La insoportable hipocresía de la izquierda

Maite tenía 14 años de edad cuando fue abusada en un centro de menores por quien por entonces era el marido de Mónica Oltra. El abuso sufrido solo fue el principio de su calvario. La Generalitat Valenciana, quien tenía su tutela y, por tanto, era la responsable de cuidarla, criminalizó a la víctima. Tuvo que comparecer esposada ante el tribunal en el proceso que se siguió contra su abusador, porque la administración socialista elaboró unos informes que venían a decir que la víctima era mentirosa y peligrosa. Esa misma administración, la presidida por el socialista Ximo Puig, que tiene bloqueado el expediente de indemnización a la víctima. La izquierda en bloque calló. El feminismo no se lanzó a denunciar ni el abuso ni la revictimización. Sí salieron a llamar valiente a Oltra después de su dimisión. Porque la amiga de Yolanda Díaz, Ada Colau y Mónica García, ha dimitido como vicepresidenta de la Generalitat. Y ha dejado el escaño. No quería ser juzgada por el Tribunal Superior de Justicia valenciano, feudo de Gabriela Bravo, pareja de Ximo Puig. ¿Y qué ha hecho la izquierda? Cargar contra la víctima, como si de ella se pudiera abusar porque, según ellos, es de extrema derecha.

Esta actitud de Mónica García o Montero deja clara la absoluta hipocresía de la izquierda. La bioideología feminista se introdujo en las sociedades libres a raíz de Mayo del 68, donde los movimiento feministas no tuvieron gran presencia, pero sí influencia intelectual posterior. Especialmente a través de autoras como la filósofa Monique Wittig, precursora del movimiento trans. Pero también de otras, como Shulamite Firestone, quien es la responsable de la sustitución de la marxista lucha de clases por la lucha de sexos actual que tanto gusta a la izquierda. Que la utiliza para polarizar la sociedad. La tradicional dialéctica amigo-enemigo. «Conviene que haya tensión», decía Zapatero.

En una nueva vuelta de tuerca totalitaria ha surgido el llamado feminismo del 99 por cien. «¿Continuaremos persiguiendo la 'dominación con igualdad de oportunidades' mientras arde el planeta?», se preguntan sus partidarias, quienes prometen dar a luz «una nueva sociedad» y se definen como anticapitalistas, es decir, contrarias al mundo libre. El nuevo feminismo que debe seguir «el camino de las huelgas feministas, unirse con otros movimientos anticapitalistas y antisistémicos y convertirse en un 'feminismo para el 99 por 100'». Así lo reclaman en el manifiesto publicado en 2019 en New Left Review. Es la ingeniería social de siempre. La izquierda biologicista –lo que es de por sí es una contradicción con el marxismo, de raíz mecanicista– busca la creación del «hombre nuevo». Nada nuevo bajo el sol desde los totalitarismos que asolaron Europa en el siglo XX.

El feminismo revolucionario de Irene Montero está basado, como el de Kate Millet y Germaine Greer, en la experiencia vivida. No solo defienden el aborto libre, sino que éste sea financiado con dinero público, sin que quepa objeción de conciencia de los profesionales sanitarios. Defienden el «salario vital», así como una nueva organización del trabajo doméstico y de los cuidados. El feminismo del 99 % «abraza la lucha de clases y la lucha contra el racismo institucional». Ya tardaba en salir el racismo en todo este embrollo intelectual. «El feminismo para el 99 % no solo es antineoliberal, sino también anticapitalista», rematan. Sin entrar en el fondo de la cuestión, que nos llevaría a cuestionarnos si el capitalismo existe realmente, lo cierto es que ningún sistema ha sido tan beneficioso para el planeta como el libre mercado. Y ninguno, tampoco, ha sido tan atacado. Señalaba la filósofa Ayn Rand que «el método de destrucción del capitalismo se sustenta en nunca dejar que el mundo descubra qué es lo que está siendo destruido».

Estas socialistas dividen el mundo entre buenos y malos. Los malos son los hombres y mujeres que no se pliegan a su ideología, a los que consideran el no-pueblo. A los que se puede machacar, buscando su muerte civil. Lo propio de las ideologías totalitarias y del populismo. Todo ello explica que la ministra Irene Montero sea capaz de afirmar que una secuestradora parental, es decir, una maltratadora infantil, es una «madre protectora». Al tiempo que arremete contra la víctima del delito, al que califica de «maltratador». O que Montero, Mónica García y demás mujeres de la extrema izquierda criminalicen a una menor víctima de abusos sexuales, porque el abusador era el marido de una de sus camaradas, al tiempo que se dicen feministas.

Pues bien, después de lo sucedido con esta menor y la imputación de Oltra, que no se atrevan desde la izquierda a volver a darnos a las mujeres libres, que no somos socialistas, una sola lección de feminismo nunca jamás. Ni una lección. Maite, yo sí te creo. Y a ellas las desprecio.

Almudena Negro Konrad es diputada autonómica del PP de Madrid y vicesecretaria de comunicación del PP de Madrid.

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