La Humanidad en 2050

La humanidad se encuentra hoy en una encrucijada ante los numerosos retos a los que se enfrenta: crecimiento galopante de la población que cada vez requiere más recursos de un planeta que cuenta con reservas limitadas, megalópolis colosales que son cada vez más difíciles de gestionar, cambio climático, contaminación generalizada, etc. Y es que desde la revolución industrial el ser humano viene modificando el mundo de manera muchísimo más acelerada que en toda su historia anterior

Hacia el año 2050, la población mundial habrá superado los 9.000 millones de habitantes, esto es un 30% más que la actual. La explosión demográfica se producirá principalmente en los países en desarrollo: por ejemplo, se estima que un 25% de la población mundial estará entonces concentrada en África. El aumento del número de habitantes, del nivel de vida y de la esperanza de vida harán que las necesidades alimentarias crezcan considerablemente. Se estima necesario que, para el horizonte 2050, multipliquemos por un factor dos las kilocalorías que se consumen hoy en el mundo. Ello supone duplicar la producción agrícola. En particular habrá que incrementar fuertemente el cultivo de cereales para alimentar a la ganadería intensiva requerida por el incremento en el consumo de alimentos de origen animal.

Cabe poca duda de que la superpoblación del planeta originará graves crisis alimentarias pues el crecimiento económico que es preciso para este enorme aumento en la producción no está garantizado. Se evoca a menudo que las guerras y las epidemias podrían ser la solución radical a los problemas alimentarios originados por la sobrepoblación, pero sería muy preferible que seamos capaces de desarrollar métodos agrícolas más sostenibles y eficaces, aunque estos resulten más costosos, por las técnicas sofisticadas que requerirán, y aunque tengamos que recurrir mucho más a los productos modificados genéticamente.

En el año 2050 la población será mucho más urbana: se estima que el 70% de la humanidad vivirá en ciudades (frente al 50% que lo hacen ya hoy) y, progresivamente, se crearán más y más megalópolis con más de 20 millones de habitantes. Los colosales retos planteados por tales urbes conducen a arquitectos, ingenieros y urbanistas a desarrollar nuevos conceptos de ciudad. El concepto de una smart city o ciudad inteligente que utilice más y mejor tanto el agua como las energías renovables parece muy prometedor. Resultan muy interesantes las iniciativas emprendidas en India para el desarrollo de ciudades inteligentes y la emergencia de ciertas actividades empresariales que recopilan soluciones técnicas innovadoras para desarrollar las ciudades del futuro. Sin embargo, llevar tales ciudades inteligentes a la práctica, mediante la modernización de las actuales, requerirá de recursos muy cuantiosos que serán difícilmente abordables por las administraciones.

Uno de los mayores desafíos planteados por este mundo nuevo es el referente al transporte, tanto en el interior de esas grandes ciudades como entre ellas. En las ciudades, las políticas de uso de automóviles individuales serán cada vez más restrictivas y, a largo plazo, cabe poca duda de que el uso de tales vehículos quedará muy restringido en los centros de las ciudades, o incluso totalmente prohibido. Asistiremos a un mayor desarrollo del transporte colectivo que sea más eficiente y menos costoso en energía. No obstante, los automóviles seguirán desarrollándose: el coche del futuro será eléctrico y su batería podrá cargarse en unos minutos. Hay proyectos mucho más futuristas para desplazarse en las ciudades, como el tranvía monorraíl SkyTran, desarrollado en EEUU (con participación de NASA) y en Asia, que funciona por levitación magnética de pequeñas cápsulas biplaza que pueden superar los 200 kilómetros por hora. A más largo plazo podemos imaginar bien un coche volador inspirado en los helicópteros actuales, inicialmente como un vehículo de lujo, pero adquiriendo poco a poco un uso más generalizado.

El transporte ferroviario de alta velocidad (tipo AVE) seguirá desarrollándose como medio muy importante de comunicación entre ciudades. También los trenes por levitación magnética (tipo maglev), que ya operan en China, Japón y Corea del Sur, tienen un gran potencial de desarrollo; su récord de velocidad está ahora en 603 kilómetros por hora, pero la tecnología permitiría una velocidad diez veces más alta si el tren circulase por un túnel de vacío. Entre otros proyectos de trenes rápidos se encuentra el tren cápsula Hyperloop que podría alcanzar los 1.200 kilómetros por hora, un proyecto muy ambicioso y costoso que está siendo impulsado por el visionario Elon Musk y su empresa del sector aeroespacial SpaceX.

Los barcos eléctricos y robóticos empiezan a ser una realidad, por ejemplo el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), junto con universidades holandesas, están invirtiendo 25 millones de euros para desarrollar el Roboat, un barco para transportar mercancías y personas por los canales de Amsterdam. Finalmente, los aviones impulsados por motores eléctricos también comienzan a ser una realidad: en el año 2016 el Solar Impulse 2, alimentado con células solares, fue el primero de su tipo en dar la vuelta al mundo. El desarrollo del avión eléctrico irá acompañado por el de dirigibles, inflados con helio, capaces de transportar hasta 500 toneladas de mercancías, y probablemente un número elevado de personas.

La ingeniería genética, la integración de la cibernética en el cuerpo humano, los robots y la inteligencia artificial están equipando ya a la humanidad con unos medios potentísimos que deberían ayudar a mejorar la salud y la calidad de vida muy significativamente en el 2050. Además, la aplicación de las tecnologías de la información y las comunicaciones en la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades (lo que se ha venido en denominar e-salud) mejorarán rápidamente la asistencia sanitaria.

Sin embargo, los grandes cambios del planeta impulsados por la humanidad se encuentran cuestionados por cinco grandes amenazas: el agotamiento de los recursos fósiles (petróleo, carbón y gas natural), el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación generalizada del medio ambiente y la disminución de la biodiversidad. No dispongo de espacio para comentar aquí sobre las cuatro primeras, pero sobre la última amenaza mencionada he de recalcar que se estima que el 10% de las especies (lo que supone varios millones de especies) habrán desaparecido en el año 2050, y no hace falta recordar que es la biodiversidad lo que asegura la persistencia de la vida a largo plazo. No se concibe la vida sin diversidad.

Para enfrentarnos a estas amenazas contamos como única herramienta con el desarrollo científico y tecnológico. Los gobiernos de las naciones deberán actuar con creatividad y flexibilidad, en un mundo políticamente multipolar, aplicando esta herramienta con acierto. Las decisiones que se tomen hoy y en un futuro próximo determinarán nuestro futuro a más largo plazo y nuestra propia supervivencia como especie. Resulta pues indispensable que, además de ocuparse del horizonte próximo y local, los gobiernos velen por la resolución de problemas globales a medio y largo plazo.

Las herramientas tecnológicas pueden servir para destruir completamente el planeta o para labrarnos un futuro mejor. Dado que el uso de estas herramientas vendrá impuesto, en gran medida, por el criterio moral que se instale en la sociedad ya globalizada, es imprescindible que el progreso tecnológico vaya acompañado por un progreso espiritual y moral que promueva el respeto al medio ambiente, la paz y la solidaridad. Sólo así podremos asegurar nuestra supervivencia como especie, y garantizar que esta supervivencia sea digna. En mi opinión, una degradación radical y generalizada de las condiciones de vida de la humanidad podría llegar a ser algo tan nefasto como la extinción de la especie humana, o incluso peor.

Rafael Bachiller, astrónomo, es director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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