La guerra y sus sorpresas

El viernes se cumplirá un año del ataque de Putin a Ucrania. Puede divagarse sobre los motivos del presidente ruso, aunque hay algo irrebatible: en pleno siglo XXI una nación de 140 millones de habitantes invade otra de 40 con objeto de hacerla desaparecer del mapa.

La guerra ha traído algunas sorpresas.

La primera la experimentó Putin: los ucranianos no lo recibían con regocijo, contentos de que Rusia los librase de un ‘gobierno nazi’, le ofrecieron feroz resistencia causándole abundantes bajas. Y Europa, a pesar de ser rehén del gas ruso, no se dividió, ayuda militarmente a Ucrania siguiendo al gran donante, Estados Unidos. Estas son las conocidas pero ha habido otras sorpresas.

La guerra y sus sorpresasLas reiteradas sanciones de Occidente a Rusia han hecho poca mella hasta ahora. Washington anunció que la invasión tendría un efecto devastador sobre la economía rusa. No ha sido así. La economía del invasor va a crecer este año más que la alemana o la británica, Moscú ha aumentado espectacularmente la producción de armamento, el rublo ha subido con respecto al dólar y, a pesar de la reducción en las compras, Europa ha adquirido gas, petróleo y carbón rusos por valor de 150.000 millones de dólares desde el ataque.

La invasión de Ucrania ha resultado ser mucho más difícil de lo que Putin pensaba, pero tampoco las sanciones aplicadas a Rusia por Occidente han sido tan eficaces como se suponía

La ONU ha mostrado su penosa impotencia ante la tropelía de Putin. El Consejo de Seguridad no pudo actuar porque Rusia vetó incluso la discusión del tema. La Organización mundial muestra sus vergüenzas: es impotente para abordar un asunto gravísimo si afecta a uno de los cinco grandes. La Asamblea General condenó abrumadoramente la fechoría, 144 de 193 países lo hicieron, pero sus resoluciones no son obligatorias. Putin se ríe de ellas.

En contra de lo que se esperaba, un buen número de países, incluso entre los que han criticado a Rusia, se niega a adoptar ninguna medida de sanción contra el agresor, e incluso compran ahora mucho más a Putin: China, India, Irán Turquía, más de media África… no quieren tomar partido. Países que agrupan al 68% de la población mundial no censuran al invasor o se lavan las manos. El brasileño Lula es un buen ejemplo: hay que ser neutral para ayudar a lograr la paz. Piadosa intención. Me pregunto cómo reaccionarían él o el preclaro López Obrador, que acaba de dar la máxima condecoración mejicana al presidente de Cuba, si Estados Unidos invadiera Cuba o repitiera con Méjico lo que hizo en el siglo XIX, declararle una guerra injusta y sustraerle California, Tejas, Arizona, etc. El paralelismo con Rusia y Ucrania –nación poderosa que con justificaciones arteras intenta subyugar a una más pequeña– es asombroso.

En Occidente las tibiezas verbales de algunos han dado paso a más determinación. Macron transitó de su "no hay que humillar a Rusia" a "hay que darle garantías de seguridad" y, ahora, al más comprometido de "Rusia no debe ganar". El alemán Scholz, con todo, concede licencia para que varios gobiernos puedan ceder ‘sus’ tanques a Ucrania, pero advierte del peligro de "pujar por darle material al país invadido". El húngaro Orbán no se une a las sanciones. El Reino Unido y España aportan otras dos posturas. Londres, aunque fuera de la Unión Europea, dice que la invasión la sufre toda Europa, que si se deja ganar a Putin recompensamos al agresor que da un golpe a la democracia; se vuelca enviando material bélico a Ucrania. Nuestro Gobierno fantasea su apoyo aunque a la hora de la verdad su ayuda militar sea de las más ridículas.

No menos curiosa es la incógnita de la población rusa. ¿Cuántos rusos creen que Rusia, al invadir, está luchando una guerra defensiva? Bastantes, lo que lleva a juristas de diversas latitudes a concluir que a la hora de pedir responsabilidades Putin no puede ser el único culpable. Alemania asumió colectivamente su culpa en 1945, en Rusia no debería asumirla una sola persona.

Y en Europa todavía se duda sobre hasta qué punto implicarse en la ayuda a Kiev

El futuro es vidrioso. Putin, en la mejor tradición rusa, no tiene remilgos con que 800 soldados rusos mueran al día; tampoco invadió para implantar el comunismo, la rivalidad ahora no es ideológica sino de esfera de influencia. De ahí sus exigencias: Ucrania no debe entrar en la OTAN y la Alianza debería replegarse a los límites de hace veinticinco años.

Occidente tiene un dilema, dado que solo ayudando al indomable Zelenski Ucrania podrá resistir: ¿admite que un país que limita con cuatro pertenecientes a la OTAN deba renunciar a integrarse en ella aunque lo quieran sus ciudadanos? ¿No recuerda un poco el oprobio de Múnich en 1938 con Hitler? Europa, entre bastidores, seguirá debatiéndose entre tirar la toalla y sugerir a Zelenski que ceda algo de su territorio; o, como decía un editorial de ‘Le Monde’, asumir que "hay que adaptar las frases solidarias a los hechos". Serio dilema.

Inocencio F. Arias, diplomático.

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