La inmortalidad

La búsqueda del movimiento perpetuo fascinó durante algún tiempo a algunos científicos e intelectuales relativamente serios y a un número excesivo de farsantes y oportunistas. Se presentaron muchos ejemplos de máquinas que podrían funcionar eternamente tras un leve impulso para ponerles en marcha y hasta el mismo Leonardo da Vinci estudió a fondo el tema hasta llegar a la conclusión definitiva de que ese género de movimiento era radicalmente imposible, un objetivo que el ser humano jamás lograría alcanzar. Un debate similar –la idea de lo perenne está en ambos debates– se está desarrollando en nuestros días sobre la posibilidad de la inmortalidad biológica, aunque en este caso el debate científico, además de fascinante, es un debate profundamente serio. Un debate que merece la pena seguir muy de cerca sin encerramientos ni prejuicios mentales.

El debate en cuestión ha estado en la mente humana –de una u otra forma– desde el principio de la historia y ha sido objeto de todo género de análisis y reflexiones. Ahora se está intensificando como consecuencia directa del significativo aumento de la expectativa de vida en las últimas décadas.

La inmortalidad¿Dónde estarán los límites y cuáles serán las consecuencias positivas y negativas de este proceso? Las respuestas, como es lógico, van desde las más alarmantes a las más esperanzadoras, desde las más prudentes a las más radicales y exageradas y desde las más serias a las más arbitrarias e infundadas. Pero conviene seguir de cerca y valorar con cuidado todas las opiniones porque deben servir para ir tomando posiciones desde todos los puntos de vista, incluyendo el sociológico, el económico, el político, el legal y también el ético y el religioso, aunque ciertamente la idea de heredar la vida eterna de la que hablan los Evangelios nada tiene que ver con el concepto de inmortalidad que aquí se analiza.

El tema en principio más claro y más urgente y más difícil se refiere a lo que se denomina invierno (o suicidio) demográfico, que afecta –con la excepción de momento de Estados Unidos– a todos los países desarrollados en los que se da la doble circunstancia de una baja natalidad y de una alta longevidad, ambas crecientes, que genera varios problemas importantes, y fundamentalmente dos: el envejecimiento de la sociedad, que conlleva una grave pérdida de dinamismo y creatividad, y el impacto negativo de una alta tasa de dependencia (ratio de mayores de 65 años por trabajador activo), que ya está poniendo en grave riesgo el sistema de pensiones porque las tablas de mortalidad son otras muy distintas. En España el tema es especialmente inquietante porque tenemos la más alta longevidad, la más baja natalidad y también la más alta tasa de dependencia de Europa.

Pero el problema se agrava cuando miramos hacia un futuro próximo. La gran mayoría de los niños europeos que nazcan estos días alcanzarán fácilmente los cien años y cada año la esperanza de vida –como consecuencia de la generalización de las dietas sanas, el ejercicio físico y los avances científicos en el tratamiento y prevención de enfermedades– irá aumentando entre dos y tres meses, con lo cual en pocas décadas podríamos estar hablando de edades medias de 120 o 130 años, una cifra que no debe sorprendernos, porque también se duplicó la edad entre el siglo XIX y el XX.

Estas serían las tesis más conservadoras, aunque también hay otros expertos que ponen en duda que la longevidad llegue a alcanzar esos niveles. En el terreno de las especulaciones científicas las predicciones llegan a cotas mucho más sorprendentes. Por de pronto, ha repuntado el interés por ideas como la criogenia o criopreservación, un proceso de congelación de personas muertas con la idea de devolverlas a la vida en el momento en que ello sea técnicamente posible. Ya son miles las personas que han decidido que se les aplique esta técnica que desarrolló hace varias décadas Robert Etinger, un científico americano que fue criogenizado en 1911 y que daba por seguro que sería reanimado, justamente con sus dos mujeres, en un plazo breve. La persona más joven en este estado es una niña tailandesa de 2 años. Las manipulaciones genéticas, y en concreto la clonación de seres humanos, estarían en esta misma línea, es decir, en el deseo de pervivir y perpetuarse en alguna forma.

José Luis Cordeiro y Raymond Kurzweil, dos científicos que trabajan en la Singularity University, sin duda la más innovadora del mundo, van más lejos. Dan por seguro que el ser humano puede alcanzar la inmortalidad en un futuro cercano. Kurzweil –que es además director de ingeniería de Google y que ha venido acertando en casi todas sus predicciones, aun las más arriesgadas– asegura que en el año 2029 la inteligencia artificial superará a la humana, y además que antes de esa fecha, en la próxima década, los seres humanos estarán en condiciones de empezar a revertir los efectos de la edad y vivir sin límite temporal y, además, de una forma más intensa y de mayor calidad a través de la conexión de nuestro cerebro a computadores. Algo similar mantiene el científico venezolano José Luis Cordeiro, que afirma que en 20 o 30 años habrán desaparecido casi todas las enfermedades, y en concreto el alzhéimer y el párkinson, y que el envejecimiento será una «enfermedad» perfectamente curable, como consecuencia, entre otros factores, de las investigaciones sobre las células cancerígenas que al igual que otras células no envejecen.

Todo lo anterior sirve para poner de manifiesto algunas ideas importantes:

—La ciudadanía en su conjunto no es consciente de cómo los avances científicos que ya están en marcha pueden afectar a la estructura y la vertebración actual de nuestras sociedades. El mundo científico tiene que hacerse más próximo y más mediático.

—Esos avances científicos acabarán incidiendo en derechos básicos del ser humano. El mundo jurídico debe aprestarse, no a controlar ni a limitar esos avances –una tarea imposible–, pero sí a conocerlos en profundidad y prever sus consecuencias en el orden legal. Tiene la obligación de mejorar a fondo su cultura en este terreno.

—El mundo político tiene así mismo el deber de ser consciente de estas nuevas realidades y abrir un debate tanto sobre el impacto en el sistema de pensiones como sobre los cambios y los riesgos que podrían generarse en otros muchos campos. No pueden seguir aislados en un gueto operando siempre a corto plazo por la presión electoral.

—En todas estas tareas y deberes será vital para el mundo jurídico y el político organizar encuentros multidisciplinares donde además de esos mundos participen científicos y tecnólogos que nos eduquen y nos orienten en los nuevos procesos y en las implicaciones previsibles. Desde una mente fija y unidimensional es imposible entender problemas tan complejos y por lo tanto buscar las soluciones adecuadas.

Este debate ya está en el mundo. Es un tema en todas las agendas. No podemos continuar ignorando unos cambios decisivos, algunos ya «contantes y sonantes» y otros que van a serlo de forma inexorable, como si aquí no pasara nada. Es demasiado irresponsable.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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