La huella española en Marruecos

El 27 de noviembre de 2012 se cumplen cien años de la firma del tratado entre Francia y España por el que se instauró el protectorado español en Marruecos. Después del fracaso del acta de Algeciras de 1906, de distintos acuerdos francobritánicos, del tratado de 1911 entre Alemania y Francia y de marzo de 1912 entre Marruecos y Francia, España, como potencia de segundo orden, siempre comparsa de las grandes en los asuntos marroquíes, obtuvo el reconocimiento de sus derechos históricos directamente de Francia, que como potencia colonial principal los había recibido del propio Marruecos.

A partir de ese momento a España se le reconoció internacionalmente el ejercicio del protectorado sobre la franja norte árida, salvo excepciones como las comarcas del Lucus, y montañosa del entonces fallido Estado marroquí. Sobre esta estrecha franja territorial nuestro país pasó a ejercer competencias en relaciones exteriores, aduanas, ejército y la tutela general del funcionamiento de instituciones y autoridades marroquíes.

A partir del 27 de noviembre de 1912 comienza una etapa que, además de constituir el germen de hechos trascendentales para la historia de España, está cuajada de luces y sombras. En una primera fase que duró hasta muy entrados los años veinte, en la parte occidental se cometió un, a mi juicio, lamentable error relegando por influencias francesas, que no lo querían por su progermanismo, a el Raisuni, poderoso e influyente líder religioso y político, en beneficio de el Mehdi, nombrado jalifa o representante supremo del sultán de Marruecos en la zona del protectorado español. En la parte oriental, se incurrió en lo mismo a través de una desacertada y errática política de acercamiento a los cabecillas locales y a una estrategia de ocupación militar arriesgada e inconsistente. El resultado fue terrible: los campos del norte de Marruecos regados de sangre española y marroquí, y la desvirtuación total de los fines políticos, económicos, educativos y culturales propios del protectorado. Detrás de todos estos lamentables acontecimientos aparece como uno de los protagonistas más destacados el general Manuel Fernández Silvestre. Este militar fue en la parte noroccidental del protectorado español primer comandante general de la circunscripción de Larache hasta julio de 1915, fecha en la que a raíz de los luctuosos sucesos de Cuesta Colorada, lugar cercano a Tánger donde el principal negociador del Raisuni fue asesinado para dinamitar así los acuerdos de paz, pasó a ser ayudante de Alfonso XIII, y en la parte nororiental comandante general de Melilla desde 1920 hasta que, junto a muchos miles de españoles, fue sepultado por el desastre de Annual en julio de 1921.

Tras la desaparición de la escena del Raisuni y Abd el Krim y el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925, arranca un período que, con más o menos altibajos, se prolonga hasta 1956, fecha de la independencia de Marruecos. Si las sombras ennegrecieron casi por completo el panorama hasta poco después de 1926, a partir de entonces las luces y las sombras se entremezclan. El derramamiento de la sangre marroquí y española fue la tónica general hasta dicha fecha, pero después de ella, junto a errores propios de una mentalidad colonial hoy inaceptable, comienza a tomar fuerza la acción económica, cultural y educativa de España y el clima de paz favorece el desarrollo en estos campos.

En las dos etapas la acción española en suelo marroquí fue determinante para la forja de la casta de militares africanistas, que tanta influencia tuvieron en el desarrollo de parte de la historia contemporánea de España. De ella surgieron el general Franco y los que le secundaron en el levantamiento de 1936 (Mola, Orgaz, Yagüe, Saliquet, Varela…), pero también otro tipo de militar republicano y antifranquista (Pozas, Llano de la Encomienda, Núñez de Prado, Cordón, Asensio Torrado…). No hay que olvidar, sin embargo, que el interés y el respeto por la cultura y el pueblo marroquí, muchas veces coexistiendo a duras penas con posturas despóticas y desconsideradas, afloraron también en un sector nada desdeñable de estos militares; el ejemplo del coronel Gabriel de Morales, académico de la Real de Historia y autor de una destacada historia de Melilla, muerto en las proximidades de Annual donde acabó sus días por obediencia a pesar de su criterio estratégico contrario al del propio general Silvestre, es una muestra de lo que digo.

Después de nuestra Guerra Civil y con las sombras de la opresión y la escasez material en España, el Marruecos español constituyó para muchos compatriotas una tierra donde se vivía mejor y se podía respirar políticamente más. Paralelamente, los grupos y partidos políticos marroquíes, bajo un régimen de relativa tolerancia, pudieron moverse con mayor libertad que los correspondientes en España.

Y llegó 1956. Del Estado fallido de 1912, Marruecos había pasado a contar con un Estado dotado de todos los elementos para ser plenamente soberano y constituir el factor de equilibrio que hoy es en la importante zona geopolítica donde se encuentra. Con las deficiencias que se le quieran achacar, la etapa del protectorado contribuyó decisivamente a ello. Por su parte, España, que más o menos había tolerado el independentismo marroquí, se retiró con bastante precipitación y complejo de las tierras en las que había dejado tanta huella. Los vacíos se colman pronto, y donde nuestro país salió casi corriendo aparecieron, también casi corriendo, Francia y sus intereses.

A grandes pinceladas, el periodo del protectorado español en Marruecos está cuajado, como casi todos, de claroscuros, no siempre fáciles de juzgar equilibradamente con la mentalidad actual. Pero este pasado más que para hurgar en viejas heridas ya cicatrizadas debe servir para construir un mejor presente y futuro de las relaciones entre Marruecos y España. Del futuro de mañana forma parte el presente de hoy, y también el pasado de ayer. El hecho pretérito del protectorado español debe contribuir a resaltar la mucha historia que España comparte con Marruecos y ayudarnos a aprender de los errores pasados en beneficio del respeto mutuo y la colaboración sincera que deben guiar siempre las relaciones entre ambos países. Hay que desechar el estribillo de «condenados a entenderse» para reemplazarlo por el de «enriquecidos por su relación».

Luis María Cazorla Prieto, catedrático de la URJC.

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