La guerra en Ucrania y los conflictos recientes en el espacio post soviético

Mapa antiguo de Europa Central
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Tema

¿Qué representan la guerra en Ucrania y los conflictos recientes en el espacio post soviético?

Resumen

La reanudación de las hostilidades en Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán y en la frontera de Kirguistán y Tayikistán, así como las tensiones continuas en los conflictos congelados de Transnistria (en Moldavia) y Osetia del Sur y Abjasia (en Georgia), han puesto de nuevo el foco sobre el espacio post soviético, planteando la cuestión de si la guerra en Ucrania es la causa de las hostilidades recientes y si podría tener un efecto dominó y crear más inestabilidad en la región.

La guerra en Ucrania no es la causa de las hostilidades, porque estas datan de mucho antes de aquella. Pero la invasión rusa de Ucrania muestra cómo un conflicto congelado puede convertirse en una guerra. Por ahora no ha ejercido un efecto dominó sobre otros conflictos congelados en la región, pero aunque un nuevo frente dificultaría mucho la posición de Vladimir Putin y su gobierno y quizá ayudaría a Ucrania a ganar la contienda, no convendría a la UE ni a EEUU que el conflicto se amplíe.

Más que un efecto dominó, el conflicto de Nagorno-Karabaj ha reflejado, desde 2020, la debilidad y la pérdida de influencia de Rusia en el espacio post soviético, que ha ido agravándose desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania.

Análisis

Introducción: el “síndrome soviético”

Los “conflictos congelados” (en los cuales las partes involucradas han acordado un alto el fuego, pero las tensiones persisten al no darse una solución política) en Nagorno-Karabaj (entre Armenia y Azerbaiyán), Transnistria en Moldavia, y Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, tienen dos características en común: (1) han comenzado en la Unión Soviética, a finales de los años 80, como una de las consecuencias de la política estalinista de mezclar etnias y repoblar regiones con rusos étnicos, para evitar el predominio de una cualquiera de ellas; y (2) han surgido en países que estaban a favor de la pervivencia de la URSS, después de su desintegración en 1991, motivo por el que, en los últimos 30 años, sus poblaciones han sufrido el “síndrome post soviético”, facilitando la influencia rusa. El conflicto en la frontera entre Kirguistán y Tayikistán se debe que la frontera entre los dos países todavía no ha sido definida tras la desaparición de la URSS, ni reconocida por ambos países.

Estos problemas políticos y de seguridad en la región reflejan la agonía del imperio comunista, cuya desintegración, si bien fue rápida, no ayudó a los países creados en 1991 en su transición hacia Estados nacionales independientes. Cuando los líderes comunistas de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, reunidos en Belavezha, cerca de Minsk, el 8 de diciembre de 1991, decidieron disolver la Unión Soviética, las otras repúblicas (exceptuando los Países Bálticos, cuya pertenencia a la URSS nunca fue reconocida por la comunidad internacional) se declararon contrarios a la disolución de la URSS. Cuando esta desapareció formalmente el 25 de diciembre de 1991, no tuvieron ya opción. Los Países Bálticos y Ucrania exigieron la independencia; a las otras repúblicas soviéticas, les fue impuesta.

Los actuales conflictos congelados tienen sus raíces en la URSS y, sobre todo, en la época de Stalin (1924-1953), cuando se trazaron las fronteras administrativas de las repúblicas con el objetivo de evitar el dominio de un grupo étnico sobre otros. Por ejemplo, en Georgia, su república natal, Stalin dio autonomía a Osetia del Sur y Abjasia, de población mayoritariamente rusa. Lo mismo ocurrió en Moldavia (se creó la región de Transnistria), y Nagorno-Karabaj, un territorio de Azerbaiyán, país de mayoría musulmana, fue repoblado por armenios cristianos. Toda Asia Central fue “trufada” con población rusa de la religión ortodoxa en los territorios de mayorías musulmanas. Así, todas las repúblicas de la URSS eran amalgamas multiétnicas, y sólo la mano de hierro del gobierno totalitario pudo mantener la paz suprimiendo drásticamente la violencia interétnica.

Los conflictos actuales son anteriores a la guerra de Ucrania: estallaron a finales de los años 80, en la época del gobierno de Gorbachov, pero Vladimir Putin se benefició de los resentimientos étnicos y del cuestionamiento de las fronteras, y ha mantenido los conflictos congelados como un instrumento de la influencia rusa, adoptando el papel de mediador.

Como se ha demostrado, a través de las intervenciones militares y anexiones de los territorios de otros Estados post soviéticos, Rusia no ha aceptado la soberanía de los 14 nuevos Estados surgidos de la desintegración de la URSS. El imperio ha desaparecido, pero no la mentalidad imperial rusa, que define a estos nuevos países como “un extranjero cercano”. El Kremlin considera a los Estados del espacio post soviético como parte de su defensa, como un recurso para controlar el espacio estratégico entre Occidente y Rusia. De allí la creación del CSTO (las siglas en inglés de Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), además de otras organizaciones como, por ejemplo, Ruskiy Mir (“el Mundo Ruso”), cuyo objetivo es mantener la influencia cultural de Rusia en el espacio post soviético. Esta ha sido facilitada por el “síndrome post soviético”, presente en todas las ex repúblicas exceptuando los Países Bálticos [1] y más agudo en las repúblicas de Asia Central que en la Ucrania prebélica, Georgia, Armenia o Moldavia. Tres décadas después de la desintegración de la URSS, el Estado de Derecho, el gobierno transparente, la competitividad política real, las instituciones democráticas son muy frágiles en estos países. La mayoría de ellos están bajo el control de grupos o clanes de oligarcas. Los contactos personales y redes informales son mucho más importantes y decisivos que las instituciones.

¿Por qué el conflicto de Nagorno-Karabaj refleja la debilidad de Rusia?

El conflicto de Nagorno-Karabaj estalló en 1994, pero sus raíces se remontan a 1923, cuando la Unión Soviética anexionó este territorio de mayoría étnica armenia a la República de Azerbaiyán y le concedió un alto grado de autogobierno. Cuando la URSS se derrumbó en 1991, la región se declaró independiente, lo que desencadenó una guerra que duró hasta 1994. La guerra terminó con el resultado de la ocupación por Armenia de siete enclaves en territorio de Azerbaiyán, que sufrió pérdidas significativas. [2] A pesar del reconocimiento de las Naciones Unidas de Nagorno-Karabaj como parte de Azerbaiyán, el país ha seguido manteniendo un “conflicto congelado”, con escaramuzas militares intermitentes entre Armenia y Azerbaiyán.

Desde 1994 el Grupo de Minsk, compuesto por EEUU, Francia y Rusia y establecido por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), ha buscado una solución diplomática al conflicto. Pero Occidente parece haber perdido interés en resolverlo: el Grupo de Minsk no ha presentado iniciativa alguna para ponerle fin desde 2007. Los proyectos de acuerdo anteriores aceptados por las elites políticas de Armenia y Azerbaiyán fueron rechazados por sus respectivas poblaciones. [3]

Las últimas rupturas de hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán, en septiembre-octubre de 2020 y en septiembre de 2022, difieren de los brotes anteriores. Las de 2020 estuvieron marcadas por el notable y decisivo apoyo militar de Turquía a Azerbaiyán (Ankara ha apoyado a Bakú desde 1994, pero nunca tan abiertamente), convirtiendo a Nagorno-Karabaj en un escenario estratégico e incrementando la rivalidad entre Rusia y Turquía. [4] Rusia negoció la tregua que puso fin a los combates y amplió su presencia militar en el Cáucaso al desplegar una fuerza de aproximadamente 2.000 soldados rusos en Armenia a lo largo de la línea de contacto con Azerbaiyán, pero no ayudó militarmente a Armenia durante el conflicto (su acuerdo de defensa bilateral exceptuaba del mismo a Nagorno-Karabaj). [5]

El resultado de la negociación obligó al primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, que había ido distanciando gradualmente a Armenia de Rusia desde 2018, y acercándola a la UE, a dimitir y convocar nuevas elecciones (un resultado positivo para Moscú). Sin embargo, el futuro de la influencia política de Rusia en Armenia es incierto debido a que Moscú no acudió en auxilio de Ereván, sino que propició su derrota. Pero Moscú nunca se ha comprometido a defender las posiciones armenias en la disputada región de Nagorno-Karabaj, que siempre ha reconocido legalmente como parte de Azerbaiyán y donde ha tratado de mediar entre las dos partes. Es probable que el Kremlin siga tratando de mantener buenas relaciones con ambas a lo largo del conflicto.

La pasividad de Rusia en 2020 abrió la puerta al despliegue militar de Turquía, [6] lo que implica que Rusia dejó de ser la única potencia mediadora en este conflicto. Aunque aceptar la presencia de un rival como Turquía en sus inmediaciones no es agradable para Moscú, siempre ha sido un socio más maleable que los otros países de la OTAN. [7]

La reanudación de las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán el pasado septiembre es diferente de la guerra de 44 días entre ambos países en 2020, porque los enfrentamientos no han tenido lugar en la región de Nagorno-Karabaj, sino a lo largo de su frontera. Azerbaiyán no atacó a Nagorno-Karabaj, sino algunas áreas en la frontera sur con Armenia que bloquean el acceso al enclave de Najchivan. El establecimiento de un corredor otorgaría a Azerbaiyán acceso a los principales enlaces comerciales y una ruta más directa a Turquía e Irán, ruta que también necesita Rusia, dadas las sanciones impuestas por la guerra en Ucrania que le cierra los mercados occidentales. Rusia negoció un alto el fuego que fue violado minutos después de que entrara en vigor en septiembre. Las dos partes llegaron a un nuevo acuerdo al día siguiente, tras el cual la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, visitó Armenia, y el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan subrayó la urgencia de resolver la crisis. [8] Este conflicto, que hasta 2020 tenía Rusia como el principal mediador de las negociaciones de alto el fuego, se ha convertido en un escenario de la rivalidad entre las potencias regionales.

¿Puede hablarse de un efecto dominó de la guerra en Ucrania en el espacio post soviético?

Mientras se reanudaba la lucha entre Armenia y Azerbaiyán, se evacuaron aldeas enteras en Batken, la provincia más meridional de Kirguistán, enredado por segunda vez este año en un conflicto con el vecino Tayikistán. La intensidad de los últimos combates supuso un empeoramiento respecto de los frecuentes enfrentamientos a lo largo de la frontera. La violencia comenzó el 14 de septiembre, y las fuerzas de ambas repúblicas chocaron durante dos días antes de que se convocara un alto el fuego. A las pocas horas, las fuerzas tayikas lo violaron y empujaron a las kirguises más allá de las aldeas fronterizas, atacando escuelas y edificios gubernamentales en Batken. Los jefes de seguridad nacional de ambos países se reunieron en la frontera el 19 de septiembre para firmar un protocolo de paz que pedía el fin de las hostilidades y la retirada de las tropas.

Varios analistas se han centrado en el momento de los conflictos fronterizos, que coincidieron con la retirada de Rusia de la región ucraniana de Kharkiv. Desde este punto de vista, Rusia estaría empantanada por sus pérdidas en el campo de batalla, dando así una oportunidad a la agresión de Azerbaiyán, y favoreciendo, al centrarse en la guerra contra Ucrania, una mayor inestabilidad en Asia Central. [9] Pero, aunque Rusia está perdiendo influencia en el espacio post soviético, como lo reflejan el apoyo a la integridad territorial de Ucrania por parte de otros países de dicho espacio, entre ellos Kazajistán [10] (la continuidad del gobierno actual fue garantizado por Moscú después de las protestas masivas en enero de 2022), no se ha producido suficiente cambio significativo en la distribución regional del poder como para señalar a Rusia como causa de los combates más recientes.

Las relaciones diplomáticas con Rusia no explican la dinámica de ninguno de estos conflictos. En el que mantiene con Azerbaiyán, Armenia es percibida como un Estado alineado con Rusia debido a su pertenencia a la Unión Económica Euroasiática (liderada por Rusia) y a la CSTO. Pero también Azerbaiyán está cerca de Rusia: pocos días antes de que Rusia invadiera Ucrania, los dos países firmaron un acuerdo para profundizar la cooperación mutua, diplomática y militar.

Determinar la cercanía respectiva con Rusia en el conflicto de Tayikistán y Kirguistán es aún más complicado. Rusia tiene bases militares en ambos países, y ambos son miembros de la CSTO. Cada una de sus economías depende en gran medida de las remesas de los migrantes laborales en Rusia. Al igual que Armenia, Kirguistán forma parte de la Unión Económica Euroasiática.

En todas las repúblicas ex soviéticas, Rusia intenta mantener sus inversiones económicas, porque el Kremlin es consciente de que, para garantizar su presencia en la región, no es suficiente pretender ser el proveedor de seguridad, teniendo en cuenta el contexto de su rivalidad con otras potencias, como lo demuestra la Figura 1. Las inversiones de la UE-27 son, con diferencia, mayores que de Rusia (también de China, Turquía e Irán), prácticamente en todos los países del espacio post soviético, aunque la diferencia más espectacular es en Kazajistán. En 2020 Rusia ha invertido 4.878 millones de dólares, mientras la UE-27 ha invertido 77.647 millones de dólares. China es el segundo mayor inversor en la región. La creencia de que Rusia es el proveedor de la seguridad y defensa y China de las inversiones económicas sobre todo en Asia Central, es falsa. La UE-27 es el mayor inversor en la región, lo que refleja la decisión europea de competir geopolíticamente con otros actores de la región.

Figura 1. Posición inversora directa de Rusia, China, Turquía, Irán, EEUU y UE-27 en el antiguo espacio soviético

Las dinámicas políticas y geopolíticas del espacio post soviético reflejan que Rusia está perdiendo su influencia y credibilidad, y que, a pesar de liderar el CSTO, no es el único actor que se postula como proveedor de estabilidad en la región. Otras potencias han expresado interés en la dinámica de la seguridad en el Cáucaso y Asia Central. A lo largo de 2022 el Consejo Europeo ha mediado en conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán. [11] Irán y Turquía han contribuido a la carrera armamentista entre Tayikistán y Kirguistán. El presidente chino Xi Jinping lanzó la Iniciativa de la Ruta de la Seda en Kazajistán en 2013, por lo que es comprensible que comenzara su primer viaje al extranjero, desde enero de 2020, en Kazajistán, el país al que expresó su apoyo a la “protección de la independencia, soberanía e integridad territorial nacionales”. [12]

Conclusiones

Mientras la guerra en Ucrania es el paradigma de la Rusia revisionista y revanchista por haber perdido su imperio, la reciente reanudación de las hostilidades en Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán y en la frontera de Kirguistán y Tayikistán, así como la tensión permanente que suponen los conflictos congelados de Transnistria, Osetia del Sur y Abjasia, son el espejo del fracaso de la Rusia post imperial en su esfuerzo de convertirse en Estado-nación y en asumir el papel de mediador en los conflictos del espacio post soviético, con vistas a ejercer influencia en el mismo y mantenerlo como “espacio estratégico” fundamental para la propia seguridad y defensa.

Rusia ha estado perdiendo influencia en las exrepúblicas soviéticas antes del comienzo de la guerra en Ucrania, que, simplemente, ha acentuado esta tendencia. Además, las agresiones de Rusia contra Georgia en 2008 y Ucrania (desde 2014) han contribuido a la inestabilidad regional y han fortalecido la resiliencia nacional de ambos países contra el Kremlin. El apoyo de Vladimir Putin a Alexander Lukashenko en Bielorrusia ha incrementado el apoyo de la UE y EEUU a la oposición bielorrusa; y Turquía desempeñó, a expensas de Rusia, un papel prioritario en la resolución del conflicto de Nagorno-Karabaj ya en 2020.

Aunque los países de la región siguen viendo en Rusia al garante de la seguridad en el inestable Afganistán tras la retirada de EEUU, los últimos acontecimientos demuestran que le será muy difícil mantener lo poco que le queda de credibilidad e influencia en un contexto de rivalidad o competencia con la UE, China, Turquía e Irán.

Mira Milosevich-Juaristi es investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, profesora asociada de The Foreign Policy of Russia en School of Global and Public Affairs de IE University


[1] Angela Stent (2019), Putin’s World. Russia Against the West and With The Rest, Twelve, Nueva York, p. 145.

[2]A Consensus Proposal for a Revised Regional Order in Post-Soviet Europe and Eurasia”, RAND.

[3] Jeff Mankoff (2020), “Why Armenia and Azerbaijan are on the brink of war”, 1/X/2020.

[4] Ibid .

[5]Russian peacekeepers deploy to Nagorno-Karabakh after ceasefire deal”.

[6] Dimitri Bechev, “Turkey, Russia and the escalation in Nagorno-Karabakh”.

[7] Kadri Liik, “How Russia is winning at its own game”, ECFR.

[8] Colleen Wood (2022), “Eurasia is more than Russia’s backyard”, Foreign Policy, 13/X/2022.

[9]Amid Ukraine war, Armenia and Azerbaijan fighting risks broader conflict”.

[10]Kazakhstan Is Breaking Out of Russia’s Grip”.

[11]More Storm Clouds Gather Over Armenia, Azerbaijan”.

[12]China’s Xi Kicks Off Central Asia Trip With Visits to Kazakhstan, Uzbekistan”.

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