La hora de Sampaio

El pasado 26 de abril, el secretario general de las Naciones Unidas nombró Alto Representante para la Alianza de Civilizaciones a Jorge Sampaio, quien, mes y medio más tarde, entregó a Ban Ki-moon el Plan de Aplicación de esta iniciativa. Se ha abierto con ello una nueva etapa, una vez que en diciembre pasado Kofi Annan presentó ante la Asamblea General de la ONU el Informe de Recomendaciones elaborado por el Grupo de Alto Nivel.

El nombramiento del doctor Sampaio es una excelente noticia. Proporciona a la Alianza un inestimable valor añadido porque culmina el proceso de su institucionalización, da brillo a su imagen y fortalece su ya sólida credibilidad. No menos importante es la componente lusitana y lusófona que también aporta a este caudal quien fuera presidente de Portugal entre 1996 y 2006. Desde la perspectiva española, su estatura política y moral perfecciona esa otra dimensión de un proyecto que, por vocación, por su propia naturaleza, es una apuesta decidida por el respeto de las reglas de juego inspiradas en una ética internacional; es una opción por el multilateralismo, que debe tener por ello mil rostros por mucho que el de su Alto Representante los compendie todos.

Si el copatrocinio hispano-turco de la Alianza de Civilizaciones fue el reflejo tanto de una simetría geográfica e histórica cuanto de la voluntad compartida de impulsar una movilización a escala global en la lucha contra todos los extremismos, la poderosa personalidad de Jorge Sampaio lleva también aparejada la sensibilidad de otro universo. Es el de la comunidad de naciones -de Timor a Brasil, de Mozambique a Cabo Verde, de Angola y Guinea-Bissau a Portugal- que nos habla en portugués y que nos obliga a mirar a Latinoamérica y, sobre todo, a África.

El Alto Representante es, a partir de ahora, la cara de esta empresa colectiva a la que todos estamos llamados a contribuir. Será su motor y su fuente de inspiración, al tiempo que liderará un proyecto viable destinado a desactivar las tensiones entre sociedades que pueden poner en peligro la paz y la estabilidad internacionales. Podrá intervenir personalmente, a tal efecto, a petición del secretario general de las Naciones Unidas. Será también el organizador, junto con el Gobierno español y la Secretaría de la Alianza, del primer Foro Internacional que se celebrará en España a mediados de enero próximo, en el que se darán cita gobiernos, organizaciones de ámbito mundial y regional, agencias de la ONU, donantes, fundaciones y otros representantes de la sociedad civil. Esta reunión irá precedida de un Foro de la Juventud en el que, entre otros temas, se abordarán también dos de los proyectos que pretende poner en marcha el Plan de Aplicación y que se tratarán en el Foro de la Alianza propiamente dicho: el Centro de Empleo Juvenil en Oriente Medio y el desarrollo de programas internacionales de intercambio de estudiantes.

El 14 de junio pasado, el Alto Representante se reunió también en Nueva York con el Grupo de Amigos de la Alianza, dándoles cuenta de su nuevo cometido y del contenidodel Plan de Aplicación. Este grupo, cuyos miembros comparten sus objetivos, ha sido una herramienta decisiva para la consolidación de esta propuesta. Al pasar revista a sus integrantes, y mirar hacia atrás, es gratificante tomar conciencia del camino transitado en menos de tres años, sin por ello perder de vista el que queda por recorrer. Más de sesenta países y organizaciones internacionales forman parte ya de un colectivo que surgió de manera espontánea e informal a raíz de la presentación de la iniciativa por José Luis Rodríguez Zapatero en septiembre de 2004. Sus filas han engrosado -desmintiendo a aquellos que la tildan de inanidad- a medida que la Alianza de Civilizaciones ha continuado avanzando, al compás dramático de la realidad, y adquiriendo paulatinamente mayor visibilidad y cosechando mayor audiencia. Las más recientes incorporaciones al Grupo de Amigos dan testimonio de ello; de su vitalidad y de su universalidad, pero también de las expectativas que ha suscitado: Nueva Zelanda y Chile, Rusia e India, Azerbaiyán y Suecia, Omán y China, la República Federal de Alemania y Portugal.

A lo largo de 2005 fueron dándose, en efecto, los pasos en la dirección correcta: el copatrocinio del primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan; el lanzamiento formal de la iniciativa por Kofi Annan en julio; el establecimiento del Grupo de Alto Nivel en septiembre y su primera reunión formal en Palma de Mallorca en noviembre. Vinieron después, ya en 2006, las citas en Doha, Dakar y la última en Estambul, en noviembre, donde Federico Mayor Zaragoza y Mehmet Aydin, en representación del grupo, presentaron al secretario general de las Naciones Unidas el informe que éste le había encomendado. El diagnóstico y las recomendaciones que contiene constituyen el fundamento de la etapa que ahora se abre, la de su aplicación, de su puesta en práctica.

Es hora, también, de que España ponga manos a la obra. Esta iniciativa es ciertamente un empeño global, pero tiene igualmente una traducción regional, nacional y local. ¿Existe algún rincón del mundo donde pueda afirmarse, sin sonrojo, que allí se han alcanzado todos los objetivos que la Alianza de Civilizaciones persigue? Entre todos hemos de elaborar el mapa de ruta de su dimensión nacional. Por coherencia con el protagonismo que ha asumido España tanto en su lanzamiento como en su desarrollo conceptual, y con el reiterado discurso de la gran mayoría de la sociedad española. Por un deber de ejemplaridad. Por nuestra propia seguridad. El terreno está abonado. El Gobierno, la Administración Central, las Comunidades Autónomas, los entes locales, el vasto y complejo conglomerado que integra la sociedad civil, han puesto ya en marcha un sinnúmero de actividades inspiradas en los mismos principios sobre los que se levanta la Alianza. Se trata ahora de integrarlas, así como las que puedan surgir en el futuro, en una visión estratégica que permita ordenarlas e impulsarlas con la vista puesta en las propuestas contenidas en el Informe del Grupo de Alto Nivel y en el Plan de Aplicación. Siendo ambos, en última instancia, sus fuentes de inspiración, los proyectos concretos tendrán que acomodarse, sin embargo, a las percepciones, sensibilidad y necesidades de la sociedad española en su conjunto.

El campo de la Juventud es, sin duda alguna, uno de los aspectos sobre los que hay que actuar con urgencia, por sus propios méritos y porque en él se dan cita los otros tres sectores que han sido identificados como prioritarios: la educación, los medios de comunicación en su sentido más amplio y las migraciones. Y porque es en la juventud donde hay que sembrar la simiente de la Educación para la Ciudadanía, la autóctona y la inmigrante, cualquiera que sea su origen geográfico, su género y su credo, si es que lo tiene. Esto es, la semilla de los valores que deben regir la vida pública: el respeto del otro, el diálogo y la moderación, la igualdad en los derechos y en los deberes cívicos, el aprecio de la diversidad, el rechazo de todo radicalismo.

Máximo Cajal, diplomático.