La inmoralidad del negacionismo del cambio climático

Un parque de remolques destruido por el fuego que arrasó Paradise, California, este mes. Credit John Locher/Associated Press
Un parque de remolques destruido por el fuego que arrasó Paradise, California, este mes. Credit John Locher/Associated Press

No hace falta decir que el gobierno de Donald Trump está profundamente en contra de la ciencia. De hecho, está en contra de la realidad objetiva. Sin embargo, su control del gobierno sigue siendo limitado: no se extendió lo suficiente para evitar que se diera a conocer la más reciente Evaluación Nacional del Clima, que detalla los impactos actuales y futuros esperados del calentamiento global en Estados Unidos.

Es cierto, el informe se dio a conocer el Viernes Negro, evidentemente con la esperanza de que se perdiera en el alboroto. La buena noticia es que la estrategia no funcionó.

En esencia, esta evaluación confirma, con una gran cantidad de detalles adicionales, lo que cualquiera al tanto de la ciencia climática ya sabía: el cambio climático supone una gran amenaza para el país y ya se están comenzando a sentir algunos de sus efectos adversos. Por ejemplo, el informe, escrito antes del más reciente desastre de California, subraya los riesgos cada vez mayores de incendios incontrolables en el suroeste del país; el calentamiento global, y no la falta de recolectar las hojas con un rastrillo, es la razón por la cual los incendios se están haciendo cada vez más grandes y más peligrosos.

No obstante, el gobierno de Donald Trump y sus aliados en el Congreso seguramente ignorarán este análisis. Negar el cambio climático, sin importar la evidencia, se ha vuelto un principio republicano básico y vale la pena tratar de entender tanto la manera en que ocurrió como la inmoralidad absoluta que implica ser un negacionista a estas alturas.

Un momento, ¿acaso inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte? ¿No se supone que la gente tiene derecho a estar en desacuerdo con la sabiduría convencional, incluso si esa sabiduría está sustentada en un abrumador consenso científico?

Sí, así es en ambos casos, siempre y cuando sus argumentos se hagan de buena fe. No obstante, casi no hay negacionistas del cambio climático que actúen de buena fe. Negar la ciencia con fines de lucro, de ventaja política o para satisfacer el ego no está bien; cuando no actuar con base en la ciencia puede tener consecuencias nefastas, el negacionismo es, como señalé antes, inmoral.

El mejor libro de reciente publicación que he leído al respecto sobre este tema es The Madhouse Effect, de Michael E. Mann, un importante científico climático, ilustrado con cartones de Tom Toles. Como explica Mann, el negacionismo climático en realidad sigue los pasos de casos anteriores en los que se ha negado la ciencia, comenzando con la larga campaña de las compañías tabacaleras para confundir al público sobre los peligros de fumar.

La cruda verdad es que para la década de los cincuenta, estas empresas ya sabían que fumar ocasionaba cáncer de pulmón, pero gastaron enormes cantidades de dinero en mantener la apariencia de que había una controversia real sobre este vínculo. En otras palabras, estaban conscientes de que su producto estaba matando a la gente, pero trataron de impedir que la gente entendiera ese hecho a fin de seguir obteniendo ganancias. Eso se considera inmoralidad, ¿o no?

En muchos sentidos, el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del cáncer. Las empresas con un interés financiero en confundir al público —en este caso, las empresas de los combustibles fósiles— son las principales impulsoras. Hasta donde sé, cada uno del puñado de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo climático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o de conductos de dinero oscuro como el DonorsTrust; el mismo conducto, en realidad, que apoyó a Matthew Whitaker, el nuevo fiscal general interino, antes de que se uniera al gobierno de Donald Trump.

No obstante, el negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más profundas que las que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer. En la práctica, no puedes ser un republicano moderno respetable salvo que niegues la realidad del calentamiento global, afirmes que tiene causas naturales o insistas en que no se puede hacer nada al respecto sin destruir la economía. Tienes ya sea que aceptar o consentir mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebas del cambio climático son un engaño, fabricado por una vasta conspiración de científicos.

¿Por qué alguien haría una cosa así? Principalmente, por dinero: casi todos los negacionistas importantes reciben sobornos de los combustibles fósiles. Sin embargo, la ideología es otro factor: si para ti los temas ambientales son cosa seria, te planteas la necesidad de que haya normas gubernamentales de algún tipo, de tal modo que las ideologías rígidas de libre mercado no quieren creer que las preocupaciones ambientalistas son reales (aunque, en apariencia, obligar a los consumidores a subsidiar el carbón está bien).

Por último, tengo la impresión de que también tiene algo que ver con la postura del tipo duro: los hombres de verdad no usan energías renovables ni nada por el estilo.

Esos motivos importan. Si los actores importantes se opusieran a la acción climática por un desacuerdo de buena fe con la ciencia, sería una lástima, pero no un pecado, que requeriría de mayores esfuerzos en términos de convencimiento. No obstante, en las circunstancias actuales, el negacionismo climático se basa en la avaricia, el oportunismo y el ego, y oponerse a la acción por esas razones es un pecado.

No hace falta decir que el gobierno de Donald Trump está profundamente en contra de la ciencia. De hecho, está en contra de la realidad objetiva. Sin embargo, su control del gobierno sigue siendo limitado: no se extendió lo suficiente para evitar que se diera a conocer la más reciente Evaluación Nacional del Clima, que detalla los impactos actuales y futuros esperados del calentamiento global en Estados Unidos.

Es cierto, el informe se dio a conocer el Viernes Negro, evidentemente con la esperanza de que se perdiera en el alboroto. La buena noticia es que la estrategia no funcionó.

En esencia, esta evaluación confirma, con una gran cantidad de detalles adicionales, lo que cualquiera al tanto de la ciencia climática ya sabía: el cambio climático supone una gran amenaza para el país y ya se están comenzando a sentir algunos de sus efectos adversos. Por ejemplo, el informe, escrito antes del más reciente desastre de California, subraya los riesgos cada vez mayores de incendios incontrolables en el suroeste del país; el calentamiento global, y no la falta de recolectar las hojas con un rastrillo, es la razón por la cual los incendios se están haciendo cada vez más grandes y más peligrosos.

No obstante, el gobierno de Donald Trump y sus aliados en el Congreso seguramente ignorarán este análisis. Negar el cambio climático, sin importar la evidencia, se ha vuelto un principio republicano básico y vale la pena tratar de entender tanto la manera en que ocurrió como la inmoralidad absoluta que implica ser un negacionista a estas alturas.

Un momento, ¿acaso inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte? ¿No se supone que la gente tiene derecho a estar en desacuerdo con la sabiduría convencional, incluso si esa sabiduría está sustentada en un abrumador consenso científico?

Sí, así es en ambos casos, siempre y cuando sus argumentos se hagan de buena fe. No obstante, casi no hay negacionistas del cambio climático que actúen de buena fe. Negar la ciencia con fines de lucro, de ventaja política o para satisfacer el ego no está bien; cuando no actuar con base en la ciencia puede tener consecuencias nefastas, el negacionismo es, como señalé antes, inmoral.

El mejor libro de reciente publicación que he leído al respecto sobre este tema es The Madhouse Effect, de Michael E. Mann, un importante científico climático, ilustrado con cartones de Tom Toles. Como explica Mann, el negacionismo climático en realidad sigue los pasos de casos anteriores en los que se ha negado la ciencia, comenzando con la larga campaña de las compañías tabacaleras para confundir al público sobre los peligros de fumar.

La cruda verdad es que para la década de los cincuenta, estas empresas ya sabían que fumar ocasionaba cáncer de pulmón, pero gastaron enormes cantidades de dinero en mantener la apariencia de que había una controversia real sobre este vínculo. En otras palabras, estaban conscientes de que su producto estaba matando a la gente, pero trataron de impedir que la gente entendiera ese hecho a fin de seguir obteniendo ganancias. Eso se considera inmoralidad, ¿o no?

En muchos sentidos, el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del cáncer. Las empresas con un interés financiero en confundir al público —en este caso, las empresas de los combustibles fósiles— son las principales impulsoras. Hasta donde sé, cada uno del puñado de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo climático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o de conductos de dinero oscuro como el DonorsTrust; el mismo conducto, en realidad, que apoyó a Matthew Whitaker, el nuevo fiscal general interino, antes de que se uniera al gobierno de Donald Trump.

No obstante, el negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más profundas que las que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer. En la práctica, no puedes ser un republicano moderno respetable salvo que niegues la realidad del calentamiento global, afirmes que tiene causas naturales o insistas en que no se puede hacer nada al respecto sin destruir la economía. Tienes ya sea que aceptar o consentir mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebas del cambio climático son un engaño, fabricado por una vasta conspiración de científicos.

¿Por qué alguien haría una cosa así? Principalmente, por dinero: casi todos los negacionistas importantes reciben sobornos de los combustibles fósiles. Sin embargo, la ideología es otro factor: si para ti los temas ambientales son cosa seria, te planteas la necesidad de que haya normas gubernamentales de algún tipo, de tal modo que las ideologías rígidas de libre mercado no quieren creer que las preocupaciones ambientalistas son reales (aunque, en apariencia, obligar a los consumidores a subsidiar el carbón está bien).

Por último, tengo la impresión de que también tiene algo que ver con la postura del tipo duro: los hombres de verdad no usan energías renovables ni nada por el estilo.

Esos motivos importan. Si los actores importantes se opusieran a la acción climática por un desacuerdo de buena fe con la ciencia, sería una lástima, pero no un pecado, que requeriría de mayores esfuerzos en términos de convencimiento. No obstante, en las circunstancias actuales, el negacionismo climático se basa en la avaricia, el oportunismo y el ego, y oponerse a la acción por esas razones es un pecado.

Paul Krugman ha sido columnista de la sección de Opinión de The New York Times desde 2000. Es profesor distinguido de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas por sus trabajos sobre el comercio internacional y la geografía económica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *