La hora de la sociedad civil

La durísima crisis económica está haciendo pasar momentos muy difíciles a la sociedad española y aunque ya se barrunta su terminación, todavía queda un trecho que recorrer y no hemos hecho todas las reformas estructurales que necesitamos. Pero no hay que olvidar que la hemos vivido con un colchón social (la todavía potente estructura familiar así como algunas instituciones benéficas cuyo mérito está aún por reconocer junto, naturalmente, la panoplia de medidas propias del Estado de Bienestar: subsidio de desempleo, pensiones, sanidad...) y económico (aproximadamente 30.000 $ de renta percápita en 2007) que ha amortiguado los efectos de aquella.

En otras palabras, hasta el 2007 hemos gozado de las ventajas de vivir en uno de los países más desarrollados del mundo. No hemos partido de cero. Por ello entiendo que en España, aunque tengamos muchos problemas por resolver, no podemos hablar ya de regeneracionismo; concepto que se ha usado y del que se ha abusado en el último siglo. Hay que re-generar algo cuando está torcido o defectuoso desde el origen, desde su generación; cuando hay que «volver a empezar». No es ese nuestro caso; hace ya muchos años emprendimos un camino de paz, libertad y desarrollo que ha producido unos frutos envidiables (y envidiados); naturalmente la experiencia aconseja retoques y reformas de aquellas prácticas e instituciones que, o bien no han dado el resultado esperado (por ejemplo el Senado), o bien han quedado obsoletas (por ejemplo la Ley Electoral y quizás la organización territorial).

Según señalan unánime y reiteradamente los sondeos de opinión, unas de las instituciones necesitadas de reformas son los partidos políticos y las organizaciones sindicales.

Probablemente como compensación a su silenciamiento durante la dictadura, a ambos se les dio en la Transición Política una cancha excesivamente amplia que con el tiempo ha llegado a ser asfixiante para la sociedad: los partidos políticos están en todos los lados; hoy prácticamente no hay sector de la vida pública en el que no estén presentes, desde el Poder Judicial a las tertulias televisivas; sus intereses son tan omnipresentes que se han convertido en los adalides del «statu quo», nada se puede modificar sin que les afecte. La reforma del sector público es un buen ejemplo de esto y por ello se está haciendo esperar.

Esa omnipresencia y esa desmesura de los partidos políticos hacen difícil la presencia y la asunción de funciones por parte de la sociedad civil.

El caso es que España, sin tener apenas tradición histórica de una sociedad civil ocupada en los temas de interés general, tiene ahora las condiciones adecuadas para tener esa presencia y así lo hemos visto recientemente en multitud de empresas e instituciones que han hecho movimientos y manifestaciones claras en pro del interés general.

El escritor Muñoz Molina, recientemente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, lo reflejaba con claridad y contundencia en su libro «Todo lo que era sólido» al decir: «Hace falta una serena rebelión cívica que a la manera del movimiento americano por los derechos civiles utilice con inteligencia y astucia todos los recursos de las Leyes y toda la fuerza de la movilización para rescatar los territorios de soberanía usurpados por la clase política».

La sociedad civil que como dice José María Fidalgo «somos todos contados de uno en uno», naturalmente con exclusión de los políticos en ejercicio, no debe dedicarse a sustituir a los partidos políticos (sería su desnaturalización) sino a exigirles:

1. Que se limiten a hacer su tarea, la más honorable y excelsa en democracia, a saber: gobernar, sin inmiscuirse en asuntos que no le son propios. 2. Que cumplan sus programas electorales. 3. Que representen a los electores y no se limiten a seguir las consignas de sus líderes.

El Príncipe, en el acto de entrega de los premios que llevan su nombre, pronunció con aplomo y convicción un sólido discurso en el que animaba a luchar todos juntos por conquistar el futuro que está a nuestro alcance. Hizo referencia a la sociedad civil y subrayó las ventajas de la unidad (ahora que soplan vientos de fronda separadora) la necesidad de mirar al futuro y la conveniencia de hacer las cosas entre todos, políticos y sociedad civil. Creo que merece subrayarse las alusiones que hizo a potenciar la autoestima de los españoles; según las encuestas somos el único país de la Unión Europea que se valora por debajo de cómo nos valoran los demás países de la Unión; destacamos también por el desconocimiento que tenemos de nuestros propios triunfos y realizaciones. Así pues tiene razón el Príncipe cuando señala la necesidad de potenciar nuestra autoestima.

Puso también de relieve la existencia de una gran solidaridad que, como hemos dicho, está sobresaliendo con motivo de la crisis. Pero sobre todo hizo hincapié en la necesidad de un proyecto compartido para una nación que «nunca ha claudicado frente a la adversidad ni ha renunciado a ningún sueño». Mommsen, al final de su obra «Historia del Roma», decía que esa historia no había sido sino la de un gigantesco proceso de incorporación. A mi juicio es eso precisamente lo que necesitamos ahora, un proyecto sugestivo para que esa juventud tan castigada por el paro y la falta de esperanzas, se incorpore a ese proyecto.

Como he dicho, hizo referencia a las «instituciones y foros con voluntad de aportar ideas y propuestas» útiles a los intereses generales; es decir a iniciativas sociales que desde muy diferentes ángulos y enclavadas en muy distintos sectores tratan de rellenar el vacío hoy palpable.

Una de ellas puede ser la denominada Transforma España que, respaldada por centenares de empresarios e instituciones, ha realizado dos informes (sobre competitividad y sobre talento) tratando de mejorar la situación actual y ahora se constituye como plataforma estable, adoptando la forma de Fundación.

Se trata no solo de pensar y transmitir, sino también de hacer (thinktank y actiontank) sin ningún afán de protagonismo sino por el contrario abiertos a cualquier tipo de colaboración con otras entidades para enriquecer nuestra vida pública.

En conclusión: en las últimas décadas, España se ha consolidado como una de las economías más importantes del mundo; ha dado ejemplo con una transición política admirable. La crisis económica ha puesto de manifiesto deficiencias y disfunciones que es preciso corregir, y esa corrección tiene que ser tarea de todos, de los poderes públicos y de la sociedad civil, de una sociedad civil que ha dado muestras no solo de madurez sino también de eficacia y que merece ser tratada no como un menor de edad sino como un adulto al que se escucha y se respeta.

Pongámonos a ello.

Eduardo Serra Rexach es presidente de la Fundación Transforma España.

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