La hora más difícil de Podemos

La decisión de Juan Carlos Monedero de abandonar la dirección del partido que fundara en compañía de Pablo Iglesias sitúa a esta joven pero exitosa formación ante su hora más difícil. El duro aldabonazo que han significado sus declaraciones criticando la corrupción ideológica y estratégica del proyecto originario de Podemos, sólo levemente matizadas con posterioridad en una epístola titulada A mi amigo Pablo, podrían marcar el comienzo del fin del proyecto de esta formación. Las predicciones sobre lo que le pudiera ocurrir a Podemos a partir de ahora dependen de qué tesis de las dos siguientes uno considere más plausible.

La primera tesis sostiene que Podemos sólo es un estallido de ira que se ha alimentado de la concatenación de una serie de circunstancias extraordinarias pero irrepetibles: la dureza y profundidad de la crisis económica, la frustración con el bipartidismo de una mayoría de ciudadanos, la sucesión de escándalos de corrupción y, por último, la debilidad de las alternativas existentes (UPyD o Izquierda Unida) para movilizar dicha insatisfacción. Agitada esa mezcla, ciertamente explosiva, en la coctelera de las elecciones europeas —idóneas por su configuración en un único distrito y un sistema electoral estrictamente proporcional— Podemos habría sido catapultado hacia los cielos en los sondeos llevados a cabo en el otoño de 2014. Pero, continuaría esa tesis, desaparecidas en parte o en su totalidad esas circunstancias (sea por el repunte de la economía, el cambio de liderazgo en el PSOE o la aparición de Ciudadanos), el proyecto habría tocado techo y comenzado a retraerse, quedando condenado a desempeñar un papel secundario y marginal, cuando no a desaparecer, por la radicalidad de sus propuestas ideológicas, las divisiones internas y la pérdida de centralidad en el debate y tablero político.

Hay, sin embargo, una tesis alternativa que sostiene que la aparición de esta formación no puede explicarse simplemente como un estallido de ira ciudadana, sino como la traducción política y electoral de la crisis institucional, económica y social en la que hemos vivido en los últimos años en gran parte de Europa. Ello permitiría explicar no sólo la aparición de Podemos, sino la emergencia en toda Europa, por la izquierda o por la derecha, de fuerzas que se ofrecen como alternativa a la política y a los consensos tradicionales en torno al modelo económico, la desigualdad, la integración europea o la inmigración.

Desde esta tesis, Podemos se apoyaría en la fractura de los acuerdos entre generaciones, clases sociales y territorios en los que se basó el consenso del 1978, supuestamente agotado. Esta acumulación de fracturas, visible tanto en la emergencia de una nueva clase de jóvenes con valores y aspiraciones sustancialmente distintos a los de la generación de sus padres como en la aparición de nuevas formas de desigualdad, significaría que en la sociedad sí que habría hueco para una oferta como Podemos; máxime con una izquierda fragmentada entre un PSOE que, tras la debacle del zapaterismo, todavía no habría encontrado su identidad ni posición ideológica; y una Izquierda Unida tercamente empeñada en no conquistar el territorio disponible a la izquierda del PSOE.

¿Cuál de las dos tesis nos permite anticipar mejor qué es lo que va a pasar a partir de ahora? En mi opinión, las dos contienen elementos de análisis útiles. De hecho, mientras que la primera tesis explicaría la enorme elasticidad del techo electoral de Podemos en los sondeos, la segunda explicaría la más que probable robustez de su suelo electoral. Por tanto, mientras que la combinación de factores coyunturales (especialmente la corrupción y la frustración con el bipartidismo) habría empujado el techo de Podemos hasta situarlo como primera fuerza gracias a una muy eficaz estrategia de comunicación, los factores estructurales serían los que sostendrían su suelo a pesar de las adversidades y prevendrían una desintegración tan fulgurante como su ascenso. El resultado sería una solidez que, junto con el éxito de Ciudadanos y la persistencia de los problemas de PSOE y PP para reconquistar la credibilidad del electorado, especialmente entre los jóvenes y las clases medias urbanas, nos permitiría anticipar un sistema formado por cuatro partidos con pesos muy similares en el que Podemos ocuparía, además de los nuevos espacios de representación, el espacio a la izquierda del PSOE que IU nunca fue capaz de conquistar.

Que ese nuevo espacio esté disponible para ser conquistado no quiere decir que Podemos lo tenga garantizado: al contrario, la tarea que tiene por delante es de una magnitud considerable. Hasta ahora, Podemos ha llevado adelante una guerra relámpago, un blitz tremendamente exitoso basado en un liderazgo carismático, un mensaje transformador y unas herramientas de comunicación sumamente potentes. Pero, por seguir con las analogías bélicas que tanto gustan a sus líderes, Podemos se parece hoy mucho al Ejército alemán que, tanto en la I como en la II Guerra Mundial, logró, mediante tácticas novedosas y ataques por sorpresa, desbordar a sus enemigos para luego pararse en seco y verse obligado a atrincherarse o a acampar para sobrevivir a un largo invierno. Como ha puesto de manifiesto la dimisión de Monedero y las declaraciones de apoyo que le ha brindado su líder andaluza, Teresa Rodríguez —no por casualidad proveniente de Izquierda Anticapitalista—, al igual que el Ejército alemán en 1914, la principal debilidad de Podemos es su flanco izquierdo.

Desde sus orígenes, ha habido en Podemos una incompatibilidad manifiesta entre la izquierda radical proveniente de los movimientos sociales y aquellos que, como Pablo Iglesias, han querido conectar transversalmente con unas clases medias desideologizadas, pero muy enfadadas con el bipartidismo. La apuesta de Iglesias, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y el propio Juan Carlos Monedero siempre fue aprovechar la ventana de oportunidad de la crisis para insertar en el centro político, donde están la mayoría de los votantes, una propuesta de cambio político de carácter radical. La deserción de Juan Carlos Monedero, y su apelación a Eduardo Galeano, un icono de la izquierda que prefiere ser auténtica antes que ganar elecciones, en contraposición a la serie Juego de Tronos, paradigma de una ética política de excepción donde el fin (llegar al poder) justifica los medios empleados, ha debido ser un duro mazazo para Iglesias, siempre hostil al conformismo electoral de la izquierda y a la autosatisfacción ideológica.

El núcleo de Podemos tiene ahora que decidir qué hacer. Una opción es continuar con la estrategia relámpago e intentar seguir su camino hasta ocupar la centralidad del tablero político. Esta estrategia se enfrenta a dos dificultades. Una primera es que, como prueba la dimisión de Monedero, el estiramiento ideológico puede romper Podemos por la izquierda y sumir a sus cuadros en una guerra civil que los electores sin duda penalizarán. Y una segunda es que mientras Podemos se desgasta en peleas internas y se agota en el largo camino al centro, ese espacio está siendo tomado por Ciudadanos, un partido que no tiene ningún camino que recorrer hasta llegar al centro porque nació directamente allí.

Adoptando esta estrategia, Podemos corre, pues, el doble riesgo de romperse intentando llegar al centro y, para empeorar las cosas, de llegar tarde a un centro ya ocupado por otros. La segunda estrategia que Podemos podría adoptar sería atrincherarse en la izquierda, cavar defensas profundas y prepararse para una guerra de desgaste cuyo objetivo sería, en el mejor de los casos, anular al PSOE e Izquierda Unida o, en el peor, simplemente sobrevivir electoralmente. Esta estrategia podría garantizar la supervivencia de la formación y, especialmente, de sus cuadros, que lograrían parcelas de poder institucional desde las que seguir haciendo política con minúscula, es decir, con escasa o nula capacidad transformadora.

Aunque es difícil saber quién prevalecerá en esta pugna, está claro que la opción personal de Pablo Iglesias se identifica más con la primera, el relámpago; y que, forzado a adoptar una estrategia conformista, seguramente sería él quien tuviera la tentación de marcharse. Si eso finalmente ocurriera, casi seguro que las palabras de despedida que dedicaría a sus críticos serían: “No han entendido nada”.

José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED y autor de Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis (Debate, 2015).

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