La innovación y sus descontentos

La innovación tecnológica es a menudo ensalzada por su poder para superar los principales desafíos del desarrollo, estimular el crecimiento económico e impulsar a las sociedades para que avancen. Sin embargo, las innovaciones con frecuencia se enfrentan a grandes obstáculos en su implementación, ya que los gobiernos, a veces, prohíben rotundamente su aplicación – incluso la de aquellas que podrían traer beneficios de largo alcance.

Considere la imprenta. Entre otros aspectos, esta nueva tecnología fue una bendición para las religiones del mundo, que de un momento al otro obtuvieron un medio eficiente de reproducción y difusión de sus textos sagrados. Sin embargo, el Imperio otomano prohibió la impresión del Corán durante casi 400 años. En el año 1515, se dice que el sultán Selim I decretó qué “dedicarse a la ciencia de la impresión era castigable con la muerte”.

¿Por qué oponerse a una tecnología tan beneficiosa? Como sostengo en mi libro La innovación y sus enemigos: por qué la gente se resiste a las nuevas tecnologías, la respuesta no es, simplemente, que las personas tienen miedo a lo desconocido. Por el contrario, la resistencia a los avances tecnológicos, por lo general, se arraiga en el temor de que la interrupción del statu quo podría causar pérdida de empleos, ingresos, poder e identidad. Los gobiernos a menudo terminan decidiendo que es más fácil prohibir las nuevas tecnologías que adaptarse a las mismas.

Al prohibir la impresión del Corán, los líderes otomanos retrasaron la pérdida de empleo de los escribas y calígrafos (muchos de ellos mujeres, quienes fueron glorificadas por su dominio de este arte). Sin embargo, proteger el empleo no fue su principal motivación; después de todo, a partir del año 1727, sí permitieron que se imprimieran textos no religiosos, a pesar de las protestas de los calígrafos, quienes respondieron al edicto poniendo sus tinteros y lápices en ataúdes y marchando a la Sublime Puerta en Estambul.

El conocimiento religioso fue un asunto muy distinto. Se constituyó tanto en el pegamento que mantuvo unida a la sociedad como en un pilar del poder político, por lo que mantener el monopolio sobre la difusión de dicho conocimiento se tornó en fundamental para mantener la autoridad de los líderes otomanos. Ellos temían que les ocurriera lo mismo que al Papa católico, quien perdió una considerable cantidad de autoridad durante la reforma protestante, momento en el que la imprenta jugó un papel clave para la difusión de nuevas ideas a los fieles.

Por supuesto, la erección de barreras a la innovación tecnológica no siempre se inicia con el gobierno. Los que tienen un interés personal en el statu quo pueden empujar a sus gobiernos a imponer prohibiciones. Pueden hacerlo a través de protestas, tal como ocurrió con los calígrafos otomanos, y como los opositores irlandeses a las patatas modificadas genéticamente en el año 2002, quienes marcharon en Dublín para expresar su oposición a la “muerte de la buena comida”.

Aquellos que se oponen a las nuevas tecnologías también pueden emplear la difamación, la desinformación, e incluso la demonización – un enfoque que sin duda ha tenido éxito en el pasado. En el año 1674, las mujeres inglesas emitieron una petición en contra de café, alegando que causaba esterilidad y por lo tanto debía ser consumido solamente por personas mayores de 60 años – un mercado muy pequeño en aquel momento. Al año siguiente, el rey Carlos II ordenó la supresión de las cafeterías, a pesar de que probablemente él estaba más motivado por el deseo de proteger la cuota de mercado de las bebidas locales, tales como las bebidas alcohólicas y en aquel entonces el recién introducido té, que por los rumores de infertilidad.

En la década de 1800, la industria lechera estadounidense encabezó una campaña de desinformación similar sobre la margarina, alegando que causaba esterilidad, retraso del crecimiento, y calvicie masculina. Fue ridiculizada con el denominativo de “mantequilla de toro”, y sus opositores afirmaban que la margarina contenía “carne de vaca enferma y podrida, caballos muertos, cerdos muertos, perros muertos, perros rabiosos, y ovejas demacradas”.

En respuesta, el gobierno federal introdujo nuevas restricciones a la margarina, que abarcaban todos los ámbitos, desde el etiquetado (como ocurre con los alimentos modificados genéticamente en la actualidad), al uso de colorantes artificiales y el desplazamiento del producto de un Estado a otro. Nuevos impuestos reforzaron aún más la preeminencia de la mantequilla. En el año 1886, un congresista de Wisconsin declaró abiertamente que su “intención era destruir la fabricación de ese compuesto nocivo gravándolo hasta dar fin con su existencia”.

La resistencia a los tractores a principios de los 1900 tomó una forma ligeramente diferente. Los productores y los comerciantes de animales de tiro temían a la mecanización, que amenazaba su modo de vida. Pero sabían que no podían mejorar sus productos con mayor rapidez de la que los ingenieros podían mejorar los suyos; por lo tanto, el bloqueo de la propagación de los tractores sería imposible. En vez de ello, trataron de impedir el desplazamiento de los animales de granja realizando una campaña que promocionaba sus virtudes. La Asociación Americana de Caballos emitió panfletos declarando que, “una mula es el único tractor a toda prueba que se haya construido”. El grupo también señaló que los caballos podían reproducirse a sí mismos, mientras que los tractores se depreciaban.

Las personas casi nunca rechazan el progreso tecnológico por pura ignorancia. En lugar de ello, luchan por proteger sus propios intereses y medios de vida, ya sea que estén operando una granja lechera o administrando un gobierno. Ya que las personas realizan continuamente intentos por aplicar nuevas tecnologías para mejorar el bienestar humano y del medio ambiente, esta distinción es de vital importancia.

Evitar las barreras al progreso tecnológico requiere comprender y abordar sus desventajas. Por ejemplo, a medida que las máquinas se hacen cada vez más capaces, los robots están reemplazando un número cada vez mayor de trabajadores. No pasará mucho tiempo hasta que esos robots sean capaces no sólo de realizar tareas más complejas, sino también de aprender más rápido de lo que los trabajadores puedan ser entrenados. Es irracional pensar que algunos trabajadores no serán desplazados tal como ocurrió con los animales de tiro.

Pero si reconocemos estas pérdidas y las abordamos de frente, podremos evitar una reacción en contra de innovaciones tecnológicas que son potencialmente beneficiosas, incluyendo en contra de los avances en la robótica. La clave será centrarse en la “innovación inclusiva”, cerciorándose de que a aquellos que son propensos a perder por el desplazamiento de las tecnologías antiguas se les brinden amplias oportunidades para beneficiarse de las nuevas tecnologías. Sólo cuando esto ocurra podremos obtener el mayor provecho de la creatividad humana.

Calestous Juma is Professor of the Practice of International Development at Harvard’s Kennedy School of Government. He is the author of the forthcoming book Innovation and Its Enemies: Why People Resist New Technologies. Traducción del inglés de Rocío L. Barrientos.

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