Por Marwan Bishara, profesor de la Universidad Norteamericana de París y autor de Palestine/ Israel: peace or apartheid (Zed Press). Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 08/07/06):
El Gobierno israelí de Ehud Olmert ha capitalizado el apresamiento del cabo Gilad Shilad para reforzar su mermado poder disuasorio frente a la militancia palestina, hacer trizas el electo Gobierno de Hamas e imponer su solución territorial unilateral en Cisjordania. Pero cuando las armas callen, aunque sea un instante, podrá comprobarse que la ofensiva israelí habrá llevado más destrucción y muerte en tanto su política seguirá en el mismo punto muerto en el plano estratégico. Israel debe poner fin al círculo vicioso de provocaciones y represalias para emprender negociaciones destinadas a acabar con la ocupación.
El Gobierno de Olmert basa su operación en tres falacias: que Israel no inicia la violencia sino que se limita a responder para proteger a sus ciudadanos (en este caso, un soldado apresado); que se trata de una respuesta mesurada que no pretende dañar a la población general, y que no negocia con quienes califica de terroristas. No obstante, la ofensiva israelí no empezó hace escasas jornadas: el Gobierno, de tres meses de existencia, es responsable de la muerte de 80 palestinos o más, algunos niños, en el curso de ataques planeados como asesinatos carentes de base legal u otras acciones. Hamas ha guardado un cese el fuego unilateral durante los últimos 16 meses, pero los reiterados ataques israelíes han convertido las represalias palestinas en cuestión de tiempo.
Desde el inicio de la intifada en el 2000, repetidos ataques y asesinatos selectivos israelíes contra palestinos han agravado el clima de violencia y provocado muertes israelíes. Según el profesor estadounidense Steve Niva, estudioso de la intifada,muchos atentados suicidas palestinos desde el 2001 se han producido en represalia por los asesinatos israelíes, muchos de los cuales se llevaron a cabo cuando los palestinos reflexionaban sobre la conveniencia de una autoimpuesta moderación y control. Veamos tres ejemplos. El 31 de julio del 2001, el asesinato israelí de dos destacados militantes de Hamas en Nablús dio fin a casi dos meses de cese el fuego de Hamas, desembocando en el terrible atentado suicida de Hamas del 9 de agosto en una pizzería de Jerusalén. El 22 de julio del 2002, un ataque aéreo israelí contra un bloque de viviendas de la ciudad de Gaza acabó con la vida de un veterano líder de Hamas, Salah Shehada, y de 14 civiles, 9 de ellos niños, horas antes de una declaración unilateral de cese el fuego. Luego hubo un atentado suicida el 4 de agosto.
El 10 de junio del 2003, el intento israelí de asesinato del líder de Hamas en Gaza, Abdel Aziz al Rantisi, que le hirió a él y mató a 4 civiles palestinos, resultó en un atentado contra un autobús el 11 de junio que mató a 16 israelíes. Aunque las provocaciones de Israel no justifican los ataques suicidas, demuestran hasta qué punto el poder disuasorio israelí ha perdido su eficacia y por qué la fuente del terrorismo radica principalmente en su política de agresión y ocupación.
Difícilmente cabría calificar la destrucción israelí de infraestructuras palestinas de mesurada.La ofensiva israelí consiste en castigar, aplastar y disuadir con fuerza desproporcionada prescindiendo de los sufrimientos causados a la población civil. La asimetría en la potencia de fuego israelí y palestina no debe traducirse en asimetría en el valor de la vida israelí y palestina. Los palestinos han apresado a un soldado israelí, pero Israel mantiene en su cárceles a más de 9.000 palestinos, alrededor de 900 de ellos en régimen de detención administrativa;es decir, sin juicio. Algunos llevan más de tres años en prisión. Quienes en la comunidad internacional abogan por la liberación del soldado israelí han de considerar la cuestión de la penosa experiencia de mujeres y niños palestinos en cárceles israelíes.
El Gobierno israelí, como cualquier otro, está en su derecho y de hecho su deber de proteger a su pueblo, pero no a costa de un alto precio de la población palestina, la credibilidad de cuyo Gobierno descansa asimismo en la protección de su pueblo. El uso de la fuerza militar para atemorizar e intimidar a la población civil con fines políticos - en este caso, presionar a la ANP o socavar el Gobierno de Hamas- es la mismísima definición de terrorismo de Estado. En sus 39 años de ocupación, los intentos de Israel de reprimir o intimidar a los palestinos han resultado en su instigación y radicalización. ¿No es hora de que Israel modifique su forma de proceder?
En realidad, la dura respuesta israelí a la militancia palestina ha incrementado, no menguado, la amenaza sobre los israelíes. Si en el periodo 1978-1987, 82 israelíes resultaron muertos en atentados palestinos, esta cifra saltó a más de 400 el decenio siguiente. Y en menos de dos años de la segunda intifada (29/ IX/ 2000-29/ V/ 2002), más de 450 israelíes y 1.250 palestinos resultaron muertos, en su mayoría civiles de ambas partes.
Por último, y con relación a su rechazo a negociar con terroristas,los previos acuerdos de Israel con Hezbollah de Líbano dan cuenta de un cuadro distinto. El bombardeo israelí de los generadores eléctricos de Beirut y su operación Uvas de la Ira en 1996, que resultó en la matanza de Qana, no logró, como muchas otras operaciones, disuadir la resistencia libanesa, que en definitiva forzó a Israel a negociar a través de terceros con los calificados de terroristas islamistas y liberar a cientos de prisioneros libaneses y palestinos a cambio de los restos de los soldados israelíes muertos.
Nos guste o no, Hamas, al igual que Hezbollah, es la consecuencia de una ocupación opresora y no a la inversa. Por ello es de primordial importancia abstenerse del empleo de la fuerza para concentrar todos los esfuerzos en un término de la ocupación. De lo contrario, Israel no hará más que aumentar la popularidad de Hamas, empujándole de nuevo hacia la clandestinidad y el conflicto armado.
Toda esta historia aún sin final escrito demuestra lo irracional de la actitud unilateral como política viable y estable. Pero el Gobierno de Olmert se vale del apresamiento de un soldado para poner palos en las ruedas de las cuestiones relativas al histórico acuerdo entre Hamas y la ANP sobre un gobierno de unidad, el reconocimiento de hecho y las negociaciones con Israel. A menos que la comunidad internacional intervenga para detener la escalada y ayudar a alcanzar un término negociado de la ocupación, Occidente - para citar al primer ministro británico, Tony Blair- habrá de pagar un altísimo precio en sus relaciones con el mundo musulmán.