La igualdad como valor

Por Carles Cruz Moratones, magistrado y portavoz de la Comisión de Coordinación contra la Violencia Doméstica de Girona (EL PAÍS, 11/10/05):

La arquitectura jurídica de un Estado de derecho se fundamenta en sus valores como sociedad. Tenemos los valores de la libertad individual y colectiva; la salud; la igualdad y la no discriminación injustificada; los derechos políticos propios de una democracia; el derecho a la propiedad, etcétera.

Son valores que la sociedad en su conjunto sabe que necesita proteger, reforzar y profundizar en ellos para adaptarlos a las circunstancias y retos con los cuales se va enfrentando.

La mayoría de ellos nos vienen inculcados desde pequeños. Por ejemplo, quiero destacar el derecho a la propiedad, que aun siendo el más prosaico de los citados, tiene una repercusión enorme en nuestro entramado jurídico y económico. De pequeños nos dicen: "No toques esto, que no es tuyo; devuelve la pelota, que es de este niño; tú, sólo lo tuyo; pídeselo, que no es tuyo...". Con ello crecemos sabiendo que el derecho a la propiedad ajena y propia tiene que ser respetado en todo momento y lugar.

Por ello, cuando hacemos leyes que afectan al derecho de propiedad, tienen todas las probabilidades de ser respetadas porque la mayoría de la sociedad comparte el valor de la propiedad. ¿Se imagina alguien cómo sería la sociedad si no tuviésemos asumido ese valor? Si saliésemos a la calle y nos apoderásemos de todo lo que nos gustara (ese bolso, esa moto, aquel vehículo, etcétera), no habría jamás suficientes policías, jueces y cárceles para proteger el derecho a la propiedad. Afortunadamente no es así y las violaciones de este derecho están dentro de unos límites en los cuales la sociedad puede defenderse razonablemente bien.

Todo ello viene a cuento por el tema de la igualdad en la pareja. Tenemos una ley integral de protección de la mujer (y de sus hijos) que lleva escasamente tres meses en vigor en lo que se refiere a los juzgados especializados y éstos se encuentran en general muy cargados de trabajo y algunos casi colapsados. Los esfuerzos del Consejo General del Poder Judicial y del Gobierno para aumentar su número y apoyar a aquellos otros juzgados que no están dedicados sólo a estos temas son importantes, aunque no definitivos. Seguramente habrá que ir pensando en nuevas medidas de refuerzo con más medios personales (más funcionarios, prolongación de jornada retribuida debidamente, etcétera). El denominado efecto llamada que ha supuesto la nueva ley con la creación de estos juzgados sin duda ha influido en la situación actual en la que se encuentran y por ello hay que tener también una cierta perspectiva para seguir analizándola. Pero entiendo que deben tomarse en consideración otras cuestiones que a veces parece que se pierden de vista.

Está claro que las denuncias aumentan, y también las trágicas muertes de mujeres. La primera cuestión creo que se explica porque ahora la mujer se siente más apoyada por el entorno familiar, social, jurídico y judicial, asociativo, etcétera. Esto es un éxito para toda la sociedad porque estamos ayudando a superar el miedo. Queda mucho camino por recorrer en este terreno, pero ya se ha dado el primer paso. Sin embargo, sospechamos que existe aún una gran bolsa sumergida de violaciones de los derechos de mujeres que siguen sometidas a la dictadura machista. La segunda, puede tener su explicación en el hecho de que algunos hombres agresores se encuentran frente a un muro de rechazo a su actuación que no pueden derribar y que, por el contrario, se les viene encima. Optan por la salida más desesperada y suicida.

Sin embargo, si la cuestión de la lucha contra la violencia sexista (que ocupa el 90% de la violencia doméstica) sólo la debemos librar en los juzgados y con el código penal en la mano, nos veremos desbordados (como antes decíamos respecto al derecho de propiedad si no estuviese asumido).

El camino, a mi juicio, pasa por conseguir que el derecho a la igualdad (en la pareja) sea asumido como valor por toda la sociedad. Parece que el valor de la igualdad entre los seres humanos (en general) está mucho más interiorizado que cuando la igualdad se proclama en el seno de la relación de pareja. De ahí que me permita siempre el añadido propio cuando se habla de igualdad. ¿Y cómo se consigue eso? Pues de la forma que el mismo legislador haprevisto: con campañas de sensibilización a todos los niveles (educativo, asistencial, publicidad, prensa, relaciones laborales), con labores de prevención. Sólo con convencimiento se consiguen resultados a medio plazo en el terreno cultural y social. Y en España tenemos la experiencia histórica reciente que nos lo confirma.

Sin embargo, ahora sólo tenemos visibles las medidas represoras (las del mundo judicial y policial), y si únicamente nos acogemos a ellas pensando que el problema se va a solucionar, estaremos propiciando una desilusión colectiva y una pérdida de confianza en que somos capaces de poner coto a esta tragedia. Debemos conseguir que aquella bolsa sumergida de dominación machista que intuimos que existe se vaya autodisolviendo por convicción en el valor de igualdad en la pareja. Los fenómenos culturales se transforman de forma cualitativa, aunque no se consigue a corto plazo, y si no es así, no habrá aparato judicial y policial que pueda hacer frente de forma efectiva y eficiente a lo que pueda ser una avalancha.

A ello se une de manera cada vez más notable el fenómeno de las distintas culturas que llegan a nuestro país. En algunas de ellas, la dominación machista está más enraizada y extendida que en la nuestra, y esoo se percibe claramente en los juzgados de guardia. Por lo tanto, el fenómeno cultural con el que debemos enfrentarnos alcanza magnitudes aún mayores puesto que al reto de propiciar una sólida integración se le añade el del cambio de la mentalidad en la relación de pareja para algunos de los recién llegados. Es lo que podríamos denominar una integración sostenible. En estos casos no es suficiente una sensibilización y prevención en el ámbito educativo (hijos y adultos), sino también en el acogimiento social.

Toda una carrera de fondo, vaya.