La guerra que no existió

Al parecer durante los últimos cincuenta años, España ha combatido una guerra contra ETA y la mayoría de los españoles no nos hemos enterado. Si no llega a ser por estos alegres mediadores, que han montado una conferencia a medida de los terroristas en San Sebastián, nosotros hubiéramos seguido sin saber que aquí ha habido un conflicto entre dos bandos, que ellos han venido oportunamente a arreglar en un periquete. En cinco breves puntos, que vienen a decir lo mismo, nos explican como hacer una genuflexión ante ETA sin que se nos vea el trasero. Estos notarios de la falsa paz olvidan un pequeño detalle, que para firmar este armisticio que con tantas prisas nos quieren colocar, hacen falta esos bandos, esa guerra, esas trincheras, y todos esos elementos que aquí no aparecen por ninguna parte, simplemente porque no han existido.

Por lo que yo sé, mi hermano y su mujer no venían de la guerra, sino que iban tranquilamente a casa donde les esperaban sus tres hijos, a los que no verían nunca más porque tres terroristas les esperaban para tirotearlos por la espalda.

Por eso, señores defensores de la falacia, tengo la fuerza moral para decirles que si en España no ha habido una guerra ha sido porque las víctimas nunca han respondido ni a los tiros, ni a los secuestros, ni a las amenazas. No se han tomado la justicia por su mano, no por falta de ganas, sino porque creían en la Justicia, confiaban en sus gobernantes y querían salvar esa democracia que los españoles hemos construido juntos. Por eso no ha habido más respuesta, por parte de quienes han pagado el precio más alto, que voces de libertad y manos blancas abiertas hacia el cielo, en un gesto de esperanza y de reconocimiento hacia quienes deberían velar por sus legítimos derechos de justicia y dignidad. Por eso no le han plantado nunca cara a ETA, lidiando solos el difícil toro del dolor diario, de la soledad y reservando el valor para afrontar la vida con esperanza. Por ello, quienes supuestamente vienen a ayudar y hoy nos saludan desde el balcón, orgullosos de su papelito redactado a la medida de un gobierno oportunista y de unos asesinos, que con mil muertos a cuestas quieren jugar a hacer política, deberían haberse parado a hablar con quienes les habrían contado la verdad, esa que no quieren saber. Quizás hubieran conocido la verdadera historia de este mal llamado conflicto, que nada tiene que ver con la que ellos están queriendo escribir en esta «Conferencia del olvido».
¿Cómo podemos aguantar sin rebelarnos que vengan a decirnos que todas las partes tienen que salir de estas conversaciones creyendo que han ganado? ¿Es que nos hemos vuelto locos? Yo no, y no quiero que ETA crea que ha ganado porque bastante le hemos dado ya como para darles hoy —porque nos lo impongan unos personajes que han dejado el honor en el camino— lo más valioso que nos queda: el saber que los nuestros eran mejores que quienes los asesinaron.

En mi nombre, en el de mi madre, en el de mis sobrinos y en el de todos los que no renuncian a la justicia, voy a escribir yo también una resolución, exigiendo a ETA que entregue las armas y que renuncie a todas sus exigencias de amnistía para sus presos. Y si no es mucho pedir, les diría a Bildu y demás derivados etarras que vayan preparando las maletas para irse de donde nunca debieron entrar. Seguramente nadie hará caso de esta justa reivindicación, porque no viene respaldada por ningún secretario general de la ONU, ni ningún ex terrorista, metido a héroe irlandés. Aunque no deja de ser chocante y sospechoso que a esta fiesta del fin de ETA no hayan sido invitadas las víctimas.

Por Teresa Jiménez-Becerril, diputada en el Parlamento Europeo por el PP.

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