La inexistente democracia interna

«Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos». (Constitución Española, Título Preliminar, artículo 6)

Las últimas palabras del artículo aquí reproducido exigen con claridad democracia en la estructura interna y en su funcionamiento, pero ¿qué significa eso? En la práctica no significa nada, pues nunca se ha querido desarrollar mediante una ley este artículo 6; una ley que concretara las normas exigibles para que la democracia interna sea plena. La inexistencia de esa norma ha conducido a que cada partido haya hecho de su capa un sayo en lo tocante a su propio funcionamiento.

En el caso del PSOE, el retorno de Pedro Sánchez a la Secretaría general fue seguido de un congreso (el 39º) en junio de 2017, que trajo consigo la destrucción del sistema interno, no tanto por el texto aprobado en aquel congreso sino, sobre todo, a través del Reglamento federal aprobado en Comité Federal del 17 de febrero de 2018.

Con abundante literatura de evasión, lo que allí se decidió fue que en el nuevo PSOE solo existirían como elementos decisivos el líder elegido en primarias y las bases. Es decir, que Sánchez trajo al PSOE un sistema plebiscitario y, como consecuencia, caudillista.

Aquella normativa interna, que a lo largo de 558 artículos y 184 páginas describía hasta el mínimo detalle el nuevo modelo de partido que había soñado Pedro Sánchez, fue ratificada por unanimidad por el Comité Federal del PSOE, con sus miembros puestos en pie y aplaudiendo. Las nuevas reglas del juego otorgaban más poder al secretario general, mientras que los órganos de dirección intermedios, los barones y el mismísimo Comité Federal prácticamente desaparecían como órganos de debate y de control. Para más inri, aquellas decisiones plebiscitarias (es decir, antidemocráticas) le permitieron al líder presumir de que «el PSOE será el partido más democrático, participativo y paritario del país». Se convertirá en «el PSOE de la militancia», y un PSOE «cercano a sus militantes es un PSOE cercano a sus votantes», se jactó ante aquel Comité Federal aplaudidor.

Ahora ha sido convocado un nuevo Congreso Federal con un sistema de selección de los congresistas tan perverso como antidemocrático: primero se elige un cabeza de delegación y luego éste pone en la lista a quien él quiere, a quien le viene en gana. Y esa lista no será refrendada por los militantes dado que es la única que se presenta.

En Madrid Sánchez ya había colocado al frente de la gestora a Isaura Leal, a quien también ha encomendado -junto a otro sanchista admirador del jefe llamado Fran Martín- hacer la lista única y sin fisuras. Según Eloísa Sánchez Bolinaga, «se quiere un congreso sin debate alguno».

«Al congreso se viene a aplaudir y no a discutir», palabras que la citada periodista ha puesto en boca de un miembro de la Comisión Ejecutiva sanchista.

Pero no acaba ahí la cosa. Hay también nombres y apellidos y un pasado siniestro, porque de todas la cacicadas que ha practicado Pedro Sánchez -y han sido muchas- la más sangrante en mi opinión fue la defenestración del que había sido el alcalde más votado de España, Tomás Gómez, en Parla, que luego fue elegido secretario general de la FSM (llamada, desde el liderazgo de Rafael Simancas, PSM, Partido Socialista de Madrid), elegido candidato a la Comunidad en una convención celebrada los días 7 y 8 de febrero de 2015. En esa misma convención fue elegido candidato al Ayuntamiento de la capital Antonio Miguel Carmona.

Desde entonces a hoy, Antonio Miguel Carmona ha dejado sus cargos políticos y se ha dedicado a ser profesor de Económicas (muy querido, por cierto) en el CEU. Recordemos que Carmona sostuvo al PSOE de Madrid con un número significativo de concejales. Renunció a ser alcalde y dos meses después Pedro Sánchez logró en la ciudad el peor resultado de su historia. Y no digamos Pepu Hernández, que hundió definitivamente el partido cuatro años después. El error de Sánchez fue no permitir que el PSOE gobernara con Carmena y lo hizo con el único fin de que Carmona no entrara en el Gobierno municipal y haciendo que el grupo municipal socialista apoyara todas las iniciativas (hasta las más enloquecidas) del grupo de Carmena, compuesto en buena parte por ignorantes y sectarios izquierdistas.

Carmona es el líder socialista madrileño mejor valorado en las encuestas y ha ganado todas las primarias a las que se ha presentado. De hecho, tras ganar las primarias a senador, Sánchez decidió no respetar la decisión de los militantes y tras ofrecerle un puesto, que Carmona rechazó, descabalgarle de la lista del Senado.

En esta línea, Pedro Sánchez aceptó meter en la lista de socialistas madrileños a una decena de partidarios de Carmona, pero le puso una vez más el veto a él, y también al alcalde de Fuentidueña de Tajo, José Antonio Domínguez, con lo cual queda claro que las elecciones internas en el PSOE son una tomadura de pelo. Pero lo más sorprendente y novedoso es el silencio absoluto de la militancia ante tamaño ataque contra la democracia. Un silencio que merece una reflexión quevedesca:

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Joaquín Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid.

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