La importancia de Anápolis

Ha comenzado una nueva cumbre para buscar la paz en Oriente Medio. Puede ser un momento trascendental para la Historia. ¿Hay algo interesante en la tele esta noche? Mis disculpas a los lectores si les parezco demasiado cínico, pero desde hace décadas, cada pocos años hay una 'cumbre' como ésta, y a la vista están los resultados. Los motivos de tan reiterados fracasos han de ser muy poderosos. Si no los diagnosticamos y los resolvemos, la nueva conferencia de Anápolis está tan condenada al fracaso como sus antecesoras.

Por el momento reina el optimismo. Se habla abiertamente de un Estado palestino; de reuniones cada quince días para mantener en marcha el asunto; se habla de una fecha límite para sellar el acuerdo, antes de que termine la presidencia de Bush. ¿Estamos ante la aurora de la paz o ante un nuevo espejismo?

El primer obstáculo es el terrorismo. Un atentado, una represalia, pueden ser la excusa perfecta para suspender las negociaciones, pero si ambas partes desean realmente la paz, los atentados terroristas serán considerados como lo que son realmente: los actos criminales de una minoría, sin concederles trascendencia política.

Más serias son las divergencias internas en cada bando. El primer ministro israelí Ehud Olmert tendrá que enfrentarse a fuertes resistencias en su Gobierno y en la Knesset, donde muchas facciones le lanzarán numerosos epítetos irreproducibles en letra impresa, y no faltará quien le recuerde capciosamente el destino de Isaac Rabin. Claro que mucho peor lo tiene Mahmud Abbas, enfrentado a una mayoría parlamentaria de Hamás. Por el momento las encuestas favorecen al presidente Abbas pero si esta conferencia termina como todas, Abbas y su partido, Al Fatah, habrán quemado su último cartucho.

El Estado de Israel equivale al 80% de la Palestina histórica. Cisjordania y Gaza son el 20% restante. El gran problema es la negativa israelí a un Estado palestino. Si los palestinos no consiguen un Estado propio, no puede haber paz. Olmert se declara dispuesto a ceder en este tema fundamental. Hasta el momento, los israelíes han exigido quedarse con todo Jerusalén, más su periferia, anexionada administrativamente por ellos al Ayuntamiento de la Ciudad Santa, más diversos enclaves con asentamientos de colonos y numerosas carreteras extraterritoriales para enlazarlo todo.

En estas condiciones, el Estado palestino consistiría en varios trozos separados entre sí que sumarían el 50% de Cisjordania, conectados por túneles y rodeados por enormes murallones de hormigón bajo control israelí. En estas condiciones no habrá paz. De momento, lo único realmente acordado es que ambas partes volverán a reunirse el 12 de diciembre, pero eso y nada es lo mismo. Es casi universal el juicio que merece la reunión celebrada en Anápolis y que reanudó formalmente y con una concurrencia mundial el agónico proceso de paz entre Israel y Palestina: bien está, pero será algo más que difícil vistos los antecedentes. 'The New York Times', en su esperado editorial del día siguiente, escribía que no deberían ser sobreestimadas las posibilidades de que se alcance un tratado de paz antes de que Bush deje la Casa Blanca. El diario liberal se felicitaba en su primer párrafo de ver, por fin, al presidente convertido en un pacificador en Oriente Medio, oficio que durante años y años desdeñó.

Hay sólo una novedad de peso en todo el asunto: la definitiva americanización del proceso desde el punto de vista de su observación, juicio y, eventualmente, arbitraje entre las partes. Ambas han aceptado que el flamante comité de seguimiento del prometido cumplimiento de los acuerdos del primer capítulo de la Hoja de ruta esté dirigido por un norteamericano, el general (retirado) James Jones, a quien se tiene por solvente y neutral.

Sería estupendo saber qué opina de todo esto Tony Blair, enviado especial del Cuarteto (los mentores de la Hoja, es decir, EE UU, ONU, UE y Rusia) y en quien, en puridad, debió recaer la responsabilidad desde el momento en que, como se subraya también, lo acordado es, de hecho, la resurrección de la Hoja de Ruta.

Bush ha hecho una exhibición de poder de convocatoria (es muy difícil decir no a una invitación del presidente de Estados Unidos, decía un poco irónicamente el ex ministro israelí de Exteriores Slomo Ben Ami) y de relaciones públicas. Volvió a invitar expresamente a Mahmud Abbas y Ehud Olmert a la Casa Blanca para la primera sesión de trabajo que debe empezar sobre el terreno el próximo día 12.

Entonces llegará lo difícil: en Anápolis fue imposible redactar un comunicado conjunto algo más denso, más largo, por la oposición de Israel a aceptar un calendario vinculante y por la hostilidad palestina a ciertos avances israelíes (como el de hacer de Israel el Estado judío); no hay masa crítica ni en el parlamento ni en la sociedad para evacuar los territorios, abatir el muro o devolver la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Y en el lado palestino, una buena mitad del público y, desde luego, Hamás, la Yihad y más gente no está tampoco por la labor de un arreglo inspirado, bendecido y administrado en Washington.

Álvaro Sánchez

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