La guerra contra apóstatas y cruzados

El terrorismo no descansa y las fanáticas ideologías que lo alimentan llevan circulando en el mundo bastantes décadas. Muchos pensaron que los regímenes totalitarios inspirados por el fanatismo y el odio eran amenazas imbatibles y perennes, pero hoy es el terrorismo yihadista el que se ha convertido en una de las más graves lacras a las que se ha enfrentado la Humanidad en su reciente Historia.

El asesinato en el Líbano de seis soldados españoles por una nueva y agresiva filial de Al Qaeda en ese país, Al Fatah Al Islam, a la que se une el atentado del lunes que costó la vida a siete turistas españoles en Yemen, perpetrado por la rama de Al Qaeda en este país, a cuya cabeza se encuentra Abu Bahir Nasir Al Wahishi, o los atentados frustrados de Glasgow o de Londres, nos recuerdan de manera intensamente dramática hasta qué punto nos encontramos ante un desafío global, total e implacable, que ni da cuartel ni lo espera.

Occidente actúa muchas veces con la esperanza de que la tormenta pase, que las tragedias que sacuden todas las conciencias no se repitan. Otros creen que no haciendo nada se evita el riesgo, pues piensan que incluso actuar como democracias, defendiendo los principios y libertades fundamentales en los que éstas se fundamentan, es poco menos que una provocación contra los fanáticos que se arrogan, falsa y torticeramente, la representación única y auténtica de 1.500 millones de creyentes del islam. Lo cierto es que el islamismo radical como ideología y el terrorismo yihadista al que alimenta no son una religión, sino la manipulación, contaminante y altamente infecciosa, de un credo legítimo y respetable, al que han secuestrado y en cuya bandera se han envuelto para conseguir todos sus objetivos.

Desde Europa, algunos filósofos y analistas han cometido el gravísimo error de pensar que tras el terrorismo yihadista sólo existen las culturas de la muerte y del nihilismo, y no hay error más grave para curar una enfermedad que equivocar el diagnóstico. Para los yihadistas, los objetivos están muy claros. Primero, derrocar a los regímenes y gobiernos que ellos consideran antiislámicos, corruptos, impíos y apóstatas; segundo, reconquistar cualquier país o territorio que haya estado en algún momento de su Historia bajo el dominio del islam; tercero, restablecer el califato abolido por Mustafa Kemal Ataturk el 3 de marzo de 1924; y, por último, conquistar el mundo entero y dominarlo desde el más implacable de los poderes absolutos. Estos son los objetivos de los yihadistas -que no de los musulmanes-, y el que los tengan tan claros y que los hayan expresado en reiteradas ocasiones no significa que sean realizables, pero sí que son el principal motor de sus acciones y ambiciones. En consecuencia, es importante subrayar que las primeras víctimas del islamismo radical y del terrorismo yihadista son los propios musulmanes y el islam moderado, al que colocan en el mismo saco con los que consideran sus máximos apoyos y la única razón de su subsistencia: las democracias occidentales.

Al Qaeda lleva muchos meses reorganizando su estructura, su modus operandi y hasta su táctica terrorista para adaptarse a una estrategia de dominio y poder absoluto que, lejos de haber cambiado, se ha intensificado. Al Qaeda era plenamente consciente del serio daño que Occidente y los países islámicos moderados le habían infligido tras el 11 de septiembre de 2001, razón por la cual su red propia había quedado seriamente debilitada y sus capacidades operativas notablemente mermadas.

Sus otras dos redes, la de las filiales creadas o inspiradas por Al Qaeda y el Frente Islámico Mundial formalizado el 23 de febrero de 1998 -una asociación de organizaciones terroristas más antiguas que Al Qaeda a las que ésta intenta coordinar-, pasaron al primer plano operativo del terrorismo yihadista. Empezaron a producirse acciones aisladas, descoordinadas, deslavazadas o simplemente espontáneas, inspiradas por la ideología yihadista, más concretamente por su variante salafista, sin que buena parte de ellas pudiesen ser atribuidas a la propia red madre.

Desde hace unos meses, se viene advirtiendo una tendencia constante hacia la concentración y la reorganización de las filiales y células, más o menos autónomas, inspiradas por Al Qaeda, para situarlas bajo un mando, hasta cierto punto coordinado, buscando un mayor impacto y eficacia en los atentados terroristas. Esto explica la creación de Al Qaeda en el Magreb islámico que aglutinaría, en principio, al Grupo Islámico Marroquí de Combate, al Grupo Salafista de Predicación y Combate (antes exclusivamente argelino, hoy transislámico), al Grupo Islámico Libio de Combate, así como la franquicia de la red en Túnez.

Su eficacia no tardó en hacerse notar y esta nueva estructura de la red yihadista global se responsabilizó de los terribles atentados de Argel y Casablanca del pasado mes de abril. Otra consecuencia de esta reorganización operativa es la creación de Al Fatah Al Islam en el Líbano, cuya aparición se produce en el campamento de refugiados palestinos de Nahr Al Bared, cerca de la ciudad norteña de Trípoli, un feudo tradicionalmente suní. El Gobierno libanés consideraba incluso que las acciones de su Ejército en ese campamento de refugiados tendrían un carácter ejemplar que evitaría que otras células detectadas en el sur del país fueran a actuar; lamentablemente, el atentado contra las tropas españolas desmintió dramáticamente ese análisis.

A todo esto viene a añadirse un factor catalizador de la inestabilidad, tanto en el Líbano como en el resto de la región, como son las ambiciones y negativa influencia en ese país de Siria y de Irán, que emplean a la pequeña república levantina como instrumento de presión o campo de batalla.

Todos los atentados mencionados tienen una perversa lógica: el del Líbano, la de presionar a Occidente en un momento muy delicado de la región; el del Yemen, azotar a un régimen que consideran apóstata y prooccidental, a pesar de su profundo carácter tradicional y conservador, y para ello han elegido atacar una de sus más importantes fuentes de ingresos: el turismo. El ataque contra las fuentes económicas principales de los países considerados apóstatas es una constante del terrorismo yihadista en general y del de Al Qaeda en particular. Recordemos los atentados contra los templos de Luxor y Hatshepsut en el sur de Egipto, contra los turistas de la isla de Djerba en Túnez, contra turistas en Turquía, los secuestros de turistas y expatriados en Yemen y ahora el terrible episodio en este país.

Los atentados frustrados de Londres tenían, a mi juicio, el objetivo de poner a prueba al nuevo primer ministro británico, para ver si por medio de la amenaza y la muerte se lograba hacer cambiar al país de política exterior y debilitar su compromiso de lucha contra el terrorismo y el fanatismo. El nuevo premier ha superado la dramática prueba, que hubiese podido provocar quizá centenares de muertos, con matrícula de honor. Lo que es irresponsable es afirmar que Occidente en general y algunos países en particular no somos objetivo prioritario del terrorismo yihadista. Además de Estados Unidos, el Reino Unido o Francia, la simbología que para el islamismo radical representa Al Andalus hace de España un objetivo de una singular importancia simbólica.

Sabemos que Occidente, otras democracias avanzadas y los países moderados del mundo islámico están en el punto de mira del terrorismo, sin que sea necesario para ello ninguna excusa o razón mismamente sólida, pues el objetivo final es el dominio y el poder total. Todos los argumentos que se esgrimen y blanden como afiladas espadas son a mayor abundamiento y, en todo caso, les permiten consolidar y fortalecer su perversa ideología y mejorar su discurso de reclutamiento y, con ello, la eficacia de sus banderines de enganche terroristas. No son pocos los países y sociedades que han decidido ignorar o minimizar los riesgos e impacto del terrorismo; ¿cuántas veces habremos oído que el terrorismo en realidad no existía, que se trataba de una conspiración de Occidente, contra sí mismo, para justificar la existencia de sus inmensos servicios de seguridad o inteligencia o, en el mejor de los casos, que se trataba de una grosera exageración occidental?

Pues ya ven, el terrorismo se confirma y reafirma de manera sangrienta y recurrente, y nos demuestra con cada atentado, o con cada intento de atentado, que para lograr ser eficaces en la lucha y la derrota de esta lacra se debe poner en marcha una verdadera estrategia multidimensional, que abarque los terrenos operativo, legal, judicial, de consensos políticos, de cooperación internacional, de acciones operativas y análisis de inteligencia, de lucha contra su financiación, o de educación en la tolerancia y la liberad y contra el fanatismo.

Algunos analistas en España, sin duda influidos por el Gobierno, pensaron que la retirada de las tropas de Irak blindaría a nuestro país de atentados terroristas, y que la Alianza de Civilizaciones aplacaría los odios e iras de los radicales, sin tener en cuenta que nada de lo que en realidad se haga o diga tiene impacto cierto sobre los objetivos o la determinación del terrorismo yihadista, sino que, a lo sumo, puede provocar, como de hecho es el caso, un incremento del reclutamiento que cosechan en un terreno abonado por el odio, la ignorancia y la incomunicación.

Ciertas políticas, aunque no tengan esa intención, son interpretadas por los ideólogos del terror como síntomas de debilidad y apaciguamiento de Occidente, que más que aliarse con regímenes que ni creen ni respetan los derechos y libertades fundamentales, debe construir una sólida plataforma de moderados, que se enfrenten al fanatismo en todos los frentes antes mencionados. Para ello se requiere fortaleza de las democracias, respeto escrupuloso a los derechos y libertades fundamentales, evitar las simplificaciones y los tópicos desviados de la realidad, y exigir a aquellos musulmanes moderados del mundo, que aún no se hayan comprometido en la lucha sin cuartel contra el fanatismo y la intolerancia, que lo hagan ya, puesto que, lamentablemente, el monstruo yihadista y sus aliados tanto activos como pasivos nos llevan varias traineras de ventaja, pues se aprovechan con diabólica eficacia de nuestros errores, divisiones y de los resquicios de nuestros sistemas democráticos.

Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz de Exteriores del PP en el Congreso de los Diputados.