La guerra de números del libre comercio

El Acuerdo Transpacífico (ATP), un megaacuerdo comercial que incluye a 12 países que en conjunto equivalen a más de un tercio del PIB global y un cuarto de las exportaciones del mundo, es el último campo de batalla de una larga confrontación entre los proponentes y los oponentes de los tratados de libre comercio.

Como suele suceder, los defensores del tratado se han provisto de una batería de modelos cuantitativos que hacen que las ventajas parezcan evidentes. El favorito predice que en 15 años se producirá un aumento de la renta real que va desde 0,5% para Estados Unidos a 8% en Vietnam. Además, este modelo (elaborado por Peter Petri y Michael Plummer, de las universidades Brandeis y Johns Hopkins, respectivamente, sobre la base de una larga tradición de modelos similares de esos autores y otros) prevé que el costo en materia de empleo en las industrias afectadas será relativamente insignificante.

Los oponentes del ATP esgrimen un modelo alternativo que genera proyecciones muy diferentes. Fue creado por Jeronim Capaldo de la Universidad Tufts y Alex Izurieta de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (junto con Jomo Kwame Sundaram, ex subsecretario general de la ONU) y predice caída de salarios y aumento del desempleo generalizados, además de reducción de la renta en dos países clave: Estados Unidos y Japón.

En los efectos referidos al comercio, los modelos coinciden. De hecho, Capaldo y sus colaboradores toman como punto de partida las predicciones de una versión anterior del estudio de Petri y Plummer. Las diferencias surgen más que nada del uso de supuestos distintos respecto de cómo responden las economías a los cambios en los volúmenes de comercio alentados por la liberalización.

Petri y Plummer dan por sentado que los mercados de mano de obra son suficientemente flexibles, de modo que la pérdida de empleo en las partes de la economía perjudicadas se compensa necesariamente con creación de empleo en otros sectores. Es decir, descartan de antemano el desempleo: una conclusión implícita en los supuestos del modelo, que los proponentes del ATP no mencionan.

El Peterson Institute for International Economics, que publicó el estudio pro-ATP, declara inexplicablemente en su informe: “El acuerdo elevará los salarios en EE. UU., pero no se proyectan cambios en los niveles de empleo (…)”. La predicción sobre los salarios es resultado del estudio, pero la “proyección” del nivel de empleo no se apoya en ningún cálculo.

Capaldo y sus colaboradores presentan un panorama muy distinto: una competencia despiadada en los mercados de mano de obra, con limitación de la demanda agregada y el empleo por la caída de los salarios y el gasto público. Pero lamentablemente, los autores no explican bien el funcionamiento del modelo, y las particularidades de su simulación son un tanto oscuras.

El modelo de Petri y Plummer se asienta sobre una tradición de décadas de modelización académica del comercio internacional, que establece una distinción tajante entre los efectos microeconómicos (que modifican la distribución intersectorial de recursos) y los efectos macroeconómicos (relacionados con el nivel general de demanda y empleo). En esta tradición, la liberalización del comercio es una “perturbación” microeconómica con efecto sobre la composición del empleo, pero no sobre su nivel general.

Como los economistas tienden a analizar los tratados comerciales en esos términos, el modelo de Petri y Plummer les resulta más apropiado. En cambio, al de Capaldo le falta discriminación sectorial y por países; sus supuestos conductuales no están claros; y sus supuestos keynesianos extremos no encajan bien con su perspectiva a mediano plazo.

El problema es que el mundo real no siempre se comporta según los supuestos de los estudiosos del comercio internacional. Los críticos de los tratados comerciales pueden citar infinidad de ejemplos de los perjuicios que las importaciones generan sobre los salarios y el empleo en las comunidades afectadas. Un estudio empírico reciente de tres economistas académicos (David Autor del MIT, David Dorn de la Universidad de Zúrich y Gordon Hanson de la Universidad de California en San Diego) muestra que los críticos tienen algo (y mucho) de razón.

Autor, Dorn y Hanson muestran cómo la expansión de las exportaciones chinas produjo “importantes costos de ajuste y consecuencias distributivas” en Estados Unidos. En regiones con industrias muy afectadas por la competencia de las importaciones chinas, hubo baja de salarios y aumento del desempleo durante más de una década. La pérdida de empleo en esos sectores era previsible; la sorpresa fue que no se compensara con creación de empleo en otros.

Los partidarios de estos tratados han sostenido siempre que la desindustrialización y la pérdida de empleos poco calificados en las economías avanzadas no se deben al comercio internacional, sino a las nuevas tecnologías; y en el debate actual, muchos destacados proponentes del ATP insisten en esa línea. Pero esa despreocupación por los efectos del comercio ya no es admisible a la luz de los nuevos datos empíricos. (De hecho, el modelo de Petri y Plummer predice que el ATP acelerará el traspaso de empleos del sector fabril al de servicios, un resultado que los defensores del acuerdo no publicitan.)

Los economistas no terminan de comprender por qué el aumento del comercio internacional repercute negativamente sobre los salarios y el empleo como lo hizo. Todavía no hay un buen marco conceptual alternativo al que usan los partidarios del libre comercio. Pero no deberíamos actuar como si nuestro apreciado modelo estándar hubiera pasado indemne la prueba de la realidad. Sería mucho mejor considerar todas las posibilidades que señalan los diversos modelos, en vez de prestar atención solamente a uno.

Las dudas no se limitan a las interacciones macroeconómicas. El estudio de Petri y Plummer predice que la mayor parte de los beneficios económicos del ATP derivará de la reducción de barreras no arancelarias (por ejemplo, prohibiciones de importación de servicios) y de la apertura a la inversión extranjera. Pero los efectos de estas reducciones son mucho más difíciles de modelizar que en el caso de las reducciones arancelarias, ya que para hacerlo se necesitan supuestos no habituales y el uso de numerosas simplificaciones arbitrarias.

En definitiva: ninguno de los modelos (ni los favorables ni los contrarios) genera números suficientemente confiables para decidir la cuestión del ATP por el sí o por el no. Lo único que podemos asegurar con cierto grado de certeza es que habrá ganadores y perdedores. Tal vez el acuerdo movilice flujos de conocimiento e inversiones a través del Pacífico, dando a la economía mundial un muy necesario estímulo. Tal vez no. Pero quienes creen que este acuerdo, como otros antes, traerá beneficios desparejos tienen motivos de sobra para preocuparse.

Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University’s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science. Traducción: Esteban Flamini

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *