La guerra contra Gadafi inaugura una era

La rebelión de los pueblos árabes, iniciada a principios de este año de forma generalizada, preocupa mucho a los europeos, a los norteamericanos y a los propios árabes hasta el punto de haber forzado a la Comunidad Internacional, representada por 189 estados en Naciones Unidas, a una Resolución, la nº 1973, que aspira a plasmar el espíritu de la época en que vivimos. Este acuerdo histórico trata no sólo de contener al dictador Gadafi para que no extermine a una parte de su población, sino también de controlar la dinámica revolucionaria en Libia y en otros países del Magreb y el Golfo Pérsico. Como en todos los conflictos bélicos, en este hay motivaciones políticas, de diverso signo.

Todo parece indicar que la Resolución de la ONU contra el régimen libio ha sido auspiciada por Francia y el Reino Unido, dejando en segundo lugar a Estados Unidos, con intereses muy comprometidos en Arabia Saudí, donde apoya a la monarquía feudal y absoluta del rey Abdalá. La guerra contra Gadafi comenzó el mismo sábado, tras la convocatoria en París al más alto nivel de jefes de gobierno de la UE, de EEUU y de la Liga Árabe, para organizar las fuerzas de la coalición que establecerá y vigilará el espacio de exclusión aérea libio.

Tanto protagonismo de Sarkozy obedece a su mala conciencia y actuación en relación con la rebelión inicial en Túnez, apoyando al régimen de Ben Ali. Mucho peor fue la pasividad de Francia con la dictadura de Argelia, donde la no muy lejana guerra civil dejó decenas de miles de muertos. En cuanto a la postura del Reino Unido, ha sido clara al condenar desde el principio la represión de Gadafi contra su pueblo. Francia y Gran Bretaña son las dos únicas potencias militares importantes en Europa y, además, cuentan con el apoyo de EEUU, que el mismo sábado lanzó más de 110 misiles de crucero desde buques de guerra contra 20 objetivos militares cerca de Trípoli. Alemania se abstiene, pero «no es neutral», como dice Angela Merkel, cuya actuación en la crisis libia se explica por razones políticas y electorales. Paradójicamente, los alemanes no quieren guerras y su permanencia en Afganistán, cada vez es menos apoyada por el pueblo.

Mucho más contradictoria es la postura de Zapatero, quien ha dado un giro de 180º, sin explicar ni mucho menos las razones por las que España jugará un papel importante en esta guerra. Podía haberse quedado en segundo plano, como Alemania, o haber ofrecido sólo las bases de Morón y Rota. La propia Italia sólo va a participar poniendo a disposición de la coalición internacional sus bases, porque tiene muchos intereses en Libia. Pero no. Zapatero de golpe ha ofrecido barcos y aviones que ya actúan desde Cerdeña sobre territorio libio. ¿Dónde queda su cerril oposición y vergonzosa retirada de Irak?

Las diferencias legales de una y otra intervención son escasas, frente a las similitudes políticas entre los regímenes de Gadafi y Sadam Husein. La legalidad y legitimidad de las resoluciones de Naciones Unidas varían según la época y las alianzas. No todas tienen el mismo valor jurídico ni se cumplen. Numerosas resoluciones contra Israel, por la ocupación de asentamientos en Palestina, nunca se han cumplido. Pero ese es otro arduo tema a resolver por Naciones Unidas, como el del Sáhara Occidental en manos de Marruecos. De otro lado, los intereses petrolíferos de España en Libia se reducen al campo petrolífero de Repsol en Murzaq, con una producción de unos 15 millones de barriles, que representan solo un 4% de las instalaciones españolas.

La rebelión en el mundo árabe comenzó allá por el mes de enero por una espectacular subida del precio de los alimentos básicos, que se han encarecido para estos pueblos del tercer mundo en más de un 70%, especialmente los cereales como el trigo, que ha hecho subir el precio del pan. Otro factor que ha influido desde el principio en la rebelión de esas masas de jóvenes árabes es el intercambio de información en tiempo real, a través de internet y de los teléfonos móviles. Es una rebelión basada en la informática y en las nuevas comunicaciones, que se han democratizado ampliamente. Estos pueblos saben que tienen grandes riquezas en sus territorios, pero escasamente les llega un mínima parte, debido a la codicia de sus gobernantes.

Sin ir más lejos, la fortuna personal de Gadafi y sus hijos se calcula en miles de millones de dólares, procedentes de las exportaciones de petróleo. Libia es el cuarto productor mundial y cuenta con cuantiosas reservas en su desértico territorio. El libio es un pueblo joven con solo seis millones de habitantes y, como los demás pueblos árabes, compuesto en casi un 40% por una juventud que se ve sin salida y sin el más mínimo horizonte, ni laboral ni personal. Los árabes se están rebelando por la corrupción de sus gobiernos y por la falta absoluta de libertades. Así ocurrió en Túnez, el más pequeño país del Magreb, pero al mismo tiempo el más evolucionado. También en Egipto, donde la rebelión triunfó por la presión del pueblo contra su dictador. Pese a que los generales egipcios tenían formación y apoyo de EEUU, la oficialidad, en la que hay un buen número de miembros que pertenecen a los Hermanos Musulmanes, se puso a favor del pueblo egipcio. Eso sí, todavía está por ver cómo evolucionará la transición.

La rebelión libia ofrece matices muy acusados. Durante más de 40 años se ha permitido que un dictador como Gadafi, que derrocó a la monarquía del rey Idris, gobernase el país de forma diabólica. Unas veces enfrentado a Estados Unidos y a Occidente; y otras a favor, cuando vio peligrar su trono. Entre sus muchas locuras, están el intento de cerrar el Golfo de Sirte, en el Mediterráneo, declarándolo aguas interiores libias. La reacción de Estados Unidos, en la llamada crisis del Golfo de Sirte de 1986, no se hizo esperar. Bombardeó la residencia de Gadafi, quien se salvó por encontrarse en una jaima en el cercano desierto. Posteriormente, el atentado aéreo de Lockerbie sobre Escocia, llevado a cabo por terroristas libios, hizo que Estados Unidos e Inglaterra presionasen a Gadafi para que entregase a los terroristas culpables del siniestro atentado.

La Resolución 1973 de Naciones Unidas autorizando el uso de la fuerza sobre Libia para proteger a la población civil -y, no nos engañemos, para derrocar a Gadafi como objetivo último- marca una época, ya que desde la invasión iraquí de Kuwait, no se había dado un mandato tan firme.

No sólo se insta a crear una amplia zona de exclusión aérea desde las proximidades de Tobruk en la frontera con Egipto hasta Ras Ajdir, en el límite con Túnez. También se autorizan los ataques aéreos contra blindados de Gadafi en tierra, como ya han hecho Francia, Inglaterra y Estados Unidos a lo largo de todo el fin de semana. Poco podrán resistir las fuerzas del dictador contra la coalición occidental.

En principio, todo parece indicar que el país quedará dividido en dos. Una parte con la capital en Trípoli, y otra con Bengasi como capital de los sublevados. En cualquier caso, los hechos muestran en toda su extensión el fracaso de la política estadounidense y europea en relación con los pueblos árabes y la necesidad de un profundo cambio. No se debe ocultar el alto coste que van a tener las operaciones militares de la UE en un momento delicado de sus economías.

Al no estar prevista la intervención de fuerzas terrestres en Libia, es previsible que se mantenga la guerra de desgaste entre ambas partes, hasta que finalmente estén agotados los objetivos militares. Si como se dice en la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU las condiciones que se establecen no son negociables, se mantendrá el conflicto hasta que Gadafi se dé por vencido, lo que es poco probable, sabiendo que incluso le espera una denuncia ante el Tribunal Penal Internacional por actos de genocidio cometidos contra su propia población.

Conociendo su actitud sanguinaria y vengativa, como demostró con los hechos acaecidos en 1986, cuando terroristas libios bajo su protección atentaron en Berlín contra soldados norteamericanos, es de prever que trate de recurrir al terrorismo y otras prácticas odiosas contra todos los países occidentales que configuran la coalición. En definitiva, es una lucha en la que se enfrentan el interés por democratizar a las poblaciones árabes y la posible acción terrorista de sus dictadores. También una observación más extensa y eficaz de los derechos humanos, cuya Declaración data de 1948, y que su aplicación ha sido frecuentemente olvidada en muchos países.

El enfrentamiento de intereses políticos, económicos y petrolíferos no se puede ignorar, y ha influido en el giro que ha dado la política occidental. Se trata ahora de procurar, mediante el control de la rebelión de los pueblos que claman por la libertad, la democracia y una mejor distribución de la riqueza, de establecer unas mínimas bases de convivencia y mejor gobierno para evitar los peligros del crecimiento y expansión de grupos radicales. Ello es debido a que vivimos en una época de importantes transformaciones de todo género, que tratan de conducir a los pueblos hacia un mayor grado de bienestar y convivencia, dentro de la Comunidad Internacional, donde todo parece indicar que cada vez hay menos sitio para los dictadores de cualquier signo.

Manuel Trigo Chacón, doctor en Política Exterior. Ha publicado, entre otros libros, Los Estados y las Relaciones Internacionales.

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