serio. Este planteamiento lo han aceptado todos los presidentes de Comunidades Autónomas, con algún matiz, salvo uno, Quim Torra, presidente de la Generalitat.

El planteamiento de Quim Torra es simplemente un disparate: considerar la declaración de alarma como una invasión de competencias, y señalar que Cataluña y Madrid deben ser objeto de confinamiento “total”. Previamente, Torra había ordenado confinar a los habitantes de Igualada y varios pueblos cercanos, careciendo de competencias para ello.

Evidentemente, un virus no entiende de fronteras, pero, además, si nadie sabe quién manda, al final, nadie obedece y el resultado es pavoroso. Es posible que en Cataluña, algunos obedeciesen las indicaciones de Torra, pero que lo hiciesen en Madrid es simplemente ciencia-ficción.

Por cierto, hay otro problema, y es que no se pueden establecer controles fronterizos, ni rápida ni eficazmente entre Comunidades Autónomas, por la simple razón de que hay muchos pasos y no hay infraestructura.

Por último, no está claro que tengamos localizados los focos de infección para aislarlos. Si los tuviésemos, no coincidirían con ninguna frontera política. Es cierto que los Estados están procediendo a cerrar fronteras. En realidad, estamos ante un mecanismo burdo derivado precisamente de que no hay unidad de acción a nivel internacional, y por encima de todo, que se carece de información. Pero es algo que, aunque tiene coste, se puede hacer y que reduce la tasa de interacciones, y con ello, la tasa de infección del virus, el punto clave para ganar esta guerra.

En cualquier caso, otro principio básico es la capacidad de maniobra, es decir la capacidad de hacer cumplir las órdenes. Aquí, por ser suaves, no se ha actuado todo lo bien que se podía haber hecho. Efectivamente, establecer un mando único es necesario, pero hay que ser capaz de ejercerlo.

Desde hace mucho tiempo, el Ministerio de Sanidad no tiene apenas estructura ni funcionarios. En consecuencia, sus  escasos funcionarios no tenían experiencia en compras hospitalarias porque no las gestionaban. El resultado de esta inexperiencia, y también de la falta de planificación de muchas autoridades a todos los niveles, es que no haya llegado material sanitario suficiente a los hospitales, centros de salud y residencias. Esto supone dejar sin protección, entre otros, a nuestros sanitarios, nuestra primera línea de defensa, y está teniendo un coste humano, social y moral espeluznante y que se podía y se debía haber evitado.

Otro principio básico en la guerra contra el coronavirus, como en cualquier lucha contra una epidemia, o como en cualquier guerra, es disponer de información, veraz y rápida. Esta guerra no la vamos a ganar con propaganda, aunque solo sea porque no se puede convencer a un virus de nada. Por eso, hay que seguir el principio básico de conseguir información fiable. Resulta esencial que la información se disponga con rapidez porque la tasa de infección del virus es enorme. En consecuencia, una información con retraso no sirve de gran cosa.

La consigna dictada por el director general de la Organización Mundial de la Salud debería cumplirse a rajatabla: “test, test, test”. Los países que, al menos de momento, parecen haber vencido a la infección, es lo que han hecho: test para saber quién está infectado y a quién aislar en cuarentena. Eso no sólo es más eficaz, especialmente en las fases iniciales de una epidemia, sino que es infinitamente más barato que paralizar un país.

Resulta evidente que no se puede volver atrás en el tiempo, pero nunca es tarde para conseguir información e invertir en test y material de protección. Es una buena inversión.

Pero por encima de todo, el principio estratégico básico es la voluntad de vencer. Eso exige disciplina, capacidad de sacrificio y solidaridad. Por supuesto que se puede estar enfadado, molesto, o muy molesto con la actuación de algunos o muchos de nuestros dirigentes. Podemos pensar que los errores humanos, más o menos disculpables, han agravado la crisis. Pero en estos momentos, todo esto da igual. Lo único práctico que podemos hacer es cumplir las instrucciones cada vez más duras del estado de alarma para evitar que la epidemia vaya a más, aunque sea un sacrificio de comodidades, libertades y derechos.

Es cierto que muchos dirigentes políticos y sociales no han dado ejemplo, pero el personal sanitario y el que sigue trabajando para mantener los servicios esenciales sí lo han hecho y se merecen que hagamos lo que podamos para no perder esta partida de vida y muerte.

La alternativa es la derrota… y la derrota frente al virus es la muerte de muchos más compatriotas, de muchos más inocentes que no merecen morir. Los romanos solían lamentarse de la suerte de los vencidos en una guerra, con una expresión: “vae victis”, (ay de los vencidos).

La derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso fue consecuencia de haber perdido la guerra contra la peste. Esa derrota acabó con la democracia en Atenas. La muerte de Marco Aurelio fue el inicio de la decadencia de Roma. Tomemos ejemplo de la historia y pongamos todos los medios en luchar contra el virus. Y seamos conscientes de que eso no saldrá gratis, pero de minimizar el coste hablaremos otro día. Hoy recordemos simplemente que, en ahora más que nunca, renunciar a luchar es empezar a morir.

Francisco de la Torre Díaz es economista.

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