La inminente crisis de la economía de la eurozona

La elección del Parlamento Europeo el próximo mes de mayo probablemente esté acechada por los demonios internos de Europa, desde el enfrentamiento con el gobierno populista de Italia por su presupuesto hasta el frente xenófobo que se ha formado en los países de Visegrado. La crisis de los partidos centristas tradicionales, que han sido esenciales a la hora de construir y mantener consenso en la Unión Europea –aunque hayan luchado por implementar reformas necesarias-, también dista mucho de estar resuelta. Pero si, tal como sugieren los indicadores actuales, Europa enfrenta una desaceleración económica, el discurso preelectoral podría cambiar significativamente.

Hasta hace pocos meses, el discurso prevaleciente era que la crisis económica había terminado, inclusive para los países más afectados de la periferia de la eurozona. Como consecuencia de ello, los europeos habían virado su atención a otras cuestiones, como los refugiados y la seguridad, que amenazaban la estabilidad política y erosionaban el consenso para el proyecto europeo.

Pero el crecimiento del PIB en la eurozona se ha venido desacelerando desde su pico en el tercer y cuarto trimestre de 2017. El persistente debilitamiento de la economía de la eurozona –inclusive en Alemania, el PIB se contrajo en el tercer trimestre de 2018- no es un buen presagio para la UE, que podría estar enfrentando crisis políticas y económicas mellizas.

La pregunta obvia es por qué la recuperación de la eurozona está menguando, aún en un contexto de políticas monetarias expansivas y altamente favorables. En verdad, si el crecimiento realmente ha alcanzado su pico, esto implicaría que la tasa de crecimiento potencial de la eurozona es de alrededor del 1%. Esta tasa de crecimiento potencial de la producción –aproximadamente la mitad de la tendencia previa a la crisis- está asociada con una tasa de desempleo agregado de alrededor del 8%.

El crecimiento cada vez más débil de la eurozona refleja problemas estructurales viejos y nuevos, el legado de la última crisis (que todavía gravita en la calidad de los activos de los bancos), altos niveles de deuda en algunos países y shocks externos que han afectado la demanda. En otras palabras, Europa enfrenta desafíos para su crecimiento potencial, así como fuerzas cíclicas negativas. Estas últimas, en particular, exigen una respuesta agresiva –sobre todo porque, si la economía de la eurozona fuera a entrar en una recesión en el futuro cercano, tendría herramientas políticas limitadas con las que hacerle frente.

Si bien Europa tiene mejores herramientas de gestión de crisis de las que tenía cuando la última recesión golpeó en 2011, siguen siendo incompletas. Es más, el Banco Central Europeo tendrá menos espacio para utilizar la política monetaria para hacer arrancar la economía: las tasas de interés ya están en cero, y un nuevo programa de compra de activos inevitablemente sería polémico.

La política fiscal está en una posición igualmente débil. Por supuesto, es esencial evitar que se repita el error que se cometió en 2009, cuando los líderes de la UE abrazaron una rápida consolidación fiscal antes de que la recuperación hubiera cobrado fuerza. Pero, para contrarrestar la desaceleración cíclica, haría falta más estímulo.

Sin embargo, una nueva recesión haría que los mercados financieros estuvieran mucho más divididos según las líneas nacionales, fortaleciendo al mismo tiempo la correlación entre riesgo soberano y riesgo bancario. Muchos países tendrían un margen limitado para una política fiscal contra-cíclica, ya sea por las reglas de la UE en materia de deuda pública o porque la tolerancia del mercado de la deuda pública es más baja en una unión monetaria, como se tornó evidente desde 2010. Elevar las primas de riesgo mina el efecto expansionista de los déficits fiscales inclusive en épocas de recesión.

Es más, dada la falta de alguna capacidad fiscal común, no existe ninguna institución o mecanismo que pueda aplicar el estímulo fiscal a la eurozona en su totalidad. Y no se pueden esperar reformas que aborden esta situación en los próximos meses.

Normalmente, si la capacidad fiscal de un país está debilitada, su respuesta podría ser una coordinación de la política monetaria y fiscal. Para que eso funcione en la eurozona, todos los países miembro deben trabajar en conjunto. Es más, deberían ponerse de acuerdo sobre una postura política común en una de las miles de reuniones formales e informales de los jefes de Estado y los ministros de relaciones exteriores de la eurozona.

Esto no nos dejaría mercados plenamente calmos, porque es poco probable que un acuerdo incluya una garantía conjunta ilimitada de nueva deuda emitida por países ya endeudados. Pero demostraría que los países de la eurozona reconocen la importancia de una coordinación en materia de políticas, ya sea una consolidación fiscal en los buenos tiempos como una política fiscal contra-cíclica en los malos tiempos para minimizar las posibilidades de una crisis de deuda en las economías más débiles de la unión monetaria.

Más importante, esta coordinación de alguna manera serviría para reconstruir la confianza mutua, que lamentablemente viene escaseando en Europa. Esto podría representar una refutación poderosa de la táctica, adoptada por países como Italia, de confrontar de manera agresiva a las autoridades de la UE. Cuando los votantes de toda la UE se dirijan a las urnas en mayo, un mensaje de estas características podría ser un punto de inflexión.

Lucrezia Reichlin, a former director of research at the European Central Bank, is Professor of Economics at the London Business School.

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