La identidad catalana y la falta de respeto

La identidad catalana y la falta de respeto

Camino del cadalso, Madame Roland pronunció aquello de "¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!". Instantes después, la guillotina separaba la cabeza de su tronco, una cabeza por cierto, muy bien amueblada, del partido de los girondinos. Tenía mucha razón la revolucionaria ilustrada, como demuestra el éxito que ha tenido esa célebre frase, pero tampoco hay por qué cargarle el mochuelo a la palabra libertad.

Hay otras palabras tanto o más biensonantes que pueden ser igualmente peligrosas en determinados labios. Paz, pureza, igualdad... escudándose tras términos como estos se han cometido las más variadas tropelías a lo largo de la historia. Echando mano de la sabiduría popular, podría decirse de quien las enarbola aquello de "dime de qué presumes y te diré de qué careces".

En esta situación se encuentran quienes desde el catalanismo exigen el "respeto a la identidad" catalana, pues un análisis de la realidad demuestra que el respeto a las identidades distintas de la identidad que se considera propia de Cataluña no es precisamente aquello por lo que se distingue el catalanismo.

A pesar de ello, "respetar la identidad de Cataluña" es hoy una de las frases talismán en el debate sobre el problema catalán, empleada tanto por los partidarios de la secesión como por muchos de los que tratan de hallar una salida no traumática a ese proceso. Ese respeto es la piedra angular, la premisa incuestionable de la que ha de partir cualquier solución dialogada al conflicto.

En Podemos y avatares ya se sabe que las identidades de los pueblos pasan por encima -literalmente- de los derechos de ciudadanía, eso no es novedoso, y en el ámbito de la socialdemocracia, representada en nuestro país por un partido que prohíbe la militancia socialista a los catalanes que no se declaren catalanistas, esa tendencia está arraigada desde antiguo.

Pero el axioma de la existencia de una determinada "identidad de Cataluña" que es necesario respetar se ha extendido ya por el resto de partidos: la línea de pensamiento del ex constitucionalista Herrero de Miñón ha dejado de ser anecdótica en la derecha española, e incluso entre los portavoces de Ciudadanos se ha despertado un oportunista anhelo por el voto nacionalista moderado que les hace comulgar, ya oficialmente, con ruedas de molino.

Sin embargo, para poder valorar la validez de ese axioma lo que es inexcusable es conocer de qué hablamos cuando hablamos de "identidad de Cataluña". Para hacer la prueba con un catalán cualquiera, y no señalar, me someteré a examen yo mismo. Me llamo Pedro Gómez Carrizo: nótense esas dos zetas írritas a la lengua lemosina, y ese ya ofensivo "Pedro", signo evidente de irredención culposa, tan molesto, como recordarán, a la nuera de l’avi Florenci. Mi idioma es el español. Confesaré además que no me gustan los castellers ni las sardanes, que apenas veo TV3 y que, ¡ay!, ni siquiera soy del Barça. Puedo reconocer cierta catalanidad en el ámbito gastronómico, pero sospecho que los puntos que pueda sumar en esa casilla no bastan ni de lejos para evitar que mi resultado en el baremo de "identidad catalana" sea a todas luces lamentable. O dicho de otro modo: en los términos en los que el catalanismo la ha fraguado, la "identidad de Cataluña" no me incluye. Soy un catalán con una identidad impropia.

Pero el problema es más grave, porque el término "no inclusión" resulta muy suave para describir el proceso de creación y fomento de una identidad. En realidad, una identidad colectiva es aquello que no es la identidad colectiva del vecino. Cuando se utiliza para hacer piña con los propios y separarse de los ajenos, la identidad se construye en contra de otra identidad. Y eso es justo lo que ocurre con esa "identidad de Cataluña" en boca de todos: que es una identidad que no sólo no me incluye, sino que me excluye y me niega expresamente, pues los rasgos identitarios que reúno son aquellos contra los cuales la Cataluña oficial se afirma a sí misma. Esos elementos negados son, para mayor inri, señas de identidad compartida, en mayor o menor grado, por la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes, pues en Cataluña los pobladores de ocho apellidos catalanes no son precisamente lo más abundante.

Haciendo caso omiso de esa realidad demográfica, el catalanismo ha logrado fijar una idea de lo catalán que muy pocos ponen en cuestión. Una idea de lo catalán que se nutre día tras día de la negación de lo español, sin detenerse ante la evidencia de que tal proceder es una grave falta de respeto a un gran número de catalanes, hasta el punto de que la principal argamasa que une la "identidad de Cataluña" es el rechazo de todo rasgo de identidad que el catalanismo considere ajeno o impropio de la nación catalana.

La estigmatización sistemática -que a menudo se convierte ya en abierto insulto- hacia lo no oficialmente catalán lo ha invadido todo: la escuela catalana, los medios de comunicación, los ámbitos institucionales y el tejido social dependiente, y tras la fractura social propiciada por el procés, ha llegado al fin a la calle.

Tan poco respetuoso es el catalanismo que su mensaje esencial, proclamado por infinidad de altavoces en Cataluña, es que más de la mitad de los catalanes son catalanes solo a medias, y unos cuantos ni eso.

¿Debemos, pues, considerar axiomático que el respeto a "la identidad de Cataluña" imaginada por el catalanismo sea el paso previo para resolver el problema del separatismo? Creo humildemente que no. Creo que el respeto hacia esa particular manera de entender lo catalán está más que sobredimensionado. Creo que lo prioritario es destapar la mentira que se esconde tras "la identidad de Cataluña", pues la identidad de un país no es sino la suma de las identidades de sus habitantes.

Pedro Gómez Carrizo es presidente de la Plataforma Pro Federación Socialista Catalana (FSC-PSOE).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *