
La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania nos llevó a quienes habitamos en el Indopacífico a preguntarnos si hay poblemas ocultos o claramente enconados aquí que también puedan conducir a una guerra declarada. Después de la histérica respuesta ante la visita a Taiwán en agosto de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., la respuesta queda demasiado clara. Desde el Hindukush al mar de la China meridional y al paralelo 38 en la península coreana, al Indopacífico no le faltan antagonismos históricos profundos y falsos reclamos de soberanía que podrían explotar y convertirse en conflictos sin previo aviso.
La verdadera pregunta que enfrentan los líderes en todo el Indopacífico, entonces, es si la región puede crear una estructura de paz para evitar que las ambiciones y hostilidades nacionales escalen hasta convertirse en una guerra declarada. Esto dependerá en gran medida de que las potencias democráticas de la región —Australia, India, Indonesia, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos— puedan forjar la confianza estratética necesaria para que si alguien quisiera perturbar la paz lo piense dos veces antes de iniciar las hostlidades.
La Fundación Abe
El Indopacífico sufrió una complicación rumbo a ese objetivo cuando un hombre armado cometió una de las grandes tragedias políticas y humanas de 2022: Shinzō Abe. Abe había dedicado los nueve años de sus dos mandatos y el año que vivió después de dejar el cargo a estudiar los tipos de alianzas, tratados y estructuras institucionales que serían necesarios para crear las señales y frenos adecuados canalizar el inevitable dinamismo asiático hacia la paz. Abe entendía que Asia es mucho menos densa que Europa en términos de organizaciones multilaterales y alianzas, y que esos organismos son fundamentales para mantener la paz y la prosperidad.
Con esos conocimientos, Abe se convirtió en el arquitecto de dos estructras clave que, esperemos, se convertirán en pilares de la paz estable en el Indopacífico: el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad) —que agrupa a Australia, la India, el Japón y EE. UU.— y el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (creado como sucesor del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica después de que Donald Trump huyera del TPP al inicio de su presidencia aislacionista). El CPTPP reúne ahora a 11 países de la cuenca del Pacífico –Canadá, México, Perú, Chile, Nueva Zelanda, Australia, Brunéi, Singapur, Malasia, Vietnam y Japón– en el mayor bloque comercial del mundo.
Con la creación del Quad y el rescate del Acuerdo Transpacífico, Abe ayudó a crear dos instituciones que podrían establecer normas de convivencia para todo el Indopacífico. El Quad está señalando el camino hacia la seguridad mediante la profundización de los vínculos entre sus cuatro miembros principales, quienes además están fortaleciendo otras asociaciones estratégicas, como las que existen entre EE. UU. y Corea del Sur, India y Vietnam, y Australia y la orgullosamente neutral Indonesia. Más allá de lo amorfos que puedan ser esos vínculos para la seguridad, el Quad contribuye de todos modos a crear una red de países decididos a mantener la paz y la seguridad en la región. Y otros vínculos, como los ejercicios militares conjuntos que el Japón y la India practican frecuentemente en la actualidad con Vietnam, distan de ser amorfos.
Abe entendía que poniéndose a la cabeza del CPTPP los líderes asiáticos podrían actuar con eficacia por sí solos, incluso cuando EE. UU. prefierese dar un paso al costado. Y junto con los restantes líderes asiáticos con quienes firmó el CPTPP comprendían que eso impediría que China llegara a dominar excesivamente Asia con su propio acuerdo comercial, la Asociación Económica Integral Regional. El CPTPP, ya en su cuarto año, está creando una miríada de oportunidades para que los líderes regionales cooperen de manera coherente y colectiva.
El eslabón más débil
Hay que nutrir aún más esa cooperación. Una lección central para la creación de estructuras durables para la paz y la seguridad en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial es que la solidaridad entre los países participantes es indispensable. La inquebrantable solidaridad de la OTAN persuadió al presidente ruso Vladímir Putin, al menos hasta ahora, de limitar su guerra a Ucrania. La sensación de seguridad que la OTAN poporciona a sus miembros convenció incluso a Suecia y Finlandia —países con una larga historia de neutralidad— de asociarse a esa alianza.
Por supuesto, es más fácil crear solidaridad cuando se trata de temas económicos o se está frente a una amenaza existencial como la que enfrentaba Europa cuando se fundó la OTAN en el punto más álgido de la Guerra Fría. Que el CPTPP se adoptara e implementara tan fácilmente, incluso sin el visto bueno de EE. UU., sorprende a pocos.
Por el contrario, el Quad carece de una sensación de seguridad completa y genuina, como lo demostró la miope respuesta de la India ante la guerra de Ucrania. Desde que declaró su independencia en 1947, la India creyó que podía garantizar su seguridad mediante la neutralidad y las iniciativas bilaterales. Aunque las frecuentes incursiones chinas en territorio indio en el Himalaya, sumadas al estrecho vínculo entre Abe y el primer ministro Narendra Modi, ayudaron a que el país se convenciera de que ya no podía garantizar su seguridad en forma independiente, a Modi, como a la mayoría de sus compatriotas, le cuesta romper con los viejos hábitos
Además, uno de los principales factores de la estrategia de seguridad nacional de la India fue su intensa dependencia de Rusia para adquirir equipamiento y capacitación militar. Esa dependencia es un legado de los años en que EE. UU. vinculó su fortuna regional a Pakistán, y tenía sentido para la India. La Unión Soviética estuvo dispuesta a respaldar a la India en la guerra de Indepenencia de Bangladés de 1971, y a proporcionarle aviones de combate modernos y aplicar presión diplomática a la China de Mao cuando esta invadió la India en 1962.
India creyó que en su condición de jugador independiente, con un pie en cada lado de la Guerra Fría, vivía en el mejor de los mundos posibles en términos de seguridad. Pero los tiempos cambiaron y su antigua dependencia de Rusia ahora la está arrastrando al lado equivocado de la historia... y aumenta su vulnerabilidad ante una China agresiva.
Desde hace mucho los japoneses entendemos el papel fundamental que la India puede y debe tener en la creación de un marco para la paz y la seguridad que abarque a los océanos Índico y Pacífico. Como ministra de defensa del Japón, visité la India allá por 2007, cuando plantamos las semillas de los primeros ejercicios navales conjuntos de nuestros países. La relación floreció desde entonces y se convirtió en una forma cada vez más dinámica de cooperación militar y de inteligencia.
A medida que el Quad se enraiza para convertirse en la principal organización de seguridad de Asia, esperemos que la India sea capaz de reconocer que mantener una distancia similar con sus socios del Quad y con Rusia ya no será una política viable, especialmente ahora que esta última se está convirtiendo cada vez más en un estado vasallo de China. En un conflicto entre la India y China, los indios no debieran sorprenderse si China obliga a Rusia a que deje de proporcionarles equipos militares, energía y otras importaciones críticas. Ningún gobierno indio debiera estar dispuesto a correr riesgos tan intolerables en el futuro.
Los arquitectos de la India moderna —desde Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru hasta Bhimrao Ramji Ambedkar— entendían que la independencia nacional no solo es un triunfo político, sino también moral y cultural. Hoy, mientras China reclama grandes franjas de las provincias del norte de la India, insistir en el principio de la integridad territorial por doquier es la única forma en que la India puede garantizar que se respeten sus fronteras. Ese principio está siendo puesto a prueba en Ucrania. Si Abe viviera, no tengo dudas de que estaría persuadiendo discretamente a Modi para que entendiera lo que hay en juego y abrazara completamente a los socios de la India en el Quad.
Cómo superar los últimos obstáculos
Los viejos hábitos también ponen en peligro la seguridad en la península coreana. Casi ocho décadas después del final de la guerra del Pacífico, las disputas sobre su historia siguen obstaculizando con demasiada frecuencia la cooperación eficaz entre los gobiernos de Corea del Sur y Japón, a pesar de los incesantes avances del dictador norcoreano Kim Jong-un para desarrollar su arsenal nuclear.
Durante décadas EE. UU. intentó, una y otra vez, eliminar esa brecha; pero en última instancia, solo Corea del Sur y Japón pueden hacerlo. Debieran reconocer que sus diferencias palidecen cuando se las compara con la amenaza muy real para la seguridad que ambos enfrentan debido a las ambiciones hegemónics del presidente chino Xi Jinping y el régimen canalla de Kim Jong-un. Resulta alentador que ambos países se hayan involucrado profundamente para asistir a Ucrania (proporcionándole tanto armas como análisis de inteligencia en tiempo real). Esperemos que la guerra convenza a los líderes políticos de ambos países de abandonar los debates históricos estériles y comenzar a enfocarse en las campañas conjuntas para la seguridad nacional.
Las grandes potencias y quienes aspiran a serlo aborrecen el vacío. Putin percibió el aislamiento ucraniano fuera de la OTAN y de la Unión Europea como uno de esos vacíos a explotar. En Asia, haber permitido las exigencias cada vez más beligerantes de China a sus vecinos no alineados, especialmente en el mar de la China meridional, generó una dinámica similar. Y en el Pacífico sur, la negligencia de las democracias de las pequeñas islas estado alentó a China a volcarse hacia las jugarretas militares.
Afortunadamente, la búsqueda actual de solidaridad y seguridad ha comenzado a llenar el vacío institucional de la región en forma tal que mejorará la seguridad de los países grandes y pequeños por igual. Esta unidad regional en evolución implica que aquellas potencias que deseen alterar unilateralmente el mapa de Asia enfrentarán, casi con certeza, una oposición sólida y unificada.
Yuriko Koike, Governor of Tokyo, has been Japan’s defense minister, national security adviser, and a member of the National Diet.