La hora del «Seny»

Pronóstico cumplido, según todos los indicios. El fracaso estrepitoso del tripartito pone en bandeja a CiU una mayoría más que suficiente, cuya gestión puede ser razonable o disparatada. Todo es posible. Sea como fuere, la realidad impone su lógica implacable: la crisis obliga a la clase política catalana a recuperar el «seny» perdido. Cuadro clínico: mezcla de prejuicios arcaicos con una dosis letal de liviandad posmoderna. Síntomas: índices a la baja en economía, sociedad, cultura y calidad de vida. Diagnóstico: obsesión identitaria que pretende la búsqueda del Santo Grial nostálgico y localista en plena era global. Tratamiento: moderación y buen sentido, en dosis elevadas. ¿Perspectivas? Una vez más vamos a confiar, aunque los antecedentes no invitan al optimismo… Busco opiniones sensatas y encuentro unas cuantas, por fortuna. Por ejemplo, Francesc de Carreras, una voz discrepante autorizada, en el doble sentido de la palabra: «El mundo gira a toda velocidad, pero nosotros seguimos mirando nuestro histórico ombligo». Hay otras muchas. Las elites catalanas lo tienen muy claro, aunque se sienten más libres para contarlo en Madrid que en Barcelona. En la calle, la gente habla de paro, vivienda, inmigración, sanidad o educación. Solo algunos incorregibles pierden el tiempo en debates (inútiles) sobre conceptos nacionales o en disputas (lucrativas) sobre cuotas de poder. Por eso, la Cataluña real debe imponer sus legítimas prioridades sobre la Cataluña oficial.

Una campaña insoportable. El mundo tiembla ante una crisis de dimensión histórica. Millones de parados sufren el drama de la exclusión social. La clase media apenas cumple su función genuina como factor de estabilidad. Autónomos, Pymes, profesionales de toda suerte y condición salvan como pueden los restos del naufragio. Grandes empresas y sectores financieros buscan soluciones todavía inciertas… Hablo, por supuesto, de Cataluña, del conjunto de España y de la sociedad internacional, sin una sola excepción. ¿Qué nos ofrecen los partidos? En lugar de estudiar y asimilar el informe Everis, nos dejan imágenes a medio camino entre la frivolidad y el ridículo. Debates frustrados, no solo por causa de la Junta Electoral. Exabruptos al más puro estilo populista de la Liga Norte. ¿Asuntos relevantes? Acaso la inmigración, por primera vez en la agenda, aunque las propuestas son muy mejorables. ¿La corrupción? Nadie se acuerda del saqueo del Palau ni de los negocios transversales en el área metropolitana. Menos aún, del Carmelo o del «tres por ciento». Como mucho, alguna ocurrencia con destino a los jóvenes «ni, ni», cuya deserción de la «vieja» política es mucho más profunda que circunstancial. Como siempre, la participación es escasa, pero ha crecido respecto a las pésimas previsiones. Al menos, queda ese consuelo.

Viaje al pasado. ¿Se acuerdan ustedes del Estatuto? Cuánto tiempo perdido: mi generación se ha dejado la vida —política y académica— discutiendo sobre lo inefable. Los nacionalistas de todos los partidos siguen ganando batallas simbólicas, aunque la sentencia constitucional (tardía y mejorable) dice lo que debe decir sobre naciones con y sin Estado. El Estatuto, con alma de constitución y cuerpo de ley orgánica, ha sido un actor secundario en la campaña. Cuando pase la tormenta, el PSC debe reflexionar a fondo: cada uno a su manera, Maragall y Montilla, las dos «almas» del socialismo catalán, dilapidan una oportunidad histórica. Siempre pasa factura la alianza con esos partidos antisistema que no quieren ni pueden ocultar su rechazo frontal a la forma de Estado y a la forma de gobierno. Por cierto: seguro que son republicanos, pero ¿son de izquierdas? Contemplen al líder de ERC en el último bastión del carlismo catalán, diciendo aquello de los andaluces y el Fisco… Más de medio millón de votantes socialistas reniegan una y otra vez en las autonómicas de ese disfraz soberanista. La mutación constitucional hacia una fórmula vagamente confederal chocaba sin remedio con el principio nuclear de la soberanía única. Extraña ceremonia de la confusión… Pero los errores se pagan. No solo pierden la Generalitat, sino que corren serio peligro en las municipales, incluida Barcelona. He aquí las consecuencias del discurso sobre la España residual y de apuntarse a manifestaciones que no son las suyas.

¿El futuro? Se acabó la travesía del desierto, siempre demasiado larga para los peregrinos impacientes. Artur Mas está situado en esa encrucijada que conduce, escribe Kavafis, al Gran Sí o al Gran No. Este resultado a la altura de las expectativas realistas permite formar un Ejecutivo solvente y eficaz para luchar contra la crisis. Lo mejor sería el apoyo externo (y crítico) del PP, ahora con una posición determinante en el Parlamento. Buen resultado popular, en efecto, que podría ser mejor si sumara unos cuantos votos de Ciutadans, esa especie de «Mc Guffin», el hallazgo genial de Hitchcock: distrae al espectador, pero no influye en la trama. El próximo presidente sabe de sobra que el concierto económico es imposible e inviable. Sabe también que resulta obligado respetar las lenguas y los sentimientos de todos y que la imagen insolidaria perjudica mucho a Cataluña. ¿Otras opciones? Está la geometría variable, pero no suele funcionar. La peor solución es un frente soberanista, porque nadie puede transigir con un discurso excluyente sobre la independencia. ¿Tensar la cuerda? Al fin y al cabo, solo se ha producido un trasvase de votos entre los partidos radicales. Conviene vencer la tentación de cruzar los puentes sobre aguas turbulentas. Además, ¿para qué? Estamos solo al principio de un ciclo que culmina con las elecciones generales. Hay que guardar bajo siete llaves el teléfono del notario, correr un tupido velo sobre el pacto del Tinell y abrir un diálogo político para estar a la altura de la responsabilidad de afrontar problemas que no entienden de pasiones telúricas ni fronteras artificiales.

Clave nacional. Rotunda derrota de Zapatero. Pronto vendrán otras. Cuidado, sin embargo, con una estrategia elemental: Gobierno con respiración asistida hasta 2012; perder por la mínima; «sociovergencia» informal, aquí y allí; en el País Vasco, ya veremos. El precio subirá, pero esa minucia no suele perturbar los planes presidenciales. Nada nuevo bajo el sol… salvo que ahora Rajoy no se deja encerrar en el cuarto oscuro. Añado: a pesar del consejo de ciertos amigos, inspirados —supongo— por los mejores deseos. Lo único importante: no están los tiempos para maniobras oportunistas, porque la crisis exige decisiones valientes. Hay demasiadas cosas en juego: nada menos que los fundamentos del sistema constitucional, la sociedad del bienestar (aunque sea a la baja) y la propia posición de España en Europa y en el mundo. Solo los inconscientes hacen juegos malabares al borde del precipicio. Dicho de otro modo: ha llegado la hora de demostrar por qué hemos sido capaces de llegar hasta aquí…
Por cierto, ¿qué se cuenta en la calle? La expectación es máxima. Las emociones están al rojo vivo. ¿Hablan de política? Por supuesto que no. Hoy es… ¡«el clásico»!

Benigno Pendás, catedrático de Ciencia Política de la Universidad CEU San Pablo.