¿La historia nuclear se repetirá en Corea?

Cuando tenga lugar la primera cumbre del presidente chino, Xi Jinping, con el presidente norteamericano, Donald Trump, en la lujosa casa de Trump en Florida, Mar-a-Lago, al menos parte de la discusión indefectiblemente se centrará en uno de los lugares más empobrecidos del mundo: Corea del Norte. A pesar de más de dos décadas de negociaciones irregulares, el programa de armas nucleares de Corea del Norte está empujando al mundo hacia un punto de inflexión estratégico muy parecido al que Occidente experimentó hace 60 años, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en Europa.

Estados Unidos y sus aliados sortearon con éxito el desafío de Europa en el siglo XX sin ir a una guerra. Pero para lograr un éxito comparable en el este de Asia hoy, Trump debe persuadir a Xi de adoptar una política diferente frente a Corea del Norte.

Cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se convirtieron en rivales después de la Segunda Guerra Mundial, cada uno tenía su propia manera de disuadir al otro de un ataque. La Unión Soviética tenía -o, en general, se creía que tenía- una gran ventaja en fuerzas no nucleares, que el Kremlin podía utilizar para conquistar Europa occidental. Estados Unidos, con su monopolio de armas nucleares, podía lanzar un ataque con misiles desde Europa en territorio soviético.

Luego, en 1957, el lanzamiento del Sputnik dejó en claro que la Unión Soviética pronto podría lanzar un ataque nuclear en territorio norteamericano, poniendo en tela de juicio la efectividad de la disuasión estadounidense. ¿Era creíble que, en respuesta a un ataque en Europa occidental, Estados Unidos le fuera a declarar la guerra a la Unión Soviética, invitando así a un ataque nuclear en su propio territorio? Estados Unidos y sus aliados tenían cuatro soluciones posibles para este problema nuevo y peligroso: prevención, defensa, proliferación y disuasión.

La prevención -un ataque a las armas nucleares de la Unión Soviética- habría desatado la Tercera Guerra Mundial, una perspectiva claramente poco atractiva. Y, a medida que crecía el arsenal nuclear soviético, el gobierno de Estados Unidos descartó la defensa contra un ataque con misiles: como no podía desviar cada explosivo nuclear entrante, sería más seguro si ningún bando intentara construir defensas de misiles balísticos. La administración del presidente Richard Nixon por lo tanto negoció y firmó el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM) entre la Unión Soviética y Estados Unidos en 1972, prohibiendo efectivamente ese tipo de sistemas.

La tercera opción, la adquisición de armamentos nucleares por parte de países potencialmente amenazados, se basaba en la suposición de que un gobierno estaría dispuesto a utilizar esas armas para defender su propio país, si no otro. El presidente francés Charles de Gaulle invocó esta lógica para justificar el programa de armas nucleares de su país, aunque también tenía otras razones para querer que Francia se uniera al "club" nuclear. Según esta lógica, sin embargo, Alemania occidental también necesitaba un arsenal nuclear y, dada la historia del siglo XX de Alemania, nadie, mucho menos los alemanes, deseaba ese desenlace.

De modo que Occidente optó por reforzar el status quo y Estados Unidos buscó mejorar la credibilidad de su política de disuasión en Europa diciendo, públicamente y con frecuencia, que en efecto defendería a sus aliados, a pesar del riesgo de que esto condujera a un ataque en su propio territorio. Estados Unidos respaldó su postura desplegando armas nucleares en el continente europeo y apostando tropas en las primeras líneas en Alemania como un "sistema de detección de intrusiones": un ataque allí provocaría la participación de Estados Unidos en cualquier guerra que pudiera iniciar el bando comunista. Esta estrategia funcionó: por diferentes motivos, la Unión Soviética nunca lanzó un ataque de ningún tipo dirigido hacia el oeste.

Seis décadas después, un desafío similar se asoma en la Península de Corea. Desde el fin de la Guerra de Corea en 1953, la presencia militar de Estados Unidos ha ayudado a disuadir un ataque norcoreano en el Sur, mientras que el Norte comunista también ha disuadido a Estados Unidos: sus masivos despliegues de artillería en la zona desmilitarizada que divide la península podrían devastar la capital de Corea del Sur, Seúl, con sus diez millones de habitantes, en represalia por cualquier ataque estadounidense.

El programa de armas nucleares de Corea del Norte amenaza con alterar ese equilibrio, dándole a su régimen, a través de los misiles balísticos de largo alcance que está probando, la capacidad de atacar la costa oeste de Estados Unidos, planteando así una nueva versión de un antiguo interrogante: ¿Estados Unidos pondría en riesgo a Los Ángeles para proteger a Seúl? Estados Unidos y sus aliados asiáticos tienen las mismas cuatro opciones que tuvo la Alianza Atlántica hace 60 años.

Pueden intentar convivir con los misiles nucleares de largo alcance norcoreanos, confiando en la disuasión. La paz, y la seguridad de millones de norteamericanos, dependería entonces de la prudencia y la racionalidad del dictador de 33 años de Corea del Norte, Kim Jong-un, un joven al que le gustan las ejecuciones grotescas de familiares y colaboradores cercanos.

En el pasado, a los expertos en seguridad nacional de Estados Unidos un desenlace de esta naturaleza les parecía inaceptable. En junio de 2006, William Perry, ex secretario de Defensa, y Ashton Carter, futuro secretario, sostuvieron en The Washington Post que si Corea del Norte desplegaba en su territorio un misil nuclear capaz de atacar a Estados Unidos, Estados Unidos debería atacarlo y destruirlo.

Pero, como el status quo, atacar el arsenal nuclear de Corea del Norte conllevaría enormes riesgos. Un ataque de esas características probablemente desataría una segunda Guerra de Corea. El Norte sin duda perdería y el régimen colapsaría, pero probablemente no antes de infligir un daño terrible a Corea del Sur, y quizá también a Japón.

Al haberse retirado del Tratado ABM, Estados Unidos ya ha comenzado a desplegar sistemas de defensa con misiles, con la esperanza de acabar con un ataque nuclear de pequeña escala (aunque no un ataque masivo del tipo que podría lanzar Rusia). Esta opción también conlleva riesgos graves. En la medida que crezca el arsenal nuclear norcoreano, la efectividad de la defensa con misiles se verá reducida. Inclusive una explosión nuclear en Estados Unidos, Corea del Sur o Japón sería una catástrofe.

Si los países del este de Asia llegan a dudar de la credibilidad del compromiso de Estados Unidos con su defensa -y Trump ya dejó en claro sus reservas sobre las alianzas estadounidenses-, pueden construir sus propias armas nucleares, como hizo Francia. Japón, Corea del Sur y Taiwán, sin duda, son capaces de hacerlo y rápido.

Pero un este de Asia donde varios países tuvieran armas nucleares no necesariamente sería estable. A diferencia de Europa durante la Guerra Fría, tendría varias potencias nucleares, no sólo dos; y algunas de ellas carecerían de la capacidad de una "destrucción asegurada" -es decir, la capacidad de absorber un ataque nuclear y aun así infligir un daño devastador al atacante-. Sin esa capacidad, un país con armas nucleares tiene un incentivo mucho mayor del que tenían Estados Unidos y la Unión Soviética para lanzar un primer ataque ante la sospecha de que será atacado.

Disuasión, prevención, defensa y proliferación; ninguna de las cuatro respuestas posibles para el progreso del programa nuclear norcoreano inspira confianza. Pero una diferencia importante entre el este de Asia del siglo XXI y la Europa del siglo XX crea la posibilidad de evitar las cuatro: China está en posición de ejercer una fuerte presión en el origen de la amenaza nuclear.

Casi todos los alimentos y el combustible de Corea del Norte provienen de la vecina China. Pero, a pesar de su oposición al programa de armas nucleares de Corea del Norte y su falta de entusiasmo por la dinastía Kim, el gobierno chino hasta ahora se abstuvo de ejercer presión amenazando con cortar el sustento del Norte. Un temor mayor de China es el colapso del régimen de Kim, que enviaría una ola de refugiados no deseados a través de su frontera y podría crear un vecino nuevo e indeseado: un estado coreano reunificado aliado con Estados Unidos.

Si bien los chinos pueden tener buenos motivos para preferir el status quo en la Península de Corea, seguir consintiendo las ambiciones nucleares del liderazgo norcoreano es una opción riesgosa. China podría descubrirse rodeada de estados con armas nucleares poco amigables, o con una guerra cruel en su frontera, o tal vez ambas cosas.

Trump debería enfatizar este punto cuando se reúna con Xi. Por lo menos, el progreso nuclear de Corea del Norte, a menos que China tome medidas para frenarlo, hará que el este de Asia sea un lugar mucho más peligroso para todos, incluidos los propios chinos.

Mark Twain observó que todos hablan del tiempo, pero nadie hace nada al respecto. Eso fue lo que pasó con el programa de armas nucleares de Corea del Norte durante casi 25 años. Tal vez no pueda seguir siendo así por mucho tiempo más.

Michael Mandelbaum is Professor Emeritus of American Foreign Policy at The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies and the author, most recently, of Mission Failure: America and the World in the Post-Cold War Era.

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