La imprescindible narrativa de la política económica

El mejor consejo que recibí cuando asumí responsabilidades para la formulación de políticas en Turquía hace más de una década fue: dedicar «mucho tiempo y cuidado a desarrollar y comunicar la “narrativa” que brinde apoyo al programa de política que desees llevar adelante». Cuanto más sujeta está la política económica al debate público –esto es, cuanto más democracia hay– más importantes son esas narrativas.

La crisis que enfrentan la Unión Europea y la zona del euro es un contundente ejemplo de la necesidad de una narrativa que explique la política pública y genere apoyo político para ella. Una narrativa exitosa no puede ser demasiado complicada ni simplista. Debe capturar la imaginación, dar respuesta a las ansiedades del público y generar esperanzas realistas. Los votantes a menudo perciben populismo barato.

El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, proporcionó una narrativa de ese tipo a los mercados financieros el pasado julio. Dijo que el BCE haría todo lo necesario para evitar la desintegración del euro y agregó sencillamente: «Créanme, será suficiente».

Con esa frase, Draghi eliminó el riesgo percibido de una de una excepcional redenominación, que alcanzó su punto máximo en el caso de Grecia, pero también estaba elevando los costos de endeudamiento de España, Italia y Portugal. No fue un mensaje populista, porque el BCE efectivamente cuenta con la capacidad para comprar suficientes bonos soberanos en el mercado secundario como para fijar un techo a las tasas de interés, al menos durante muchos meses.

Los funcionarios de bancos centrales, en términos más generales, habitualmente son capaces de proporcionar narrativas de corto o mediano plazo a los mercados financieros. El presidente de la Junta de la Reserva Federal de los EE. UU., Ben Bernanke, proporcionó la suya cuando se comprometió a que las tasas de interés de corto plazo en EE. UU. se mantendrían muy bajas; y el nuevo presidente del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, termina de brindar otra al afirmar que duplicará la oferta de dinero para que la inflación llegue al 2 %.

Si bien los funcionarios de los bancos centrales pueden proporcionar esas narrativas a los mercados financieros, son los líderes políticos quienes deben brindar los mensajes socioeconómicos generales que fomenten la inversión real de largo plazo, el apoyo electoral a las reformas y la esperanza para el futuro. La alquimia de los bancos centrales, tomando prestado un término del nuevo libro del periodista estadounidense Neil Irwin, tiene sus límites.

Europa en especial necesita una narrativa de esperanza para el largo plazo que de inicio a una recuperación real. Francia se está acercando a la zona de peligro, e incluso el crecimiento anual del PBI alemán está cayendo más del 1 % al año. Mientras tanto, la flexibilización de los diferenciales de las tasas de interés soberanas proporciona poco consuelo al creciente ejército de desempleados del sur de Europa, donde el desempleo entre los jóvenes ha alcanzado magnitudes dramáticas –cerca del 60 % en Grecia y España, y casi el 40 % en Italia.

La narrativa debería atender a tres cuestiones esenciales. ¿Cómo puede ser reformado el modelo europeo de fuerte solidaridad y seguridad social sin desaparecer? ¿Cómo puede recuperarse y mantenerse el crecimiento económico en toda la UE? ¿Y cómo pueden funcionar las instituciones europeas con mayor legitimidad para dar lugar a países que comparten el euro y a otros que mantienen sus monedas nacionales?

En primer lugar, es necesaria una revolución en la organización del trabajo, el aprendizaje y el ocio. La solidaridad social, esencial para la identidad europea, puede y debe incluir una vida laboral más prolongada, pero también una mayor cuota de trabajo compartido (trabajadores a tiempo parcial que comparten sus tareas), aprendizaje para adultos, y semanas laborales promedio de menor duración (especialmente al acercarse a la edad jubilatoria).

Esa flexibilidad requiere el consenso de todos: los empleados deben ajustarse a requisitos cambiantes; los empleadores deben reorganizar sus empresas para permitir más trabajo compartido, trabajo remoto e intervalos de aprendizaje; y los gobiernos deben revisar los impuestos, la asistencia al ingreso y la normativa para promover una «revolución flexsolidaria» que fomente la elección y la responsabilidad personal, y mantenga su compromiso con la cohesión social. Esto puede conducir a un mejor futuro para todos, con ciudadanos que tendrán mejor acceso a la educación para adultos, más tiempo libre para sus intereses personales, y se mantendrán productivos y participarán laboralmente durante mucho más tiempo de sus vidas saludables.

Europa no necesita las tasas de crecimiento económico asiáticas. Puede garantizar empleos decentes y prosperidad con una tasa de crecimiento anual sostenida de aproximadamente el 2 %. Para lograr eso, no debe decirse a los votantes alemanes que los recursos de su país fluirán interminablemente hacia España, sino que sus salarios pueden aumentar el doble de rápido de lo que ha ocurrido en los últimos tiempos sin riesgo de inflación ni de un déficit en la cuenta corriente, porque Alemania cuenta con el mayor superávit externo del mundo.

Las industrias del sector de servicios en toda la UE deben abrirse. Los países con situaciones fiscales más sólidas deben asumir el liderazgo en un importante programa paneuropeo de capacitación. Debe duplicarse la cantidad de becas paneuropeas. Los programas escolares en todas partes deben apuntar a educar ciudadanos trilingües.

Además, debe crearse sin demora una unión bancaria europea completa con recursos compartidos para las resoluciones. El Banco Europeo de Inversiones, que recibió un aumento significativo de su capital en 2012, debería agregar a sus operaciones actuales un gran programa de apoyo a la inversión para las empresas medianas, con un subsidio financiado desde el presupuesto europeo para fomentar durante un período limitado a quienes contraten a empleados que no han trabajado antes. Los empleos y la capacitación para los jóvenes deben ser la pieza central del nuevo pacto de crecimiento, y los proyectos deben avanzar en «modo de crisis» en vez de al ritmo habitual de los negocios.

Finalmente, si bien es obvio que la unión monetaria europea requiere compartir más la soberanía, también debería existir una «Europa mayor» que incluya al Reino Unido y a otros. Esto implica instituciones de dos niveles que puedan dar cabida a ambos tipos de países: los «euroaceptantes» y quienes prefieren conservar su soberanía monetaria en una Europa mayor, construida en torno a un mercado único vibrante y a valores democráticos comunes.

Estas visiones interconectadas pueden y deben materializarse si Europa desea prosperar nuevamente. Juntas forman una narrativa cautivante que los líderes europeos deben comenzar a articular.

Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is Vice-President of the Brookings Institution. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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