La historia de un matrimonio

Escribe Borges que hay dos historias que han sido y siempre serán contadas: la de un hombre crucificado y resucitado; y la de un hombre que, tras una guerra que duró una década, regresa a casa, tras otros muchos años de viajes por el mar, aventuras, embrujos y desastres varios. Yo creo que hay una tercera, aunque en parte sea asimilable a la segunda: la del hombre que se va de su casa y, pasados muchos años, regresa, pero solo para desaparecer todavía más en la insignificancia y en la ausencia interior. Regresa para ser todavía más paria, más nadie. Paria en todas partes, en la vida y en el universo. Una historia ésta narrada por grandes escritores, desde el Wakefield, de Hawthorne, su fundador, hasta el reciente Señor Kreck, de Prenz.

Una historia que obsesiona a Javier Marías -un extraordinario narrador, un grande en el sentido más absoluto- en muchos de sus libros y también en éste último: Berta Isla es una obra maestra, como la novela que la precede y a la que se refiere, Tu rostro mañana, en la que la trama misteriosa se entrelaza con la historia material e interior del protagonista -también diferida, ralentizada, interrumpida y retomada- en una espiral que acrecienta el conocimiento, pero también la oscuridad que la envuelve. Marías es un maestro en el arte de contar la mezcla de cotidianidad y de pasión, de misterio y de banalidad, de secreto y de insinuación. Uno de sus grandes temas, también en esta novela, es el matrimonio, en el que por excelencia se encuentran y se entrecruzan amor y desamor, cercanía y ausencia, secreto y abandono.

La historia de un matrimonioEl matrimonio es la forma por excelencia del desenmarañamiento del tiempo y de su suspensión. El tiempo es otro de los temas esenciales de sus libros. Tiempo compartido y tiempo desgarrado y desconocido, que parece dejar sus jirones por aquí y por allá. Tiempo que resulta el desconocido rostro de la persona amada como será mañana. Tiempo en el que el rostro tierno de un niño puede convertirse en el rostro de Hitler.

Cualquier momento es un tejido impalpable de muchos futuros, de los que algunos podrán realizarse y otros permanecerán potenciales, pero no menos reales en sus imprevisibles posibilidades latentes. La continuidad del matrimonio es un tejido épico de muchos futuros posibles. La grandiosa obra narrativa de Marías es la historia de tu rostro mañana y de lo que significa la amenaza de éste último en la gama de todas sus diversas posibilidades; en el presente, en el que continuamente tantos horizontes posibles se delinean, son descartados y desaparecen no sin dejar huella de lo que habría podido pasar porque incluso ese lado del destino estaba inscrito potencialmente y la novela es la narración de lo que fue, pero también de aquello que estaba latente en los acontecimientos y que permanece en ellos.

Al igual que Musil, también Javier Marías -aunque en sentido diverso, más épico y más novelesco- narra la realidad, las posibilidades germinales que hay en ella y, cuando el conocimiento de la susodicha realidad se torna incierto, las ilaciones sobre lo que pudo, puede o podrá acaecer. Marías narra "aquello que habría podido pasar y no pasó". Como en Tu rostro mañana, Valerie, la mujer suicida de Peter Wheeler -personaje que aparece también en Berta Isla- no fue su compañera en la vejez. Pero vive a su lado, ya viejo, con esta ausencia, que se convierte también ella en una historia.

Además, Berta Isla es la historia del matrimonio entre la protagonista, cuyo nombre da título a la novela, y Tomás Nevinson. Ella, española de Madrid; y él, español e inglés, por sus estudios en Oxford, lugar legendario de la ciencia y del espionaje despiadado que, tras una trampa mortal, lo resituará en la existencia -anónima, oscura y por encima del bien y del mal- de un agente secreto, en la red de los servicios secretos. En esta estructura la lucha contra el mal no se distingue del mismo mal y el individuo ya no es nadie. No existe ni se pertenece a sí mismo.

Para combatir eficazmente al enemigo -aunque habría que saber qué enemigo-, el infiltrado debe convertirse en uno de los suyos, en un enemigo de su propio país y del mundo que debe defender. Para descubrir el secreto del enemigo, debe conseguir su confianza y sólo puede hacerlo proporcionándole preciosos secretos de su propio país. Así, se convierte en un traidor por fidelidad, con el riesgo de perder el sentido de cuál es realmente su bando y, por lo tanto, su persona.

La defensa del Reino -así suena el nombre casi místico de una actividad a menudo criminal, que despersonaliza el individuo y lo priva de su identidad- no es sólo la defensa del Reino Unido o de Occidente (estamos en la era de la Guerra Fría, de la guerra de las Malvinas y del IRA), sino que es también la expresión de un culto oscuro, totalizador y lleno de misterios, respecto a los cuales la persona no es nadie, no tiene sus propios valores, ideales o sentimientos y, por lo tanto -como se dice una y otra vez- no existe, no es.

Gran lector de Shakespeare, que le ha proporcionado algunos títulos para sus novelas, Marías transforma la duda hamlética entre ser o no ser en la constatación de ser y no ser. Con la coherencia del gran narrador, no nos cuenta que es lo que hace exactamente Tomás, convertido en Tom o en tantos otros nombres y personalidades. Sólo nos lanza insinuaciones furtivas, pero cortantes como puñales, así como alusiones terribles a historias no contadas explícitamente.

Berta Isla es, ante todo, la historia de un matrimonio -en principio, un matrimonio como tantos otros-, entre dos jóvenes casi estudiantes que se desenvuelven con normalidad. Dos seres banales. El camino nebuloso que tomará Tomás-Tom se notar en la niebla en la que desaparecerá para todos, incluida su mujer, durante períodos cada vez más largos. Al final, la declaración de su presunta muerte se revelará dramáticamente falsa.

Esas ausencias misteriosas revelan el alejamiento que se insinúa entre marido y mujer, cada uno de los cuales tiene del otro un conocimiento, incluso material, cada vez más lagunoso, lo que les hace vivir en una soledad absorta. Pero el genio de esta novela hace que tal lejanía, de por sí misteriosa y espectral, aparezca como la recíproca y creciente dificultad de conocer a fondo al otro y de compartir a fondo con él o con ella la vida, dificultad que se refiere o puede referirse a casi todas las parejas. No porque el amor se apague o porque, según la trillada banalidad, no pueda durar en el tiempo. Se trata de que la vida se oxida y al que la vive, se infiltra hasta apagar la respiración y el corazón. Pero la vida no acaba con el amor, sino que vela su llama.

Lo demuestra el espléndido final, impactante en su ambigüedad y en la aparente falta de brillo de las cosas y de los sentimientos, cubiertos de estratos de arena, pero todavía calientes y vivos. Redes que unen para siempre aunque tengan agujeros en varios sitios. Claros que se abren en la oscuridad, pero en una oscuridad menos potente que el hecho de estar juntos.

Quizá porque, como dice a menudo Marías, lo que no se dice, lo que no se cuenta, no existe y, por consiguiente, ni siquiera hace daño. Creo que se trata de uno de los ejes de su visión del mundo y de la literatura. Contar -no sólo en las páginas de una novela, sino también a voces, hablando- significa dar vida a aquello que se narra. Esto forma parte de su generación y de su partida de nacimiento.

Lógicamente, no siempre la vida es un bien o transcurre bien. Y Marías posee toda la fuerza, la aspereza y la dureza para colocarnos delante de los ojos y en el corazón la crueldad de la existencia. El autor echa la red en un ilimitado piélago indistinto y la saca llena de historias y de Historia, dándose cuenta de que también él se ha vuelto diferente. Se ha vuelto otro.

Y es que, para un escritor, cada libro es -como toda experiencia- una cicatriz, un nuevo pliegue del alma, un gesto de ternura o de frialdad en la mirada. También la escritura concurre a nuestro rostro mañana.

Claudio Magris es escritor y traductor, y profesor de la Universidad de Trieste (Italia).

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