La hora del realismo

Me parece que no soy alarmista si digo que la sociedad española está desmoralizada y sin norte, con la sensación de que «alguien» le ha traicionado y de que nadie se hace cargo de sus problemas. Podría alargar mucho más la lista de agravios, pero me parece que seguir por esa vía no nos sacará de la crisis en la que nos encontramos. Una crisis que es, primero, de confianza, porque buscamos a nuestro alrededor quien nos ayude, y no lo encontramos. Y no nos creemos a los que nos dicen que nos quieren ayudar. En esta situación, nos recreamos en nuestra desgracia, pero no nos ponemos manos a la obra para tratar de solucionarla.

El pasado 8 de mayo Dominique Moïsi publicó en el Financial Times un artículo dirigido al nuevo presidente francés, François Hollande, con el título Por favor, señor presidente, use su buen sentido económico. Moïsi es un politólogo francés de reconocido prestigio, que incluía en su artículo algunas ideas que pueden servirnos a nosotros: no solo a nuestro Gobierno, sino, sobre todo, a los ciudadanos. «Francia ha vivido por encima de sus posibilidades durante décadas», dice Moïsi. También nosotros hemos estirado más el brazo que la manga. Lo que llamamos nuestros derechos adquiridos no son tales, por la sencilla razón de que no podemos pagarlos. Bueno, claro que podemos conservar nuestra sanidad y nuestra educación, pero entonces nos encontraremos con un trilema: o trabajamos más y más duro, para generar los recursos necesarios para sostener eso que llamamos nuestros derechos, o renunciamos a otras cosas a las que decimos que también tenemos derecho, o, simplemente, dejamos de pagar y acabamos perdiendo todo. Aquí estamos buscando otra solución: que paguen otros, llámese Alemania, Banco Central Europeo, Estado (como si no fuésemos nosotros), los ricos¿ Lo siento: no existen esos «otros».

El reto, dice Moïsi, es económico, social, político y ético. No es solo una cuestión de justicia social, afirma, porque «la justicia va de la mano del realismo». Podemos quejarnos de los alemanes, clamar contra los chinos o rebelarnos contra los argentinos, pero, a la hora de la verdad, somos nosotros los que nos tenemos que sacar las castañas del fuego. Lo importante ahora no es redistribuir, sino producir. Pero esto no lo podemos conseguir ahora si no es con sacrificios. Por eso Moïsi recuerda a Hollande la necesidad de un equilibrio entre eficiencia y justicia. De un lado, empresas innovadoras y competitivas: no es el momento de críticas maniqueas, sino de entender quién puede generar la riqueza que estamos perdiendo día a día. De otro, un Estado que, como dice Moïsi, «proteja a los más débiles al tiempo que promueva la creatividad de sus ciudadanos más dinámicos». El Estado no produce: él solo no puede relanzar el crecimiento económico.

Detrás de todo lo anterior hay una llamada al realismo. Es verdad que los economistas no nos ponemos de acuerdo sobre las causas de nuestros problemas, pero sabemos muy bien lo que nos pasa. Estamos fuertemente endeudados: todos, como país. A estas alturas de la crisis seguimos gastando más de lo que ingresamos, el volumen de nuestra deuda sigue creciendo, y los intereses se nos están comiendo. Hemos destruido capacidad para producir: alguien tiene que tomar el relevo del sector inmobiliario y de la construcción para volver a generar la riqueza que ya no generarán. Ahora no podemos crear empleo. Y tampoco generamos recursos para que el sector público siga sosteniendo a aquellos ciudadanos más débiles a los que se refería Moïsi.

Los ahorradores mundiales ya no nos quieren prestar, porque nos ven como manirrotos e insolventes, incapaces de poner orden en nuestra casa. Y lo peor que podemos hacer, cada uno, es decir que ese no es nuestro problema, que la culpa es de otros, y que lo único que pretendemos es que nos saquen cuanto antes de esta situación. Cuando el barco tiene una vía de agua, nadie puede encogerse de hombros, ni señalar a los que le parece que tendrían que bajar a taparla.

Necesitamos, como dice el experto francés, recuperar la confianza en nosotros mismos. A menudo nos vemos como enemigos o como extraños, quizá porque estamos demasiado celosos de lo nuestro, o porque no valoramos las capacidades de los que están a nuestro lado. Nuestra sociedad civil está dormida, y nuestro diálogo es una batalla ideológica, sin ningún sentido práctico, más que criticar a los demás.

Moïsi da dos consejos más al nuevo presidente francés. «Nuestro país, dice, necesita reformas valientes, que esta vez hay que llevar a cabo hasta el final. La equidad es una precondición, no un fin en sí misma». Y necesitamos «un pedagogo modesto y paciente que devuelva la confianza al país y, con energía y sentido común, nos ponga en el camino de las reformas estructurales. Se trata, añade, de una tarea inmensa, que no puede ser emprendida con espíritu de venganza o de escapismo ideológico». Esto último es, dice, tarea del nuevo presidente. También nuestro Gobierno debe hacer ese ejercicio de pedagogía, energía y sentido común. Con la colaboración de todos.

Antonio Argandoña, profesor del IESE. Universidad de Navarra.

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