La India sensacionalista

La India sensacionalista

Cuando el mes pasado Sridevi Kapoor, la superestrella de Bollywood, murió a los 54 años de edad ahogada en la bañera en un hotel de Dubái, la cobertura de su trágica muerte fue una nueva muestra de lo mal que están los medios en la India. Sridevi (quien tras una pausa de quince años, hizo un regreso espectacular a la pantalla grande con dos grandes éxitos en los últimos seis años) llevaba una vida modesta y convencional con su marido, el productor de cine Boney Kapoor, y sus hijas adolescentes. Ni su forma de vestir ni su conducta daban pasto a los tabloides o material para especulaciones escabrosas.

Sin embargo, la muerte de Sridevi se convirtió en tema de informes espeluznantes (sobre todo en televisión) acerca de lo que pudo ocurrir tras la puerta cerrada del baño; un periodista incluso intentó representar el acto del ahogamiento. Un político con fama de sumarse a cualquier teoría conspirativa llegó a sugerir una muerte violenta.

Bienvenidos al extraordinario mundo de los medios de la India, donde el “cuarto poder” es a la vez testigo, fiscal, juez, jurado y verdugo. Con tantos canales compitiendo las 24 horas del día por los mismos televidentes y puntos de rating, los informativos de TV dejaron hace mucho de pretender que brindan un servicio público; en vez de eso, dan una primacía escandalosa al sensacionalismo por sobre la sustancia.

En cuanto a los medios impresos, la situación no es mucho mejor. Hoy los periódicos compiten en un entorno de medios saturado y cambiante donde el ritmo no lo fijan ellos, sino la TV: cada mañana tienen que llegar a lectores que el día anterior estuvieron frente a la pantalla. Así que en vez de ofrecer contexto, profundidad y análisis, los periódicos disparan titulares que estimulan el morbo o la indignación.

El resultado, por decirlo suavemente, es preocupante. Mostrar gente opinando es la forma más barata de llenar la hora de transmisión; cuanto más vocinglero el presentador, más rating consigue. Esto incentiva todavía más la especulación sensacionalista, aunque sea infundada, como fue en el caso de Sridevi.

En un plano más básico, la urgencia por dar primicias para ganarle a la TV debilitó el incentivo de los periodistas para hacer su trabajo, en el sentido de investigar las historias y verificar las afirmaciones. Demasiadas veces, esta erosión de los estándares profesionales convierte a los periódicos en cómplices voluntarios de proveedores de “filtraciones” manipuladas y acusaciones maliciosas. En los medios indios actuales, la diferencia (tan machacada a los estudiantes de periodismo en todo el mundo) entre hecho, opinión y especulación, entre noticia y rumor, y entre información con fuentes y afirmaciones infundadas cayó en desuso.

La displicencia ante los hechos se agrava por una extrema renuencia a publicar correcciones. Así que la andanada de titulares sensacionalistas y no verificados provoca un daño inmenso. Si se publica una desmentida, es demasiado endeble y llega demasiado tarde para restaurar las reputaciones de las personas inocentes afectadas.

Estas falencias de los medios indios las he experimentado en carne propia; en los últimos cuatro años, tras la trágica muerte de mi esposa, fui blanco repetidamente de especulaciones, chismes, acusaciones y cosas peores. En vez de la reserva y cautela que uno esperaría que una prensa responsable muestre al momento de tratar asuntos de vida y muerte, los medios se abalanzan con total descuido sobre acusaciones infundadas de asesinatos y suicidios.

El juicio mediático de la muerte de mi esposa, alimentado por filtraciones con motivación política, se prolongó lo más posible, convertido en espectáculo morboso de programas de debate que discutieron acusaciones sin la menor prueba, sin un mínimo de investigación. Se presentaron en forma acrítica afirmaciones maliciosas; los editores no hicieron ni siquiera las preguntas más básicas sobre su verosimilitud. Y mi caso no es el único.

No extraña que la confianza en los medios indios esté cayendo. Alguien me resumió el tema así: “Cuando yo era joven, mi padre no creía nada a menos que estuviera impreso en el Times of India. Ahora no cree nada que esté impreso en el Times of India”.

Esto debería preocupar a todos los indios razonables, porque la prensa libre es esencial para la democracia. Es la argamasa que mantiene unidos los ladrillos de la libertad de nuestro país, y la ventana abierta entre esos ladrillos.

Se supone que los medios periodísticos ayudan a una ciudadanía libre a tomar decisiones informadas sobre quién la gobierna y cómo. Y que con su examen crítico de las acciones (o inacciones) de los funcionarios electos aseguran que los gobernantes rindan cuentas a quienes los designaron.

Pero hoy los medios indios se han dado a la publicación irreflexiva de nimiedades que no afectan el bienestar público, y resaltan todo el tiempo lo superficial y lo sensacional. Al hacerlo, banalizan el discurso público y renuncian a su responsabilidad en cuanto facilitadores y protectores de la democracia. Pero no estoy pidiendo que se controle a la prensa libre (ningún demócrata indio pediría cosa semejante): estoy pidiendo un periodismo mejor.

El gobierno necesita medios libres y profesionales, que vigilen su honestidad y eficiencia, que sirvan a la vez de espejo y de escalpelo. Un instrumento sin filo no sirve de nada a la sociedad. Si India quiere que se la tome en serio, como un actor global responsable y como una democracia modelo del siglo XXI, debemos comenzar por tomarnos a nosotros mismos en serio y actuar con responsabilidad. Y un buen lugar para empezar a hacerlo sería nuestro periodismo: un rostro de la India que otros ven y por el que (con justicia o sin ella) nos juzgan.

Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for Human Resource Development and Minister of State for External Affairs, is currently an MP for the Indian National Congress and Chairman of the Parliamentary Standing Committee on External Affairs. He is the author of Pax Indica: India and the World of the 21st Century. Traducción: Esteban Flamini.

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