La hora de la política

Estamos asistiendo a un desagüe de ocurrencias a cuento de la complicada situación nacida de las urnas del pasado 20 de diciembre. Algunas personas a las que admiro han propuesto salidas más o menos chocantes para desbloquear el camino hacia la formación de un Gobierno. Habría que dar tiempo al tiempo y ver si, de verdad, ese bloqueo existe. Ya se ha visto en el caso catalán que cuando se acerca la posibilidad de nuevas elecciones las partes implicadas llegan a acuerdos sensatos o no; ahora no se trata de determinar su grado de sensatez sino la propia posibilidad de que se acuerde.

En pocos días en dos artículos de ABC se colocaba al Rey en la tesitura de resolver por su propia iniciativa el entuerto político. En uno de ellos, firmado por Ignacio Camuñas, instándole a proponer como presidente del Gobierno a Felipe González, por su cuenta y riesgo. ¿Por qué? No eran de peso ninguno de los motivos que se daban, y podría decirse que respondían a la simpatía del autor. Si el artículo lo hubiese firmado otra persona, el nombre propuesto hubiese sido distinto con parecidas argumentaciones a las aducidas para el caso de González que, como todo político de larga trayectoria, tiene sus luces y sus sombras.

En otro artículo, debido a los profesores Sagardoy y Ariño, bajo el título «La hora del Rey» se pone ante el titular de la Monarquía y de la Jefatura del Estado nada menos que una decisión protagonista para la solución de un problema que se considera plural, de gran calado institucional, que se da como aceptado por todos desde un diagnóstico sobre tres grandes cuestiones, la tercera de las cuales –la reformulación del modelo territorial reconociendo la singularidad de algunos territorios– no goza ni mucho menos de esa generalizada aceptación que los autores suponen. Otras de las grandes cuestiones propuestas –como por ejemplo «reconstruir el Estado»– admiten más de un planteamiento profundo no desde luego de generalizada coincidencia entre las fuerzas políticas.

Creo que la convocatoria a los diferentes partidos políticos que se solicita de la Corona no ha dejado de existir nunca. Tanto Juan Carlos I cuando le tocó como Felipe VI han respondido de forma exquisita a su papel constitucional. Es obvio que el Rey Juan Carlos tuvo un indudable protagonismo en la Transición de la dictadura a la democracia. La historiografía recoge cientos de obras que avalan tal protagonismo, pero no podemos olvidar, y ello afianza y engrandece su regia tarea, que desde el mismo momento de su acceso al trono la trayectoria del entonces nuevo Rey supone una continuada cesión al pueblo español de los poderes recibidos, que eran amplísimos. Todos los pasos, de la Ley a la Ley, hasta la aprobación de la Constitución, son puntales en el camino de la recuperación de los derechos y libertades, en definitiva de un ámbito de convivencia democrática. Un cambio de paso prudente pero radical en su desembocadura. En aquellas circunstancias especiales el Rey Juan Carlos adquirió un protagonismo singular que hoy, desde la Constitución, a mi juicio ni necesita la Nación ni debe buscar el Rey Felipe VI.

No creo que sea la hora de las ocurrencias, de sacarse de la manga nombres ajenos a la realidad de cada día nada menos que para ocupar la presidencia del Gobierno de España, una de las primeras economías de Europa. Ni creo que sea la hora de poner al Rey ante el pueblo español como el mago que llegue con su varita mágica para convocar singularmente a los políticos a arreglar sus problemas. Los políticos ya están convocados por el pueblo español desde las urnas del pasado 20 de diciembre y en este momento, como corresponde tras cualquier celebración de elecciones generales, el Rey tiene el papel constitucional que le corresponde.

No sería bueno que ante un fracaso de los políticos alguien en algún momento pudiera ni de lejos, ni en una mínima parte, achacárselo al Rey. Los que tienen que resolver la situación sobrevenida tras las urnas del 20 de diciembre son los políticos. Ellos decidirán si hay que abrir un proceso constituyente o es un disparate, si debe reformarse la Constitución y hasta qué punto, si el modelo territorial exige retoques o no, para que, como alguien dice, una parte de España se sienta más cómoda, como si la Nación fuese un sofá. Y luego el pueblo soberano pondrá a cada decisión y a cada político en su lugar.

Es la hora de la política y de los políticos con altura de miras. El momento en que se retratan los hombres de Estado y los políticos de aluvión. Los que se mueven por el interés enano y de corto recorrido y los que son capaces de una visión de Estado. El viejo dicho, atribuido a tantos, de quienes son capaces de pensar en la próxima generación frente a quienes sólo piensan en las próximas elecciones.

Siempre es la hora del Rey pero, tras esta obviedad y en esta coyuntura, son los políticos quienes han de deshacer el nudo, a ser posible sin cortarlo.

Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

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