La identidad navarra

Sigue impresionando la reflexión agónica de Laín Entralgo cuando se preguntaba: «¿Qué va a ser de España? ¿Se producirá en ella una paulatina desintegración? ¿Se alcanzará la realidad de una nueva y más satisfactoria convivencia?». España es una gran nación, que ha supuesto durante más de mil años algo más que una Nación; ha sido una cultura entera que traspasa siglos y continentes; la única universal –con la anglosajona– que aún perdura. Y en esa unidad conviven diversas tierras, costumbres e historias que la enriquecen con sus aportaciones al todo. Una de esas tierras es Navarra. Si hay algún Reino que pueda codearse de igual a igual, e incluso mirar un poco por encima, a los demás reinos medievales, es el de Navarra. Tierra de acendradas costumbres, de recia personalidad, de hondos sentimientos de identidad, y que sin embargo ha sido un ejemplo de unidad-diversidad, al no excluir a España de su identidad sino asimilarla dentro de su originalidad. Bien se puede comparar a un centenario olivo: profundo en sus raíces y extenso en su ramaje. Muy local y profundamente universal.

La identidad navarraPero en nuestra España tenemos un retroceso, después de tantos siglos, en el ámbito territorial. Con sangre, sudor y lágrimas conseguimos, a partir del siglo XV, que se fuera forjando la nación española, con respeto a las peculiaridades de sus diversas tierras.

En Navarra, en la que tanto se juega España, la cuestión tiene rasgos especiales puesto que lo que puede ocurrir, si así lo decide el pueblo navarro por referéndum (Disposición Transitoria 4ª de la Constitución), es la anexión al País Vasco. Si eso ocurre sería democrático pero, a mi juicio, un golpe mortal a la identidad navarra, que pasaría a ser una parte de la «Nación Vasca» o «Euskalerría», con un Parlamento ajeno al que ahora tiene Navarra.

Recientemente el PNV ha presentado en el Parlamento vasco una propuesta para crear un nuevo Estatuto que lleve al reconocimiento de la identidad nacional del Pueblo Vasco. Y ahí estaría Navarra. A nadie se le oculta que el nacionalismo vasco tiene a Navarra como objetivo primordial para crear esa Nación vasca. Qué pasaría luego no es difícil imaginarlo.

A lo largo de la historia, en más de mil años, jamás los navarros tuvieron conciencia de pertenecer a una supuesta comunidad euskalherriaca porque era inexistente. Cuando el Reino de Pamplona luchaba con francos y musulmanes, los territorios vascongados permanecieron totalmente al margen. Y cuando en 1542 se produce el destronamiento por Fernando el Católico de los Reyes de Navarra, Juan de Albret y Catalina de Foix, los vascongados son los primeros en invadir el solar navarro, bajo el mando del Duque de Alba y, dicho sea de paso, después de la integración en Castilla, Navarra conservó sus fueros y privilegios.

Ya en tiempos posteriores, Navarra sigue conservando una identidad propia y diferenciada, lo mismo con la Ley paccionada de 1841, que con el Decreto-Ley de 4 de noviembre de 1925 (Primo de Rivera) que disuelve las diputaciones, exceptuando a las que tenían un régimen privilegiado «hijo del concierto y de pactos antiguos» como fue el caso de la Diputación navarra. Y así, en 1927, se firma con el Estado el primer convenio económico con un cupo contributivo de seis millones de pesetas. Y, más recientemente, tanto en las dos Repúblicas como en la Transición de 1978, Navarra ha conservado su identidad (Ley Orgánica de 1982 de Amejoramiento del Fuero). Queda la Disposición Transitoria 4ª de la Constitución (fruto del chalaneo pactista en su elaboración) que establece una posibilidad de unión, mediante referéndum, con el País Vasco que ha dado y sigue dando alas al nacionalismo vasco para intentar formar esa patria vasca soñada. Y como bien ha dicho Vargas Llosa «no hay nacionalismos inofensivos». El nacionalismo cierra, no abre; excluye, no une, da alas a la pasión anulando la razón; y en esa tesitura se pretende por todas las vías «vasconizar» Navarra. Y como ha ocurrido con otras autonomías, se ha elegido, con mucha sabiduría, la vía educativa como el mejor cauce para lograrlo. Hay en todos los terrenos, y el educativo es el buque insignia, una ofensiva en toda regla para que Navarra se integre en el País Vasco. No se puede olvidar lo que dijo en 1977 Arzallus en El País: “…vamos a entablar la guerra política en Navarra y en los próximos años va a quedar sacudida por este signo: Euskadi sí; Euskadi no; lo cual la radicalizará y terminará metiéndola en Euskadi». Por ejemplo con la desatada implantación de ikastolas en la Ribera navarra. Y si eso ocurriera, entraríamos en una dinámica de notable peligro para la unidad de España. Pensar en una España con separación de Cataluña y el País Vasco (con Navarra) supondría, entre otras cosas, la pérdida de un 20% de la población y casi un 30% del PIB. Y desde luego, una ruptura social y cultural muy lacerante. De ahí la importancia de que Navarra conserve su independencia e identidad propias, sin perjuicio de las buenas relaciones sobre todo económicas que ha tenido y debe tener con la Comunidad Vasca; pero una cosa es la relación de hermandad y otra la de filiación.

El actual Gobierno de Navarra está compuesto por formaciones políticas (Geroa Bai, Bildu..., etc.) que unidas tienen mayoría parlamentaria y que de un modo inequívoco se declaran partidarias de la anexión de Navarra al País Vasco. Impacta la declaración de la presidenta de ese Gobierno que dijo el 22 de julio de 2015, en su toma de posesión, que «soy consciente de ser una presidenta abertzale en una región no abertzale». E impresiona más cuando hace un año dijo que «el euskera la lengua de los navarros fraguó la identidad de un territorio, Navarra, y de sus habitantes, los navarros». La realidad es que sólo el 6% de la población utiliza el euskera. Pero que haya un gobierno empeñado en ello y además lo hace con sentido nacionalista y toma la educación como arma ofensiva, es muy preocupante como estamos viendo en el caso catalán.

El reto de no perder su identidad es hoy el mayor desafío para la sociedad navarra.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, académico de número de la Real de Jurisprudencia y Legislación y del Colegio Libre de Eméritos.

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