La instrucción en situaciones de emergencia

Hace un tiempo conocí a una chica en el inmenso campo de refugiados Zaatari de Jordania. Como otras decenas de miles de niños de él, su familia y ella habían huido al empeorar el conflicto de Siria. Primero la conocí en un aula improvisada entre un mar de tiendas; después volví a verla jugando con otros niños en un espacio accidentado.

Le pregunté qué prefería: ¿aprender en el aula o jugar con sus amigos? Sé lo que habría respondido yo a su edad, pero ella eligió el aula, por lo que su respuesta no podría haber sido más elocuente. De todas las cosas que se vio obligada a dejar atrás en Siria, su instrucción era lo único que no podía faltar para realizar alguna vez su sueño de ser médico y evitar un futuro dictado por la privación, la violencia y la pérdida.

He visto esa misma ansia por aprender en  muchos niños afectados por la crisis de Siria y otras situaciones de emergencia en todo el mundo. Los niños desean ir a la escuela por encima de todo y sus familias desean por encima de todo que reciban instrucción.

En medio de la violencia y la inestabilidad, la escuela es un lugar para el aprendizaje y las oportunidades, un santuario para la curación y la salud y un refugio de normalidad y esperanza para el futuro. La instrucción no sólo aumenta las oportunidades de que los niños puedan sostenerse algún día por sí solos y aspirar a una vida mejor para sus familias, sino que, además, les brinda las aptitudes para reconstruir sus sociedades y puede inculcarles el deseo de conseguir la reconciliación cuando se hayan resuelto los conflictos y hayan acabado las catástrofes.

Así, pues, llegar hasta los niños afectados por situaciones de emergencia –y brindarles la oportunidad de aprender– satisface a un tiempo las necesidades humanitarias y los objetivos de desarrollo. En realidad, es un sector en el que los intereses humanitarios y de desarrollo coinciden casi perfectamente. Cuando los dirigentes del mundo se preparan para adoptar los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que orientarán las medidas en pro del desarrollo durante los quince próximos años, dicho sector reviste la máxima importancia.

Lo bueno es que hay un consenso mundial cada vez mayor sobre la decisiva importancia de la escolarización para acabar con los ciclos intergeneracionales de desigualdad y la creación de sociedades más fuertes y estables. El ODS propuesto refleja dicho consenso, pues propugna un acceso a las aulas equitativo y no excluyente. A diferencia del Objetivo de Desarrollo del Milenio para la educación, que propugnaba el acceso universal a la enseñanza primaria, el ODS propugna el acceso universal al aprendizaje: desde el desarrollo de la infancia temprana hasta la enseñanza secundaria y más adelante.

Si hacemos nuestro el nuevo objetivo en materia de instrucción, debemos tener en cuenta uno de los obstáculos primordiales para su consecución: el número en aumento de situaciones de emergencia en todo el mundo. Según un nuevo informe del Overseas Development Institute, casi uno de cada tres niños no escolarizados actualmente vive en un país afectado por una crisis. En los 35 países más afectados por la violencia, 65 millones de niños de edades comprendidas entre los tres y los quince años corren el riesgo de perder el aprendizaje.

En el caso de los niños menores, la crisis y el conflicto impiden que lleguen a ir a la escuela. En el de otros, la instrucción queda interrumpida y nunca se reanuda. En el de otros más, la calidad de la instrucción es tan deficiente –por la falta de maestros adecuadamente capacitados o de materiales apropiados–, que ni siquiera adquieren las aptitudes básicas de leer y escribir.

Algunos grupos afrontan dificultades particularmente graves. Las perspectivas, ya mínimas, de los niños con discapacidades –la mayoría de los cuales nunca va a la escuela en los países en desarrollo– son aún menores en épocas de crisis. Y, según nuevos datos hechos públicos por el Informe de supervisión mundial de la Educación para Todos, la probabilidad que tienen las jóvenes que viven en zonas afectadas por conflictos de ingresar en la enseñanza secundaria es casi el 90 por ciento menor que la de sus homólogas de países más estables. Resulta tanto más problemático cuanto que, en el caso de las niñas, incluso un solo curso de dicha enseñanza aumenta su capacidad para ganarse la vida y la probabilidad de que escolaricen a sus hijos.

Aunque el número de niños afectados por la crisis está llegando a ser el máximo de todos los tiempos, la financiación de la instrucción en las situaciones de emergencia sigue siendo escandalosamente escasa. En 2013, se asignó menos del dos por ciento de la ayuda de emergencia a las oportunidades de instrucción y aprendizaje y, aunque la instrucción es claramente una prioridad para el desarrollo, en aquel año se asignó para los niños atrapados en situaciones de emergencia menos del diez por ciento de la ayuda oficial para el desarrollo destinada a la instrucción.

Para alcanzar el nuevo objetivo de desarrollo sostenible relativo a la educación, nuestra inversión debe estar en consonancia con las realidades de un mundo más inestable. Para empezar, hay que aceptar una verdad básica: la de que el aprendizaje no sólo es una contribución decisiva al alivio de todos los niños que se encuentran en situaciones de emergencia, sino también una inversión decisiva en el desarrollo futuro de sus sociedades. Debemos actuar a ese respecto garantizando una financiación mayor y más previsible de la instrucción en las situaciones de emergencia imprevisibles.

A lo largo de los últimos meses –al margen de las reuniones de primavera del Banco Mundial y del Fondo Monetario Mundial y en el Foro Mundial sobre la Educación celebrado el pasado mes de mayo–, un grupo oficioso ha estado examinando la propuesta de creación de un nuevo fondo mundial para la instrucción en situaciones de emergencia. Aunque falta por examinar muchos detalles, esa idea está cobrando impulso y debemos intensificarlo.

Es que nos encontramos ante una disyuntiva sobre la que debemos decidir colectivamente: ¿deberíamos gastar más ahora en instrucción para situaciones de emergencia o pagar el precio de perder una generación de niños deficientemente instruidos y que algún día no estarán suficientemente equipados para reconstruir sus sociedades? A una generación de niños a los que se deniegue la oportunidad de hacer realidad sus sueños le resultará mucho más difícil ofrecer a sus hijos la oportunidad de lograr un futuro mejor y los costos a largo plazo de ese círculo vicioso recaerán sobre todos nosotros.

Anthony Lake is Executive Director of UNICEF. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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