La guerra de valores con Rusia

Hace poco las autoridades rusas amenazaron con dirigir misiles nucleares a barcos de guerra daneses si Dinamarca se une al sistema de defensa antimisiles de la OTAN, en lo que evidentemente es una escandalosa amenaza contra un país sin intención alguna de atacar a Rusia. También refleja un factor más fundamental de la política exterior del Kremlin: la desesperación por conservar su influencia estratégica en tiempos de un cuestionamiento sin precedentes a su autoridad.

Por supuesto, los líderes rusos saben muy bien que las defensas antimisiles de la OTAN no se dirigen a su país. De 2009 a 2014, el periodo en que fui Secretario General de la OTAN, recalcamos una y otra vez que su fin era defender a los miembros de la Alianza ante  amenazas que pudieran proceder del área euroatlántica. Cualquiera con conocimientos rudimentarios de física e ingeniería, dos áreas en que destacan los rusos, puede ver que el sistema está ideado precisamente para eso.

Las amenazas nucleares de Rusia, tanto a Dinamarca como a otros países, son la marca característica de un país débil que se encuentra en un declive económico, demográfico y político. La OTAN no ha victimizado activamente a Rusia, como dice la propaganda del Kremlin. El actual conflicto entre Rusia y Occidente, centrado en la crisis de Ucrania, es en lo fundamental un choque de valores.

Recordemos cómo comenzó el conflicto ucraniano: decenas de miles de ciudadanos de todos los ámbitos de la sociedad ucraniana exigieron un acuerdo de asociación con la Unión Europea, en manifestaciones abrumadoramente pacíficas. Nadie pedía perseguir a los rusohablantes de Ucrania, a pesar de las acusaciones del Kremlin en el sentido contrario. Y tampoco se pedía que Ucrania pasara a formar parte de la OTAN.

Sin embargo, la reacción de Rusia fue rauda y severa. Mucho antes de que la violencia se adueñara de las protestas, las autoridades rusas comenzaron a acusar a los manifestantes de ser neonazis, radicales y provocadores. Tan pronto como el entonces Presidente de Ucrania, Víctor Yanukovich, huyera de Kiev, el Presidente ruso Vladimir Putin empezó a planear la anexión de Crimea.

No sólo fue una flagrante violación de las leyes internacionales, sino que contravino directamente la insistencia de Rusia de que ningún país tiene derecho a garantizar su seguridad a expensas de otro. Los manifestantes ucranianos marcharon contra su gobierno y no el de Rusia. De hecho, la noción de que Ucrania pueda representar una amenaza militar para Rusia es poco menos que absurda. Incluso si formara parte de la OTAN, una guerra de agresión a Rusia sería un escenario descabellado, ya que no beneficiaría los intereses de ninguno de sus miembros.

Para Rusia, la amenaza que significaban los manifestantes ucranianos era existencial. Al pedir cambio, libertad y democracia ante sus mismas puertas, desafiaron el modelo de Putin de una “democracia soberana” en que el presidente elimina toda oposición, restringe la libertad de los medios de comunicación y luego dice a los ciudadanos que pueden escoger a sus autoridades. El Kremlin temía que si los ucranianos lograban lo que se proponían, los rusos pudieran sentirse inspirados a seguir su ejemplo.

Por eso las autoridades rusas han etiquetado tan fácilmente a los gobernantes de Ucrania de rusófobos y fascistas, y acusado a la UE de decadente, inmoral y corrupta. El Kremlin está intentando a las desesperadas de convencer a los rusos de la vileza de la democracia liberal y las bondades de vivir en el régimen de Putin. Para ello es necesario no solo mentir con descaro en el país, sino también sembrar la violencia y la inestabilidad entre sus vecinos.

Ante esta gran embestida propagandística rusa, Occidente debe seguir apoyando a Ucrania, así como a Georgia y miembros de la OTAN como Estonia, Letonia y Lituania. A pesar de las penurias que podamos sufrir, debemos mantener (y de ser necesario, profundizar) las sanciones contra Rusia y reforzar la línea de avanzada de la OTAN. Y enfrentar la realidad de que, como debió haber sido hace mucho, puede que tengamos que asumir los costes de nuestra propia defensa.

La mayor fortaleza de Occidente es su democracia, que nos ha permitido asegurar la paz durante dos generaciones y hacer posible el fin de los regímenes comunistas en Europa casi sin disparar una bala. Si bien la democracia liberal está lejos de ser perfecta, sigue siendo la mejor defensa contra el extremismo y la intolerancia, y el más potente facilitador del progreso humano.

Si Occidente deja que Rusia ataque a sus vecinos por el mero hecho de que pueden inspirar a sus propios ciudadanos a pedir reformas, dará a entender que no merece la pena defender los valores democráticos y socavará su papel como modelo de prosperidad y libertad que las sociedades de todo el mundo aspiran a imitar. Además, acabará no solamente con lo que le queda de autoridad moral, sino también con el sentido que anima a la OTAN.

Una actitud así expondría a Occidente a los ataques de Putin y provocadores similares, y supondría una bofetada a los valientes hombres y mujeres de todo el mundo que cada día arriesgan sus vidas en defensa de la libertad y la democracia.

Nadie debería llamarse de engaño por las maquinaciones del Kremlin. El conflicto de Ucrania no es sólo sobre Ucrania, ni sobre Rusia, ni siquiera sobre la OTAN. Se trata de defender la democracia, y la respuesta de Occidente debe estar a la altura de ese reto.

Anders Fogh Rasmussen, former Prime Minister of Denmark and Secretary General of NATO, is Founder and Chairman of Rasmussen Global. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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