La hora de la sensatez

Para ganar unas elecciones hay que actuar como hacen los que las ganan: con objetivos de calidad y rezumando cercanía. Ello obligaba al PP, en esta campaña, a hacer lo correcto: ambición, autocrítica, pedagogía, mucha comunicación, y también a pedir disculpas porque su eficacia ha sido traumática.

Los populares han cometido muchos fallos: no reducir apenas las administraciones públicas, enemistarse con los pro vida y con las víctimas del terrorismo, suprimir la televisión valenciana –que hablaba bien de ellos– y financiar la catalana –que les ponía a caldo–, moverse torpemente en el barrizal de la amnistía fiscal y en las corruptelas de algunos afiliados, menospreciar a rivales refiriéndose al «Naranjito» o «al Coletas»... No obstante, y a pesar de que su sutileza ha sido escasa, su labor ha sido positiva, e incluso ciclópea. Sus fallos han sido más de ausencia de empatía que de reflexión, pero suficientes para provocar rechazo. Se va a necesitar sensatez para olvidarlos y más aún para reconocer lo bien hecho que ha sido mucho.

Por ejemplo, subir los impuestos: a todos nos irritó, pero aceptémoslo, fue un acto más juicioso que electoralista. Asumiendo responsabilidades nos libraron del rescate, crearon empleo –hoy en tendencia acelerada–, resolvieron el problema de las Cajas y del sistema financiero, fueron prudentes en Cataluña, lograron una reforma laboral mejorable, redujeron los ERE a la mitad, trajeron más turistas que nunca, y, haciendo de la necesidad virtud, legislaron contra la corrupción como nadie antes hizo. Pero sobre todo, han logrado otra vez la confianza de invertir en España. En política no se otorga una ovación cerrada al final de la función; en política, el éxito es, como mucho, «un acierto suficiente». Pues bien: parece que Europa se lo reconoce y, de manera implícita lo confirman los recitativos alegres de: «Son empleos precarios» o «la recuperación se debe a otros». Ahora, claro, corresponderá a las urnas el validarlo.

No podemos vivir otra etapa como la de Zapatero y perder otros cuatro años, por un cabreo mal curado, por un recorte sufrido en nuestras carnes, por un gesto displicente. Sería una insensatez. Por supuesto que el rigor de la eficacia es muy doloroso: rompe con el pasado, doblega voluntades y nos recuerda con arrogancia que es cosa de pocos. Nunca he conocido en la empresa a alguien sumamente eficaz que no fuera un poco desagradable. Claro que en política la eficacia puede dulcificarse: hay gente que prefiere que le digan que la quieren a que le bajen la prima de riesgo, quizá debido a que las personas somos más perceptivas que lógicas. Eso lo vieron rápido los dictadores bananeros explayándose en maratones televisivos. Por ello, si los electores preguntan, lo político es satisfacer su curiosidad a fondo: que los mensajitos a Bárcenas tenían sentido para evitar una reacción desaforada, que no era un acto de pasotismo hacer el Tancredo en Cataluña, que los desahucios permiten una solución de derechas… Promover las preguntas difíciles es ganar votos; refugiarse en la listeza, que es una inteligencia de andar por casa, me temo que no. En cualquier caso, ningún asesor de imagen ha superado el consejo de «La verdad os hará libres».

Pero si el PP ha tenido estos claroscuros, el PSOE ha alumbrado poco: sigue quedándose en lo facilón. Sus únicas propuestas serias han sido el Estado Federal, y derogar la reforma laboral, dos ideas que, según las encuestas, no preocupan a nadie. Su objetivo nacional debería ser acabar con el desempleo. Pero mientras en Madrid el PSOE habla de la industrialización, una forma responsable de fomentarlo, en Andalucía un gobierno de progreso (el mayor paro de Europa), propone después de treinta y tres años en el poder, contratar más funcionarios y que los paguemos los demás.

Ha sido muy propio de la izquierda no socialdemócrata vivir siempre de alguien. Cuba lo hizo primero de los españoles, luego de los americanos, después de los rusos, más tarde de los venezolanos y ahora, vuelta a empezar. Mientras la ejecutiva federal del PSOE trata de elevar al ciudadano y extraer lo mejor que hay en él, el populismo andaluz se concentra en sus miserias para mantenerse en el poder y engancharlo de forma adictiva a una existencia primaria. El problema es saber qué ideología se impondrá. La respuesta la veremos en sus pactos: ¿Bildu o Podemos… para comer todos los días? ¿Mantener el propio código de barras en pos de la excelencia? o ¿Mezclar agua y aceite con Ciudadanos, para ir tirando? Lo que no podrá hacer el PSOE, sin sufrirlo, es las tres cosas a la vez, que es lo que le gustaría.

Porque tenemos dos recién llegados: Podemos y Ciudadanos; el primero de corte leninista, engañoso en objetivos y finanzas, que desea arramplar con todo, incluida la Constitución. Y el segundo, republicano, con liderazgo brillante pero ocurrente, discurso económico inmaduro, ausencia de cuadros, y una querencia encomiable de acabar con el bipartidismo. Los dos, con más ilusiones que soluciones, carecen de la mínima experiencia de gobierno cuando, por otra parte, el país no está para aficionados y es urgencia nacional protegernos de lo aparente.

La sensatez del votante, aunque sea en unas elecciones municipales, se va a enfrentar a tres tendencias de cara a noviembre: a un intento de cambio generacional, a un intento de cambio de opciones políticas y a un intento de cambio de Constitución; formas nuevas de hacer cosas viejas, pero que sumadas en un momento en que la recuperación todavía es frágil, serían demasiadas. Tal vez, deberían realizarse en dos legislaturas y nunca en una. ¿Es eso posible? No lo sé. Es un problema de sensatez. Pero, ¿qué es la sensatez? ¿Defender el bipartidismo o defender la recuperación?

El bipartidismo hasta solo cierto punto se defiende con la regla D’Hondt (¡atención! tres votos por un partido pequeño valen lo mismo que uno por un partido grande); la recuperación, en cambio, carece de protocolos de amparo y no es igual de accesible para todos. Lo sensato es favorecer la recuperación porque es un bien social superior. Pero, ello exige interiorizar que estamos decidiendo un tema más importante que contratar durante cuatro años a una canguro o que no debemos esperar aquí el error británico de los sondeos.

Porque sensatez no es votar lo que nos pide el cuerpo, o hacerlo por miedo, frivolidad o revancha; ni es abstenernos por una pose o un desengaño. Si me permiten la confianza, sensatez es que se imponga la cordura a favor de usted, a pesar de usted, o contra usted. De algún modo es pensar en lo que más le convendrá a sus hijos. Y, si llegado el caso, estos no lo saben, decírselo.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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