La herencia de Txiberta

En la primavera de 1977 tenía lugar en el hotel Txiberta de Anglet (Iparralde) una cumbre para fijar una posición unitaria de todas las fuerzas políticas vascas cara a las primeras elecciones democráticas. Ya desde el principio, las posiciones fueron irreconciliables. Por una parte, ETA(m), con el apoyo de lo que después sería HB, defendía la no participación mientras no se decretara una amnistía general y se reconociera el derecho de autodeterminación y el principio de territorialidad. Por otra, el PNV había decidido participar en las elecciones sin condiciones previas. En un momento dado, José Miguel Beñarán, Argala, puso la pistola encima de la mesa y proclamó: "La lucha armada se acaba aquí si hay un acuerdo que nos permita abrir una negociación como pueblo con el Gobierno español". No había posibilidad de acuerdo, porque para el PNV la cumbre era para participar en las elecciones bajo un mismo denominador común de carácter nacionalista y, en todo caso, para negociar paralelamente una amnistía total, pero nunca para imponer unas condiciones imposibles al Gobierno de Adolfo Suárez.

La intransigencia de ETA(m) en Txiberta puso punto final a cualquier tipo de acuerdo entre las fuerzas políticas vascas divididas por la barrera infranqueable de la violencia: de un lado, el PNV y el resto de fuerzas (incluidas Euskadiko Ezkerra y ETA(p-m), que dejaría las armas en los inicios de los 80), que apostaban por el nuevo marco democrático; del otro, ETA(m), que decidía no participar en las primeras elecciones y "dar unas cuantas bofetadas". Así pues, a partir de 1977 lo que separará radicalmente a ETA del resto de fuerzas será la no aceptación del marco democrático surgido de la transición, y la reafirmación en la lucha armada: antes, contra la dictadura; después, con mucha más intensidad, contra una democracia que no reconoce la soberanía del pueblo vasco; siempre contra el Estado español que priva al pueblo vasco de sus libertades. ETA se autoproclamaba así como la vanguardia del movimiento de liberación nacional vasco y pretendía practicar una violencia defensiva en respuesta a "la violencia original y ofensiva del Estado español". Desde entonces, poco o nada ha variado este análisis y ETA sigue autoerigiéndose hoy en la voz irreductible de un pueblo vasco que logrará la autodeterminación y la unificación territorial a través de la lucha armada.

En tres décadas de terror, ETA ha construido un imaginario (presos, exiliados, muertos, interpretación sesgada del pasado...) basado en la lucha contra el imperialismo español y francés (aunque se ha cuidado mucho de atentar en el santuario francés). Y ha logrado, sobre todo, que este imaginario sea compartido acríticamente por una amplia base social que parece inmune a todas las contradicciones: renuncia a participar en las elecciones de 1977 pero tiene una intensa participación institucional posteriormente.

Asimismo, el apoyo electoral del entorno de ETA no se puede menospreciar. En las elecciones al Parlamento español, la media de este apoyo ha sido del 15,3%, con un máximo del 17,8% en 1986 y un mínimo del 12,5% en 1996 (posteriormente no se presentó); en el Parlamento vasco, ha sido del 15,5%, con un má- ximo del 18,7% en 1988 y un mínimo del 9,3% en el 2001 (las elecciones con más participación, convertidas por el PP en un plebiscito contra Ibarretxe); y en las municipales, la media fue del 16,8% entre 1979 y 1999 (del 13,5% si se incluyen las del 2003, en que las listas fueron anuladas, y las del 2007, en que ANV solo se pudo presentar en 97 municipios, y obtuvo el 7,6% de los votos), con un máximo del 19,9% en 1999 y un mínimo del 13,7% en 1983.

No hay duda de que hoy ETA está más debilitada que nunca y de que la sociedad vasca rechaza vehementemente la violencia. Sin embargo, esta legislatura ha dado mucho juego a la banda terrorista. Por una parte, la actitud irresponsable del PP ha situado a ETA en el primer plano de la agenda política española, cosa que ha contribuido a reavivar su imagen justo cuando pasaba por su momento más bajo. Por otra, la ilegalización de ANV y del PCTV, sin duda ajustada a la ley, es un error político que ETA intentará capitalizar en los próximos años, acentuando el victimismo (la supuesta persecución del pueblo vasco) y su papel de vanguardia revolucionaria de este pueblo. Las detenciones de Pernando Barrena, el 4 de febrero, y de 14 dirigentes de Batasuna el domingo por la noche, no parece tampoco que vayan a contribuir a calmar las cosas.

Para los incondicionales de la violencia, se reafirma la tesis acuñada en la transición: la lucha no es contra la dictadura o la democracia, sino contra un Estado español que tiene como objetivo destruir el pueblo vasco. Por desgracia, a partir de ahora no será posible saber cuál es el apoyo social de Batasuna, y ETA lo aprovechará para arrogarse una representación que nadie le ha dado, pero que en el imaginario de su entorno se presentará como un apoyo mayoritario y patriota.

Mal asunto, porque a partir de ahora habrá que hacer frente al fantasma de una Batasuna que en las últimas tres décadas ha gozado de un apoyo electoral situado siempre en torno al 15% de los votos. Un error propiciado, tal vez, por una oposición que nunca ha apoyado la política antiterrorista del Gobierno y que, a la vista de la campaña electoral de Euskadi del 2001, seguramente busca algo más que acabar con el terrorismo.

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea.