La guerra justa y la vida real

Por Noam Chomsky, profesor de Lingüística del Instituto Tecnológico de Massachusetts y autor del libro Failed States: The Abuse of Power and the Assault on Democracy (EL PERIÓDICO, 14/05/06):

Estimulada por estos tiempos de invasiones y de evasiones, la discusión sobre la guerra justa ha tenido un renacimiento entre expertos. Dejando de lado los conceptos, las acciones en el mundo real con frecuencia refuerzan la máxima de Tucídides: Los poderosos hacen lo que pueden, en tanto que los débiles sufren lo que deben. Y eso, no solo es injusto, sino que en la presente etapa de la civilización humana es una amenaza literal a la supervivencia de las especies.
En sus elogiadas reflexiones sobre la guerra justa, Michael Walzer describe la invasión de Afganistán como "un triunfo de la teoría de la guerra justa". Lamentablemente, en ese caso, como en otros, sus argumentos se basan fundamentalmente en premisas tales como "me parece totalmente justificado", o "yo creo" o "sin duda alguna". Se soslayan los hechos, incluidos los más obvios. Basta analizar lo ocurrido con Afganistán. Al comenzar el bombardeo en octubre del 2001, el presidente Bush advirtió a los afganos de que continuaría hasta que el Gobierno de Kabul entregara personas que EEUU presumía sospechosas de terrorismo. La palabra sospechosas es importante. Ocho meses más tarde, el director del FBI, Robert Mueller, dijo a editores y reporteros deThe Washington Post, acabada lo que podía haber sido la cacería humana más intensa de la historia: "Creímos que los responsables del 11-S estaban en Afganistán", y que había entre ellos "varios dirigentes de Al Qaeda". En cuanto a los que tramaron los atentados, "se reunieron en Alemania y tal vez en otras partes".
Lo que aún no resultaba claro en junio del 2002 tampoco podía ser conocido con certeza en octubre del 2001, aunque pocos dudaron de que fuese cierto. Tampoco yo lo dudé, si eso vale de algo, pero suposiciones y pruebas son dos cosas diferentes. Por lo menos, es justo señalar que las circunstancias plantean la cuestión de si bombardear a los afganos fue un ejemplo transparente de una guerra justa. Los argumentos de Walzer se dirigen contra objetivos no identificados, como los universitarios que son pacifistas. Él añade que el pacifismo es un mal argumento, pues considera que en ocasiones la violencia está justificada. Tal vez la violencia es legítima en algunas situaciones --yo lo creo--, pero creo que difícilmente es un argumento contundente en los casos reales.

Usando la lógica de la guerra justa o de la lucha antiterrorista, EEUU se exime de los principios fundamentales del orden mundial en los que ha desempeñado un importante papel a la hora de formularlos y de hacerlos cumplir. Tras la segunda guerra mundial fue instituido un nuevo régimen de leyes internacionales. Las referencias a las leyes de guerra están incluidas en la Carta de la ONU, la Convención de Ginebra y los principios de Núremberg, adoptados por la Asamblea General.

LA CARTA de la ONU prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza a menos de que sea autorizada por el Consejo de Seguridad o de que, bajo el artículo 51, sea en defensa contra un ataque armado hasta que actúe el consejo. En el 2004, un grupo de expertos de la ONU de alto nivel, entre los cuales figuraba el exasesor de Seguridad Nacional de EEUU Brent Scowcroft, concluyó que "el artículo 51 no necesita ni una ampliación ni una restricción de su alcance".

La directiva de Estrategia de Seguridad Nacional, de septiembre del 2002, en buena parte reiterada en marzo de este año, otorga a EEUU el derecho a llevar a cabo lo que denomina "guerra preventiva". Ese es el derecho puro y simple a cometer un acto de agresión. De acuerdo con el tribunal de Núremberg, la agresión es "el supremo crimen internacional, y solo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene en sí mismo el mal correspondiente a todos los demás". Por ejemplo, todo el mal en la torturada tierra de Irak surgido de la invasión de EEUU y del Reino Unido. El concepto de agresión fue definido con claridad por el juez del Tribunal Supremo de EEUU Robert Jackson, que fue el fiscal jefe estadounidense en Núremberg. El concepto fue repetido en una resolución de la Asamblea General. Un "agresor", señaló Jackson ante el tribunal, es un Estado que comete actos tales como "una invasión de sus fuerzas armadas, con o sin una declaración de guerra, del territorio de otro Estado". Eso se puede aplicar a la invasión de Irak.

TAMBIÉN son elocuentes las palabras del juez Jackson en Núremberg: "Si ciertos actos de violación de los tratados son delitos, se trata de delitos, sin importar que los cometan EEUU o Alemania. No debemos establecer una norma de conducta delictiva contra otros que no estemos dispuestos a invocar contra nosotros". Y en otro escrito dice: "No debemos olvidar nunca que el criterio con el que juzgamos a esos acusados es el criterio con el que la historia nos juzgará a nosotros. Pasar a esos acusados un caliz envenenado es ponerlo también en nuestros labios".
Para el liderazgo político, la amenaza de adhesión a esos principios y al imperio de la ley en general es realmente arriesgado. O debería serlo que alguien osara desafiar "la implacable y solitaria superpotencia, cuyo liderazgo intenta moldear el mundo según su propio y contundente punto de vista", como señaló Reuven Pedatzur en el diario Haaretz en mayo del 2005.

Permítame el lector señalar un par de verdades simples. Una, que las acciones se analizan de acuerdo con el alcance de las posibles consecuencias. Otra, que debemos aplicarnos los mismos estándares que aplicamos a los otros, o aún más estrictos. Además de ser verdades de perogrullo, esos principios son la base de una teoría sobre la guerra justa que merezca ser tomada con seriedad.