La India bajo sitio

La India bajo sitio

“La India camina a casa”, declaró el titular de The Indian Express a medida que los periódicos y las pantallas de televisión se llenaban de imágenes de millones de trabajadores migrantes, llevando sus magras pertenencias, que se agolpaban en las desiertas carreteras del país para volver a sus hogares, a cientos de kilómetros de distancia.

La última vez que se vieron imágenes así en India fue hace siete décadas, cuando la partición del país y el surgimiento de Pakistán obligó a millones de desplazados a amontonarse en las fronteras hacia sus nuevos hogares. Esta vez fue un tipo diferente de tragedia de origen humano.

Al anochecer del 24 de marzo, el Primer Ministro indio Narendra Modi declaró, con apenas cuatro horas de antelación, un confinamiento de 21 días para prevenir la propagación del coronavirus. Pero no había previsto el impacto de su anuncio sobre la vasta economía informal de la India.

Para los profesionales adinerados del país, el confinamiento significó trabajar en línea desde sus residencias, o unas vacaciones forzosas en el mejor de los casos. Para los pobres era otra historia. Fábricas, oficinas y tiendas tuvieron que cerrar; los sitios de construcción quedaron en el silencio, así como los restaurantes, las barberías y los salones de belleza. Todos ellos dejaron de pagar salarios. Muchos empleadores y contratistas se encogieron de hombros: ellos también estaban teniendo pérdidas, por lo que no se podían permitir pagar a trabajadores que no estaban trabajando.

Incapaces de ganar dinero para alimentarse o pagar alquiler en los congestionados ghettos urbanos, la vasta legión de trabajadores indios hizo las maletas y se dirigieron a sus casas, a menudo en pueblos en estados distantes. Con los trenes y buses fuera de servicio, no tuvieron más opción que caminar.

No fue fácil. No había agua ni comida, ni lugares de descanso a lo largo del camino. La fatiga y las ampollas en los pies fueron el precio que tuvieron que pagar por el señuelo de tener un hogar, familia y una subsistencia básica.

Cuando los estados de origen sopesaron poner en servicio sus buses inactivos para transportar a los caminantes, las multitudes que se formaron en las estaciones de buses pusieron en ridículo al confinamiento. El gobierno central se apresuró a cerrar las fronteras entre estados y ordenó a las autoridades locales que proveyeran refugios con comida y agua a los migrantes, donde fuera que se encontraran.

Irónicamente, el intento de prevenir una pandemia acabó por crear una crisis humanitaria. Modi se disculpó en la radio por el confinamiento, “que ha causado dificultades en vuestras vidas, especialmente entre los más pobres”, pero les pidió soportarlas. Puesto que su gobierno no pudo prever el éxodo, puso en peligro las vidas de los mismos que se había propuesto salvar.

Es paradójico que el gobierno de Modi haya respondido positiva y velozmente al deseo de los expatriados y trabajadores migrantes indios en el extranjero de volver a casa; miles volvieron en vuelos de evacuación antes del confinamiento. No podría ser más intenso el contraste con el abandono en que quedaron los trabajadores migrantes internos, sobre los cuales descansa la vasta economía informal. “Querer volver a casa en una crisis es algo natural. Si los estudiantes, turistas, peregrinos indios varados en el exterior desean volver, así también los trabajadores en las grandes ciudades… No podemos enviar aviones para repatriar a unos, pero dejar a los otros a su suerte para que caminen de regreso”, tuiteó el editor del portal noticioso en línea ThePrint.

El drama de los trabajadores migrantes fue meramente el recordatorio más flagrante de los abrumadores retos que la India enfrenta al combatir la pandemia del COVID-19. No hay lugar a dudas de que poner en cuarentena a 1,3 mil millones de personas es un paso extremo y complicado de hacer cumplir de manera uniforme. El “distanciamiento social” es imposible para la vasta mayoría de los indios, muchos de los cuales viven hacinados en cuartos ínfimos.

Quizás no sea sorprendente el que hacer cumplir el confinamiento esté siendo enormemente problemático. Para empeorar las cosas, además había poca claridad acerca de quién podía estar en las calles y para qué, con compradores buscando insumos esenciales e incluso personal médico detenidos y, en algunos casos, golpeados brutamente por policías demasiado entusiastas premunidos de lathis (bastones largos).

Aun así, y a pesar de un cumplimiento no uniforme, los agricultores no pueden llevar a las ciudades las cosechas de primavera y abundan las historias de productos frescos y leche agriándose porque el confinamiento impide su distribución. Muchos productos básicos no se encuentran en ninguna tienda, ha cesado la entrega de periódicos y una recesión es inevitable.

El único consuelo es que el aire que cubre las ciudades más contaminadas de la India se ha limpiado como por arte de magia. Delhi, donde el índice de calidad del aire típicamente supera los 500 (el umbral de seguridad de la Organización Mundial de la Salud es 25), reluce al sol con un cielo azul, con el ICA por debajo de los 30 la mayor parte de los días y hasta los siete, después de unas lluvias la semana pasada.

Las respuestas de los gobiernos estatales de la India también han variado enormemente. Se ha saludado al estado sureño de Kerala, en el que aparecieron los primeros casos de coronavirus del país (estudiantes de medicina que volvían de China) como un modelo para el manejo de la crisis.

Con una sólida infraestructura de atención de salud desarrollada a lo largo de cuatro décadas, Kerala enfrentó bien al COVID-19. Comenzó temprano a hacer pruebas y seguimientos, imponiendo medidas de cuarentena eficaces, respaldándolas con soporte de bienestar, y previno un éxodo de trabajadores migrantes alimentándolos en el estado. A pesar de recibir grandes cantidades de viajeros (Kerala es el origen de mayor población india en el exterior, principalmente en el Golfo), el estado ha evitado una epidemia descontrolada.

Las cifras de casos en Kerala son altas, pero eso se explica porque ha sometidos a pruebas a muchas más personas que otros estados. En Kerala, 220 personas por millón han sido testeadas, en comparación con el apenas 1 por millón en el norteño estado de Bihar. A menudo las bajas cifras de casos reflejan limitaciones de testeo.

Aunque los indios se han manifestado en solidaridad, están planteándose preguntas razonables. ¿Cómo pudo la India chapucear su respuesta al COVID-19 tan torpemente, a pesar de contar con un potente gobierno central, liderado por un partido de gobierno con una mayoría parlamentaria absoluta y el político más popular del país? ¿Por qué no se hicieron preparativos para una pandemia que se acercaba, a pesar de las advertencias públicas los líderes de la oposición sobre la necesidad de hacerlo? ¿Por qué India se ve frente no solo a la catástrofe del contagio, sino también a la perspectiva de un colapso económico, hambrunas, un aumento de la pobreza y el riesgo del descontento social?

Las respuestas tendrán que esperar. El desafío principal es asegurarnos de que este país de 1,3 mil millones de personas evite el aterrador escenario –millones de víctimas- que los agoreros han presagiado.

Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for External Affairs and Minister of State for Human Resource Development, is an MP for the Indian National Congress. He is the author of Pax Indica: India and the World of the 21st Century.

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