La guerra cultural de la India llega a Bollywood

La cultura y la historia se han convertido en los nuevos campos de batalla en la India. Aún no se han resuelto los debates sobre la situación del Taj Mahal como símbolo de la India multicultural, sin embargo, la nación ya está siendo desgarrada por otra controversia cultural – en esta oportunidad, se trata de una película.

La película, “Padmavati”, cuenta la historia de la reina epónima Rajput, que se cree que murió, junto con otras 16.000 mujeres de la casta guerrera Rajput, al inmolarse por propia mano en el año 1301 para evitar ser capturada viva por el invasor Alauddin Khilji, quien era el Sultán de Delhi. A pesar de que aún ni siquiera fue estrenada, la película “Padmavati” ya ha inspirado amenazas histéricas de violencia, innumerables artículos en las primeras planas y debates en los noticieros nocturnos, y una prohibición de exhibición en cuatro Estados gobernados por el partido en el poder en la India: Bharatiya Janata (BJP).

La precisión histórica del relato de Padmavati es dudosa: ninguna narración contemporánea del ataque de Khilji a Chittorgarh, incluidas aquellas escritas por los historiadores que acompañaban a sus ejércitos, menciona a la reina. Sin embargo, Padmavati ha sido una figura legendaria desde el año 1540, cuando el poeta místico sufí Malik Muhammad Jayasi dedicó su épica lírica “Padmavat” a la historia de esta reina.

Se ha sugerido que Jayasi no pretendía que su cuento fuera tomado literalmente, y su intención, en cambio, fue que su trabajo encarnara la tradición persa mística-poética de usar el romance para representar la búsqueda de lo divino por parte de la humanidad. Según esta interpretación, el poema es una alegoría de la unión de la mente y el alma, bajo el ataque de fuerzas externas. Jayasi eligió el ataque de Khilji en Chittorgarh como escenario de su épica, porque su nombre incluye la palabra chit (conciencia).

Pero las obras literarias, una vez publicadas, adquieren vida propia. El cuento de Jayasi fue relatado innumerables veces por bardos bengalíes, narradores folclóricos en idioma rajasthaní e incluso el coronel inglés Tod, que incluyó la historia de Padmavati en su compilación Annals and Antiquities of Rajputana. A través de esos recuentos, su autoinmolación (jauhar) se convirtió en un noble acto de resistencia contra un lujurioso musulmán, convirtiéndose esta reina en un ejemplo de la inmaculada feminidad hindú.

Con el pasar del tiempo, Padmavati fue deificada en los hechos. El sitio que se considera como el lugar de su suicidio se convirtió en una atracción turística. El jefe de una organización Rajput, denominada Karni Sena, afirmó ser su descendiente directo. (Cuando se le enfrentó a la idea de que la reina era un personaje ficticio, él respondió: “Pertenezco a la 37º generación de su línea directa de descendencia. ¿Soy yo un fantasma?”)

Con tanta difusión de la imagen de Padmavati como símbolo del honor y pureza femeninos, Sanjay Leela Bhansali, el cineasta de Bollywood que se propuso hacer una película sobre su historia, se convirtió sin pensar en el blanco de pasiones históricas. La organización Karni Sena destrozó el escenario de la película en Jaigarh Fort, Jaipur y causó disturbios en la filmación de más escenas en un nuevo lugar (menos “auténtico”) ubicado en Kohlapur, acusando a Bhansali de filmar una escena de amor entre la reina hindú y el invasor musulmán. También se rumorea que la comunidad Rajput demoró el estreno de la película con el argumento de que ésta “distorsionó la historia”, aunque Bhansali ha negado dicha aseveración.

Los detractores de la película, incluidos entre ellos los cuatro ministros principales del BJP que instituyeron prohibiciones preventivas, ni siquiera vieron la película antes de condenarla. Así de defensivos se han vuelto algunos hindúes en la India con respecto a la versión de la historia a la que se suscriben – incluso cuando, como en el caso de Padmavati, la historia bien puede ser nada más que un producto de la imaginación colectiva.

Nada menos que el 1er. primer ministro de India, el ardiente secularista Jawaharlal Nehru, resumió el fenómeno hace siete décadas: “Los hechos y la ficción están tan entrelazados que son inseparables, y esta amalgama se convierte en una historia imaginada que si bien puede que no nos cuente exactamente qué es lo que sucedió, pero sí es una historia que nos dice algo que reviste igual importancia — nos dice que es lo que las personas creen que ocurrió, lo que piensan que sus ancestros heroicos fueron capaces de hacer y cuáles creen que fueron los ideales que inspiraron a dichos ancestros. Esta “historia imaginada” – “una mezcla de realidad y ficción, o algunas veces sólo ficción” – se convierte en “simbólicamente verdadera”.

Esto explica, en pocas palabras, la oposición a “Padmavati”. Para algunos hindúes, la diferencia entre el hecho histórico y el mito cultural no tiene importancia; lo que se recuerda y lo que se cree es tan importante como lo que es verificable. Y, en el clima de hoy en día, en el cual “ofenderse” es el nombre del juego de moda y “herir los sentimientos de una comunidad” es el nombre del delito perpetrado, ese punto de vista es particularmente relevante. Las antiguas jactancias hindúes sobre la amplia tolerancia y la aceptación de las diferencias – que se constituyen en los mismos principios que subyacen a la notable diversidad de la India – están desgastadas hoy en día.

No obstante, hay un precedente para la respuesta a la película. De hecho, Bhansali debería haber tenido en cuenta la reacción violenta contra otra película que tuvo lugar hace una década. En esa ocasión, fueron los peluqueros quienes se opusieron a la película “Billu Barber”, argumentando (de manera absurda) que el término “barber”, es decir barbero, es un insulto a su profesión. Así que amenazaron con protestar contra la película dondequiera que se exhibiera – amenazas que obligaron a que la estrella y productor de Bollywood elimine la segunda palabra, cambiando el nombre de la película a simplemente “Billu”.

Puede que lo que piensen algunas personas necias sobre una película de Bollywood no parezca revestir mucha importancia. Sin embargo, tales respuestas reflejan la misma estrechez mental que condujo a la notoria crítica destructiva de los libros eruditos sobre hinduismo de la académica del sánscrito Wendy Doniger. Si bien puede parecer alarmista sugerir que la libertad de expresión en la India está en peligro, es palpable la atmósfera de intimidación por parte de multitudes enardecidas, multitudes ante las que los gobiernos se rinden voluntariosamente. Al permitir que estos agresores intolerantes se salgan con la suya y realicen actos de intimidación alejados de la ley, estamos permitiéndoles ejercer violencia sobre algo que es vital para la supervivencia de la India como lo es la civilización.

Una India pluralista y democrática debe, por definición, tolerar expresiones diversas de sus múltiples identidades. Permitir que autoproclamados jueces de la cultura de la India impongan su hipocresía y doble moral al resto de nosotros significa permitirles definir lo que es la indianidad hasta que la misma deje de ser india.

Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for Human Resource Development and Minister of State for External Affairs, is currently an MP for the Indian National Congress and Chairman of the Parliamentary Standing Committee on External Affairs. He is the author of Pax Indica: India and the World of the 21st Century. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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