La incongruencia y sus remedios

PP y PSOE tuvieron malos resultados en los últimos comicios y la razón en ambos casos pudo ser la incongruencia: una cosa era la realidad, y otra, sus pretensiones. Ahora bien, esa incongruencia tuvo una diferencia de matiz: el PSOE incurrió en ella como partido, y el PP, como votante. Contradicciones distintas que exigen remedios diferentes.

Felipe González, en Venezuela, dejó en evidencia a sus antiguos compañeros en medio de sus pactos. Aun así, la actitud del PSOE tenía su lógica: la prioridad era recuperar el poder, si bien, por ansiedad, lo que pudo haber hecho optimizando los acuerdos lo estropeó al llenarse de balón. Para entenderlo hay que recordar que el PSOE ha dejado de inquietarse por la consistencia de sus actos. Su visión cortoplacista se ha resumido en gestos como: demostrar al Rey su solidaridad por la pitada en el Camp Nou, pero no estar a favor de perseguir a los organizadores; vocear que tienen un proyecto de unidad para España y aceptar «pentapartitos» que carecen de él; exigir a la nueva alcaldesa de Madrid que destituya a dos ediles y conformarse con su negativa. Sus dudas hamletianas y frecuentes «coitus interruptus» solo pronostican lo peor. El PSOE no remata, y así no se ganan los partidos.

El PSOE ha intentado ganar tiempo en sus tratos con el conglomerado comunista, pero es responsable vicario ante la opinión pública del comportamiento de unos socios que ni conoce ni controla y que solo les añaden entropía y attrezzo. Juguemos a la telepatía: entre la juez Carmena, el profesor Carmona y el compañero Iglesias, ¿quién cree usted que va a salir más tocado de esa relación? Desde luego, el PP no. ¿Acaso el PSOE pudo pensar que dejar que los populistas escenificaran su esperpento les beneficiaría y que ante las extravagancias de un gobierno radical su plan B era una moción de censura? No será tan fácil. Los populistas ya hablan como si el ayuntamiento les perteneciera. Su posición es «win/win»: si lo hacen bien se atribuirán el éxito; si lo hacen mal, que nadie espere autocríticas. Es triste el papel del PSOE en Madrid: no colocan a un oyente en el equipo de gobierno, no les hacen firmar a sus socios un protocolo como el que exigió Ciudadanos al PP y se quedan de responsables en la tribuna para recoger las almohadillas; decisión tan bacteriana es digna de formar parte del «ridiculum vitae» de la pasada legislatura.

Si después de las próximas elecciones los radicales se empiezan a poner imposibles para marcar distancias, ¿qué es lo que harán? ¿Desahuciar a Carmena y ponerla al sereno? Esto significaría volver a pertenecer otra vez a la casta… Pero si de verdad, como dicen, quisieran mantener la centralidad, habrán de escenificarla. O sea: si quieren ser creíbles, tendrán que asegurar que respetarán la lista más votada o, en su caso, asumir el coste de ser –por activa o por pasiva– el caballo de Troya de los antisistema.

El Partido Popular tiene una problemática distinta: lo han hecho regular, pero de otro modo, toda vez que se enfrentaron a una situación enrevesada. Los que sabían de la dificultad fueron comprensivos; los otros, no. Recordemos un comentario repetido: «Que se fastidie Mariano». Lo soltaban con saña algunos del PP que votaron a Vox y a Ciudadanos y a los que a los pocos días, con los resultados de las elecciones, les entró el desasosiego. El miedo tal vez no deberían sentirlo por los radicales, que son una minoría, el miedo debería enfocarse hacia la pérdida de esa realidad tan preciada y esquiva de la recuperación económica.

A pesar de los últimos cambios, decepcionantes por escasos –la gente quería congresos, rostros nuevos–, muchos dicen y dirán que el PP no tiene margen para darle una vuelta a la situación, pero acaso sí lo haya... No lo sé. Explicarlo exige profundizar en las entrañas del problema. Lo que la derecha suele aportar al Estado es un buen equilibrio de obligaciones y derechos, mientras que, por tradición, la izquierda ha sido más laxa con las obligaciones y ha puesto su énfasis en los derechos, de ahí su mayor convulsión congénita. Pues bien, lo que ha ocurrido aquí y por lo que estamos en esta situación es que, por primera vez en mucho tiempo, la derecha en esta crisis empezó a preocuparse solo por lo suyo, el «oiga, a mí que me convenzan», sin reparar en el impacto que ello tendría en sus contrafuertes más sólidos: la ley y el orden, y en el bienestar de todos. Y de esa incongruencia vino este chaparrón.

Quizás el único remedio de los del PP sea arrimar el hombro, máxime cuando vemos que el gobierno por plazos podría no dar más de sí. Brindar con cianuro para que se jorobe no es la salida. Sería, de forma gráfica, fumarse un puro de nitroglicerina como hace el coyote del «correcaminos». Porque a usted le podría preocupar poco que pierda Rajoy, lo que no quiere es perder estos cuatro años. Tampoco le importaría votar a Sánchez si garantizara la recuperación, pero la imagen que refleja, de ser «un Zapatero con idiomas», tal vez se lo impida. Ahora que se presentan las candidaturas a la Presidencia del Gobierno, y es el momento de comparar, parece más asequible completar los vacíos de Rajoy, unos cuantos, que sacar a Sánchez de su ingravidez novicia básicamente infiable.

Ante la incongruencia ideológica del PSOE, su remedio es volver a las esencias del centroizquierda de sus buenos tiempos, no con el «flatus vocis» de la moderación, el diálogo y la bandera por una tarde, sino con nivel, firmeza y rigor mantenidos. Para ello tiene dos escollos: uno es demostrar que su programa permite mantener la recuperación, lo que, de no ser así, le enfrentaría a las instituciones europeas; y el otro es asegurar que no harán de mamporreros para traer el Estado del bienestar greco-venezolano.

Ninguna de esas dos incógnitas ofrece el PP; su problema, en cambio, es otro: ¿aparecerá o no su votante de toda la vida? (en estos cuatro años han fallecido trescientos mil de sus electores). Ese votante potencial y mosqueado, esté donde esté, debería saber que no puede reducir su papel de manera caprichosa a exigir que alguien le resuelva la vida y dé confort a cada una de sus múltiples exigencias. Que si quiere la recuperación, además de recalcar sus principios, el de lealtad tal vez debería ser el primero, no tendría que descuidar los finales.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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