
Después de que el PIB chino creciera solo el 3% en 2022, uno habría esperado que el gobierno fijara una meta de crecimiento de por lo menos el 6% para este año. De hecho, prácticamente ninguna previsión de mercado proyecta una tasa inferior. Sin embargo, en la Asamblea Popular Nacional del mes pasado, el saliente premier, Li Keqiang, reveló en su último Informe sobre la Labor del Gobierno que el gobierno apuntaba a un crecimiento de alrededor del 5%, la meta más baja de su mandato.
Durante la gestión del ex premier Wen Jiabao, entre 2003 y 2013, China mantuvo una meta de crecimiento oficial del 8%. Pero, en su último Informe sobre la Labor del Gobierno, Wen redujo la meta por primera vez 0,5 puntos porcentuales. La razón era obvia: Wen quería enfriar la economía por entonces sobrecalentada. Sorprendentemente, el sucesor de Wen, Li, en efecto consideró que 7,5% era el techo de crecimiento durante los diez años que estuvo en el cargo.
Por cierto, desde 2014, el premier Li ha revisado constantemente la meta de crecimiento de China medio punto a la baja con respecto a la meta del año anterior, ya sea a través de un ajuste categórico o la introducción de un rango inferior. Dado que el crecimiento del PIB viene incumpliendo repetidamente la meta oficial, no se puede más que asumir que se trató de una respuesta al desempeño real de la economía. Si las metas existentes no se cumplen, ¿por qué el gobierno las elevaría?
En los últimos treinta años, las metas de crecimiento, en alguna medida, se han convertido en una profecía autocumplida. De 1993 a 2013, la meta de crecimiento del gobierno central prácticamente se interpretó como un indicio de lo que esperaba el gobierno central. Es por eso que la tasa real de crecimiento fue mucho más alta que las metas del gobierno. Es cierto, hubo fuerzas estructurales que jugaron a favor de China durante este período. Los gobiernos locales enfrentaban incentivos políticos para implementar sus estrategias de crecimiento -entre ellos, inversión en renta fija y planificación industrial- a fin de satisfacer las prioridades y expectativas del gobierno central.
De la misma manera que las alzas de las metas de crecimiento alientan a los gobiernos locales a perseguir el crecimiento de manera más agresiva, una disminución de las metas de crecimiento puede desalentar esos esfuerzos, lo que conduce a tasas de crecimiento inferiores que, a su vez, llevan al gobierno a reducir aún más las metas, causando una espiral descendente. Todo esto hace difícil calcular la potencial tasa de crecimiento de China, que supuestamente es lo que ancla la política económica. ¿Qué fue lo que pasó?
La desaceleración del crecimiento del PIB de China en los últimos diez años no es el reflejo de una política fallida, sino de una nueva estrategia política. De 1993 a alrededor de 2013, el crecimiento del PIB fue el principal objetivo del gobierno central, y guio la estrategia de los responsables de la política respecto de la gestión macroeconómica. Este objetivo -que los gobiernos locales debían llevar a cabo- condujo a la aceleración de la formación de capital público, a mejoras en el marco de inversión, al ingreso de capital privado y a la creación de una mayor capacidad productiva.
Sin embargo, esta estrategia también tiene sus limitaciones, que resultan de un incremento acelerado de los costos marginales. Si bien la inversión productiva alimenta el crecimiento y el desarrollo, una inversión excesiva conduce a menores retornos y a crecientes deudas. La estrategia del crecimiento por sobre todo también causó un daño ambiental considerable, que incluyó la contaminación del aire y del agua de China.
Estos costos sociales inmediatos asociados con esta estrategia, finalmente, llevaron al gobierno de China a optar por una estrategia nueva, centrada en la creación de empleos y en garantizar la estabilidad macroeconómica. Del lado del empleo, China ha alcanzado un éxito considerable: en los últimos diez años, la creación de empleos urbanos se ha mantenido en alrededor de 12 millones (o más) anualmente, superando en exceso la meta -más vinculante que la meta del PIB- de 11 millones.
China le debe estos beneficios, en gran medida, al rápido progreso de los sectores de alta tecnología como la economía de plataformas y los vehículos eléctricos. Las nuevas tecnologías digitales han respaldado el rápido crecimiento del sector de los servicios, y han impulsado la resiliencia en el mercado liberal en términos más amplios.
Si la economía puede generar suficientes empleos, un crecimiento del PIB cada vez más acelerado simplemente no es necesario. Aun si el crecimiento del PIB se ha desmoronado a alrededor de la mitad del promedio anual (10,2%) en 2002-12, China no ha experimentado un malestar social significativo. Tampoco ha habido una crisis financiera o una marcada contracción económica que revirtiera el progreso pasado en los estándares de vida, a pesar de la crisis provocada por la pandemia.
China seguirá recogiendo los frutos de su cambio de políticas centradas en el crecimiento a un foco en los empleos. Esta estrategia es más favorable a la implementación de las reformas estructurales necesarias para limitar la inversión excesiva y reducir las deudas. También debería fomentar la adopción de nuevas tecnologías, generando un círculo virtuoso de creación de empleos y crecimiento de la productividad. El progreso en estas áreas -así como la convergencia de las tasas de crecimiento de la productividad en las diferentes regiones- es crucial para el desarrollo de mediano a largo plazo de la economía china.
Un contexto externo desfavorable fortalece aún más el argumento para que China mire más allá del crecimiento. Toda la economía global lidia con un crecimiento en baja de la productividad y con una caída de la demanda -tendencias que no se revertirán en lo inmediato.
Asimismo, estamos presenciando el colapso del marco institucional que ha sustentado la liberalización de las cuentas de capital en todo el mundo en los últimos 30 años, en tanto las tensiones geopolíticas llevan a un incremento sin precedentes de las restricciones transfronterizas. En términos más amplios, las políticas económicas impulsadas por la geopolítica -sobre todo las restricciones impuestas al comercio con China por parte de Estados Unidos- están generando una incertidumbre considerable en las cadenas de suministro y en los mercados financieros globales.
La era de crecimiento alto e inflación baja es cosa del pasado en las economías avanzadas, y va a ser reemplazada por el “estancamiento secular” del cual nos ha advertido durante mucho tiempo el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos Lawrence H. Summers. En este contexto, las economías de mercados emergentes como China hacen bien en abandonar la ilusión de que el crecimiento alto se puede mantener indefinidamente. El escenario más probable es un período prolongado -que, quizá, dure una década- de crecimiento más lento. China hace mucho mejor en enfocarse en el empleo y en trabajar para evitar una crisis financiera o de deuda sistémica que en resistirse a lo inevitable.
Zhang Jun, Dean of the School of Economics at Fudan University, is Director of the China Center for Economic Studies, a Shanghai-based think tank.