La hora de Valencia

Entro en una librería de Valencia con ganas de releer a Ausiàs March. Me he levantado con una estrofa pegada en la frente. Obsesiva. A veces ocurre. Algún alambre hace contacto y una partícula se desmadra en el circuito neuronal. Un verso, una imagen, un gesto. Un lejano recuerdo. Va y viene. Va y viene, la voz de Raimon. “Melodiós cantar de sa veu oig, dient: ‘Amic, ix de casa estrangera’...” El cielo de febrero es espléndido en Valencia. La luz empieza a ganar calidez y el frío tiene matiz. Es mi cumpleaños, la partícula sigue pegada en la frente –“Amic, ix de casa estrangera”– y decido regalarme un libro del gran poeta valenciano. La dependienta me atiende con mucha amabilidad y sonríe ante la demanda, como si acabase de pedir una horchata. “Claro que sí. ¿Desea algún título en concreto? Voy a ver en el ordenador”. Teclea, vuelve a teclear, y Ausiàs March no aparece. “Lo siento, en estos momentos no tenemos ninguno, parece que se han agotado”, me dice, algo turbada. Fijo la mirada en el mostrador y veo unos libros breves, casi opúsculos, del filósofo coreano Byung-Chul Han. Formado en Alemania, en la estela de Heidegger, Han se está dando a conocer como implacable critico de la sociedad cibernética. He entrado en busca de uno de los poemas más íntimos de March y salgo con un ensayo, La sociedad de la transparencia, que denuncia el destrozo de la intimidad en las redes del capitalismo digital.

Cuadro alegórico de Cuqui Guillén, artista del Equipo Límite, en la localidad valenciana de El Saler
Cuadro alegórico de Cuqui Guillén, artista del Equipo Límite, en la localidad valenciana de El Saler

Lo viejo, lo muy viejo, y lo novísimo. El diálogo entre la vida y la muerte en el poema. Una bella señal críptica –“Llir entre cards”– para referirse a su amada. Sentimientos que oscilan como la luz de una vela, frente a las pantallas frías, perpetuas y constantes de la sociedad digital, en la que todo acaba siendo achatado. “La transparencia carece de trascendencia. La sociedad de la transparencia es diáfana, sin luz. En contraposición a la luz, es penetrante y atraviesa. Actúa, además, homogeneizando y nivelando, mientras que la luz metafísica engendra jerarquías y distinciones. La sociedad de la transparencia es sociedad de la información”, escribe el filósofo coreano. Es sugerente. Me siento en un café y leyendo a Han me adentro en “casa estrangera”.

En sus tiempos de mayor gloria, la turbo-economía valenciana engendró una Ciudad de la Luz. Un fantástico centro de producción cinematográfica de 320.000 cuadrados, en Aguamarga, provincia de Alicante. Una buena idea mal resuelta, como tantas otras cosas en el País Valencià estos últimos veinte años. Un proyecto faraónico, mal calibrado, en cuya adjudicación y construcción se cometieron un montón de irregularidades. La Ciudad de la Luz ha quebrado y la Generalitat valenciana acaba de anunciar su próxima subasta.

La sociedad de la transparencia no es trascendente, escribe el filósofo Han, pero los asuntos oscuros puestos al descubierto están modificando el paisaje de la sociedad valenciana, hace menos de diez años mayoritariamente despreocupada ante los excesos que ya eran visibles. ¡Llegaron a sisar dinero de la organización de la visita del papa Benedicto a Valencia!

“¡Brrrrrrrrrmmmmmmm!”. Los motores iban a tope en la fase más acelerada de la turbo-economía y toda Valencia resplandecía. Se respiraba optimismo a raudales. Ciudad de la Luz. Sólo una minoría cuestionaba un modelo que repartía beneficios a mucha gente y que parecía satisfacer la vieja reivindicación blasquista. Me refiero a Blasco Ibáñez, exuberante, impetuoso, excesivo, triunfador, republicano, anticlerical y defensor de Valencia como nueva Atenas, frente a los resabios imperialistas del Noucentisme catalán. Esa sorda tensión entre Barcelona y Valencia, que seguramente no se extinguirá nunca, pero que no debiera impedir la colaboración. Recuerdo la conversación con un taxista en julio del 2006, durante la citada visita del Papa. Se acababa de producir el accidente del metro, en el que murieron 43 personas. El interés de las autoridades por pasar página rápidamente era más que evidente. Le pregunté al taxista si no sentía preocupación por la seguridad del metro y el hombre me respondió de manera tajante: “Mire, estas cosas pueden pasar en cualquier sitio, lo que hemos de hacer es mirar hacia adelante”. En la sociedad de las plusvalías aceleradas, también falta sentido de la trascendencia. Toma nota, Han.

La Ciudad de la Luz se ha hundido. Paso lista con Salvador Enguix, corresponsal de La Vanguardia, que lo sabe todo sobre su ciudad, para no dejarme nada importante. El Palau de les Arts. La gestión de la Fira. El circuito de fórmula 1. El colapso de las dos principales cajas de ahorro (Bancaixa y CAM) y del Banco de Valencia, parcialmente absorbidas por entidades catalanas (Caixa Bank y Banc Sabadell), que han entrado con mano izquierda, sin hacer mucho ruido. Los 100 cargos del Partido Popular imputados por corrupción, parte de los cuales ya han sido apartados de sus puestos. El escándalo del Ayuntamiento de Alicante. Los 20 procesados por financiación ilícita de las campañas electorales del PP en 2007 y 2008. El erróneo cierre de Canal 9...

Un tiempo se ha acabado. El diseño estratégico de José María Aznar parece agotado. Se ha gestionado mal el Plan Madriterráneo. Expandir el modelo de Madrid hacia el Levante y destruir los maltrechos puentes entre Valencia y Barcelona. Maltrechos, digámoslo todo, por falta de inteligencia de algunas fuerzas catalanas, poseídas por una visión falsa e idílica de la sociedad valenciana. La entelequia dels Països Catalans, en tanto que proyecto político. Cita del segundo volumen de las memorias de Aznar: “Cambiar el signo político del Levante español representaba para el centro-derecha un gran reto y conseguirlo fue una operación histórica que suponía un valioso factor de equilibrio general en España. El vínculo entre Madrid y Valencia generaría por razones de cercanía geográfica sinergias muy importantes en la Comunidad Valenciana, que contribuirían a fortalecer en esta una posición propia frente al expansionismo del nacionalismo radical desde Cataluña y desde la propia Valencia. (...) En apenas una década, el PP pasó a ser la fuerza ya no mayoritaria, sino prácticamente hegemónica en el Levante. De resultas, las transformación económica y social fue espectacular.” ( El compromiso del poder, páginas 154 y 155).

Esa fase se ha agotado. El aznarismo levantino se obnubiló con las plusvalías. Valencia empieza a oler a cambio, pero a las izquierdas les falta definición. El nuevo orden aún no está claro en una autonomía literalmente intervenida.

Enric Juliana

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