La hora incierta de Hamás

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 28/01/06):

La victoria aplastante de Hamás en las elecciones legislativas de Palestina entraña un vuelco político que altera radicalmente la situación en todo el mundo árabe. El fenómeno suscita fáciles parangones porque los integristas se presentan por doquier como la única oposición frente a regímenes dictatoriales desprestigiados y corruptos. Ante la utópica cruzada democrática de Washington, los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hizbulá en Líbano, el shiismo en Irak o Irán obtuvieron triunfos electorales inapelables con un mensaje similar de fundamentalismo islámico, rechazo de Occidente y promesas de regeneración. Hace un decenio, el éxito islamista en Argelia provocó un golpe de Estado y desencadenó una guerra civil. En medio siglo, la antorcha del cambio pasó paulatinamente del panarabismo socialista, nacionalista y antiimperialista, que culminó en el Egipto de Naser, al fundamentalismo islámico, violentamente antioccidental y con frecuencia identificado con formas cada vez más crueles de terrorismo. Con la humillante derrota de Al Fatá, núcleo esencial de la Organización para la Liberación de Palestina, movimiento laico y socializante creado en 1964, el poder llega a manos de Hamás, una organización islamista que Israel propició en 1987, durante la primera Intifada, para contrarrestar la hegemonía de Arafat y sus seguidores. Estamos ante una revuelta ideológica, generacional y estratégica que incide sobre el endemoniado y sangriento conflicto palestino-israelí. Pese a los tumultuosos síntomas del mal, que facilitaban el pronóstico, la imprevisión y la sorpresa explican el desconcierto y la desazón en EEUU y Europa, que cerraron los ojos a la corrupción galopante de Al Fatá y ahora se parapetan tras la socorrida prudencia porque no saben cómo resolver el dilema entre la promoción de la democracia y el combate contra el terror. Su interlocutor legítimo es una organización terrorista, pero que venció en unas elecciones libres, probablemente las más limpias jamás celebradas en un país árabe.

LA CRISIS es manifiesta en Israel, donde el triunfo de Hamás, responsable de más de 60 atentados desde el 2000 hasta la tregua de febrero del 2005, cayó como una bomba, en medio de una campaña electoral enconada por la desaparición política de Sharon. Y el presidente palestino, Abú Mazén, entre la espada de Hamás y el muro de Israel, pero que mantuvo una apuesta democrática arriesgada, recriminó amargamente a los israelís que hubieran precipitado con su intransigencia la derrota de los moderados. La derecha israelí, ante las elecciones del 28 de marzo, interpreta la victoria islamista como el corolario de la retirada unilateral de Gaza en agosto del 2005. La izquierda, por contra, censura la miopía de los herederos de Sharon, paralizados por sus luchas intestinas e incapaces de influir sobre los acontecimientos. Una medida de gracia, como la liberación de miles de presos preventivos, hubiera fortalecido al presidente Abú Mazén, el más firme y convincente adversario de la violencia. Ha sonado la hora de Hamás. Sería un error pensar que todos sus votos proceden del fanatismo, cuando es evidente que muchos son hijos desesperados de la frustración de 40 años bajo el doble flagelo de la corrupción de Al Fatá y la implacable ocupación militar israelí. El heterogéneo grupo vencedor no sólo llevará el peso de la púrpura, sino la administración de la victoria en los campos político y diplomático. Las redes de Hamás, hasta ahora dedicadas la beneficencia, correctoras de la incuria o el vacío de la Autoridad Palestina, pero fabricantes de cohetes y terroristas suicidas, deberán asumir los riesgos que comporta el ejercicio del poder.

ANTE una alternancia política sin precedentes, la retórica contradictoria de los líderes islamistas en la campaña electoral, Mahmud al Zahar e Ismail Hania (el rostro más pragmático), refleja las disputas internas y la frágil cohesión de Hamás, lo que explica en parte su éxito. Tras aceptar el proceso electoral derivado de los acuerdos de Oslo de 1993, hasta ahora recusados, el grupo vencedor se debate entre el reconocimiento de Israel y la prosecución de los ataques terroristas, entre el furor integrista y la provocación del aislamiento internacional que daría al traste con sus pruritos de regeneración y mejora de las condiciones de vida. Entre la soledad arrogante o la compañía del presidente Abú Mazén. Entre la democracia y el terrorismo. La ilusoria pretensión israelí de hacer una distinción maniquea entre los palestinos, pero actuando de manera unilateral, expira con la llegada de Hamás al poder. No se trata de buscar colaboradores, sino negociadores. Los integristas lograron en la clandestinidad el control de la calle y de muchas conciencias. Ahora serán tenidos por responsables de lo que ocurra en el territorio que gobiernan. La cruda realidad quizá no sea peor que las fantasías que la enmascaraban.