La guerra biopolítica

¡Sorpresa! Aunque suelo criticar al presidente narcisista-leninista venezolano Hugo Chávez y a su mentor, el dictador cubano Fidel Castro, esta vez debo decir que las recientes descargas de ambos contra el plan norteamericano de aumentar la producción de etanol de maíz no están entre sus desvaríos verbales más alocados.

Dos semanas antes de la Cumbre Energética Sudamericana realizada esta semana en Venezuela, Castro firmó un artículo en Granma, el periódico oficial del partido comunista cubano, atacando el plan del presidente George W. Bush de reducir las importaciones de petróleo mediante el aumento del uso de biocombustibles como el etanol de maíz.

Pocos días antes, Bush se había reunido en Washington DC con el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, cuyo país es el principal productor del mundo de etanol de caña de azúcar. Estados Unidos y Brasil están coordinando un ambicioso plan para incrementar la producción de etanol de caña de azúcar en América Central y el Caribe, para exportar etanol a Estados Unidos y ayudar a las rezagadas economías de la Cuenca del Caribe.

Presintiendo que el acuerdo Bush-Lula para impulsar el etanol amenaza la diplomacia petrolera de Chávez en la región, Castro y Chávez dicen que los planes de Estados Unidos de aumentar la producción de etanol de maíz -no critican abiertamente el etanol de azúcar de Brasil- va a hacer subir los precios mundiales de los alimentos y aumentar el hambre en el mundo.

El artículo de Castro dice que la producción del etanol hecho de maíz, sorgo, cebada, mijo y avena incrementará los precios de éstos y otros comestibles, incluyendo los pollos que se alimentan de granos, y que eso "no significa otra cosa que la internacionalización del genocidio".

Está claro que Castro y Chávez están, como siempre, construyendo sus argumentos con medias verdades y simplificaciones (sus discursos de cinco horas sobre cualquier tema se pueden resumir en siete palabras: "Somos pobres. La culpa es de ellos").

Sin embargo, dos economistas de la Universidad de Minnesota acaban de publicar un artículo en la influyente revista Foreign Affairs que hace argumentos similares en contra del etanol de maíz.

En el artículo, titulado "Cómo los biocombustibles van a matar de hambre a los pobres", los profesores C. Ford Runge y Benjamin Senauer argumentan que si los planes de los Estados Unidos de producir masivamente etanol de maíz continúan, podría haber 1.200 millones de personas crónicamente hambrientas en el mundo para el 2025, o sea 600 millones más de las que se proyectaban previamente.

"Bueno, ¿pero qué pasa con el etanol de azúcar?", le pregunté al profesor Runge en una entrevista telefónica. "¿Es tan pernicioso como el de maíz?".

Runge respondió que "el etanol de azúcar es más barato para producir, e involucra un proceso de conversión más eficiente".

El Plan Bush-Lula para producir conjuntamente etanol de azúcar en Centroamérica y el Caribe y exportarlo a Estados Unidos usando las preferencias comerciales de Washington a la Cuenca del Caribe es un buen plan, dice Runge. Pero sería mucho mejor eliminar las tarifas aduaneras de 54 centavos por galón que Washington impone al etanol de Brasil y otros países fuera de la Cuenca del Caribe, señaló.

"El problema es que eso nunca va a ser permitido por los senadores Tom Harkin (demócrata de Iowa) y Chuck Grassley (republicano de Iowa)", y de la poderosa corporación Archer Daniels Midland, dijo Runge.

Mi opinión: los críticos del etanol de maíz pasan por alto el hecho de que los avances tecnológicos harán que su producción sea cada vez más eficiente. Cuando Brasil empezó a producir etanol de azúcar en los setenta, producía 2.600 litros de etanol por hectárea. Dos décadas después, los avances tecnológicos habían llevado la producción a 5.100 litros por hectárea.

Sin embargo, no hay duda de que el etanol de maíz es más caro, más dañino al medio ambiente, y que su producción requiere más energía fósil que el etanol de azúcar. La solución está en quitar el obsceno subsidio de 54 centavos a los productores de maíz del medioeste norteamericano, y permitir las importaciones de etanol de azúcar de Brasil y otros países.

Asimismo, Bush debería exigir que Detroit produzca coches más eficientes, y poner un impuesto de lujo del 100 por ciento a quien quiera comprar Hummers, u otros vehículos tragagasolina. Mientras tanto, los comandantes tienen razón en llamar la atención mundial sobre los peligros potenciales de la producción descontrolada de etanol de maíz, aunque convenientemente esconden el hecho de que el etanol de azúcar reducirá la pobreza y el hambre en los países importadores de petróleo en todo el mundo, disminuirá el calentamiento global, y les dará un empujón económico inmediato a las economías centroamericanas y caribeñas.

Andrés Oppenheimer, columnista. © The Miami Herald, 2007.