La imposible relación bilateral

Hace ya unos meses, el señor Juan-José López Burniol publicó un libro, titulado España desde una esquina, en el que resume su conocida tesis sobre la inviabilidad para Catalunya de mantener una relación bilateral con el Gobierno español. Según él, esta posición sería seguida por otras comunidades autónomas y, a partir de la tesis de que ningún Estado puede sostener simultáneamente relaciones bilaterales con sus regiones por razones de praxis política y buen gobierno, concluye que la petición catalana no puede ser aceptada por el Estado.

España ha crecido y hoy Catalunya ya no es, como lo era antes, esencial para España, por lo que la conclusión del autor es que, si la reivindicación de bilateralidad se mantiene, conducirá inevitablemente a una separación de Catalunya respecto de España, en gran parte por cansancio y fatiga del Gobierno central en relación con una demanda y una protesta inacabable e inalcanzable. Esto le lleva a afirmar que la única solución posible para Catalunya, salvo la independencia, es el federalismo simétrico: o sea, todas las comunidades equivalentes en derechos y deberes respecto del Estado central.

La idea de que una posición catalana permanentemente reivindicativa, nunca cómoda dentro de España y con voluntad de asumir una relación bilateral e igualitaria con el Estado puede llevar a la separación y la independencia de Catalunya es teóricamente posible, pero en la práctica es absolutamente irreal.

El mantenimiento de una relación bilateral exige un equilibrio entre las partes, y esto no es posible a corto plazo porque una parte tiene toda la fuerza y la experiencia del Estado y la otra no, pero principalmente, y es un problema crónico, porque Catalunya no tiene globalmente la voluntad de mantener este diálogo. El país y la gente son demasiado diversos y las sensibilidades demasiado dispersas para que esta posibilidad de representar unitariamente a un pueblo sea posible a corto plazo. Experiencias recientes lo confirman dolorosamente. Nadie puede dudar de que el Estado tiene una determinación clara y un convencimiento firme de lo que considera que es la justicia y razón de lo que defiende. La diferencia entre la fuerza de la propia posición y el convencimiento y la confianza en los propios argumentos de Catalunya y el Estado es radical. Parece, pues, que para Catalunya hacer de la bilateralidad, más allá del nuevo Estatut, una cuestión capital para la negociación con el Gobierno central es negativo porque nos dificulta el diálogo y nos resta fuerza negociadora ahora que tenemos que lograr desplegarlo. Pero también, por esta misma razón, el alarmismo del señor López Burniol acerca de la posibilidad del rompimiento de España está totalmente injustificado.

De forma mayoritaria se va configurando una contraposición centro-periferia en sustitución de la tradicional tensión Catalunya y País Vasco con el Gobierno central. El incremento del peso económico de regiones como Valencia y Andalucía, junto con una tradición de autogobierno de estas regiones en los últimos años, ha hecho que la idea de la España centralista gobernada desde Madrid vaya estando, lenta pero progresivamente, en cuestión. La fuerza creciente que ha adquirido Madrid en los últimos años --en los que se ha creado con el apoyo del Estado un centro económico, financiero e incluso demográfico importante, que supone el 17% del PIB español-- ha conducido a reforzar esta ambivalencia centro-periferia.

La situación actual de conflicto por conseguir el liderazgo del Partido Popular no es ajena a este equilibrio de poder. La alineación de los líderes del partido en Andalucía, Valencia y Catalunya con Mariano Rajoy y en contra de Esperanza Aguirre, que personifica este control de Madrid respecto de España y una visión absolutamente jacobina del Estado, son la prueba de ello.
En Catalunya siempre nos ha faltado masa crítica, hinterland. La idea de la eurorregión va en dirección de suplir este déficit. Deberíamos poder lograr la complicidad de Baleares, de Aragón y de Valencia, porque de la colaboración interregional y de la coordinación política y económica con estas comunidades podemos sacar buenos resultados y especialmente porque esta política va directamente a resolver nuestras mayores y tradicionales carencias.

Parece, pues, que posiblemente el interés de Catalunya está no tanto en la relación especial e igualitaria con el Gobierno central como en el desarrollo federal en el que las regiones tengan capacidades similares de gobernarse y donde, salvo las necesarias políticas de solidaridad interterritorial, la distribución de recursos esté en relación con la recaudación fiscal y la población. Llegaríamos, por lo tanto, a la tesis del señor López Burniol de federalismo simétrico no por la generosidad política catalana renunciando a la independencia, sino en base a la eficacia y el rendimiento de nuestra posición negociadora.

Casi siempre lo práctico y eficaz está alejado de los grandes planteamientos porque la negociación catalana en base al nuevo Estatut en el seno de la comisión mixta Estado-Generalitat es ahora capital, especialmente en lo que concierne a la agencia tributaria consorciada, la financiación alineada con las competencias traspasadas y las inversiones del Estado proporcionales al PIB catalán hasta el 2013. Siempre es útil ser conscientes de la propia fuerza, que ahora no es poca. Pedimos lo que nos corresponde por ley y no perseguimos idealismos de difícil concreción.

Joaquim Coello, ingeniero.