La integración del post-imperio de Rusia

Ahora que las elecciones presidenciales del año 2012 en los hechos terminaron debido a la decisión de Vladimir Putin de recuperar su antigua oficina del Kremlin, es hora de pasar de personalidades a políticas. Putin tiene previsto permanecer en el Kremlin por dos períodos presidenciales más, otros 12 años, ya que está habilitado para hacerlo según la Constitución recientemente modificada. Entonces, ahora ya se sabe con certeza quién será el próximo presidente de Rusia, no obstante aún no es tan obvio qué es lo que él espera lograr.

Sin embargo, actualmente un asunto se ha catapultado a la cima de la agenda política de Rusia: la integración euroasiática. A principios de octubre, Putin escribió un artículo de prensa que proclamaba lo que parece ser su meta actual en política exterior: una Unión Euroasiática de los antiguos estados soviéticos. Dos semanas más tarde, en San Petersburgo, Putin fue el anfitrión de una reunión de primeros ministros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), ocho de los cuales firmaron un acuerdo estableciendo una zona de libre comercio entre sus países. El 1 de enero de 2012, Bielorrusia, Kazajstán y Rusia, que ahora forman una unión aduanera, se unirán en un espacio económico único.

Putin quiere aún más: quiere lograr un "Schengen de Eurasia" (acuerdo de libre circulación de personas entre los tres países, conformado siguiendo el ejemplo de la Unión Europea)  hasta el año 2015, y posteriormente desea alcanzar una unión monetaria y, en última instancia, una integración económica plena. De hecho, Putin quiere reestructurar las relaciones de Rusia con los ex estados soviéticos para crear no meramente un mercado más grande, sino que desea alcanzar a la postre una alianza económica de bloque-con-seguridad.

La viabilidad de este plan no debe tomarse a la ligera. Desde que la Unión Soviética se disolvió hace 20 años, se ha hablado mucho acerca de la reintegración de los Estados sucesores. Poco se ha cristalizado a partir de dichas ideas, debido principalmente a que Rusia se muestra reacia a apoyar económicamente a otros países. Al mismo tiempo, los países de la CEI han mantenido un enfoque cuyos factores dominantes son la construcción de sus propios Estados y su independencia frente Rusia. Ambos factores, sin embargo, puede estar en proceso de cambio, por lo menos en algún sentido.

Rusia, quien hace una media docena de años atrás abruptamente puso fin a los subsidios en el ámbito energético que otorgaba a Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, como también a otros países, ahora expresa interés en apoyar a algunos de sus vecinos que están enfrentando problemas, a cambio de algunos de los activos más lucrativos de dichos países. Durante la crisis mundial de los años 2008-2009, Moscú comenzó a fortalecer su situación económica regional y a promover el establecimiento de la unión aduanera con Bielorrusia y Kazajstán, aun a riesgo de complicar su propia solicitud para ser miembro de la Organización Mundial del Comercio.

Para los socios de Rusia las formas actuales de la integración, como ser la unión aduanera y el futuro espacio económico único, también son medidas pragmáticas que sirven a sus intereses. En Bielorrusia y Kazajstán, si se los considera como un conjunto, Rusia ha ganado 25 millones de nuevos consumidores potenciales; Bielorrusia y Kazajstán, por su parte, han ampliado su acceso al sólido mercado ruso compuesto por 140 millones de personas.

El mercado ruso también es atractivo para muchos otros países, que van desde el pequeñísimo Kirguistán hasta Ucrania, que tiene un tamaño considerable. En este último caso, por ejemplo, las perspectivas de una asociación más pronta de este país con la UE se han visto recientemente disminuidas por las dificultades internas de la UE, así como por la persecución por motivos políticos de la ex primera ministra Yuliya Tymoshenko que llevan a cabo las autoridades ucranianas.

En su muy citado artículo periodístico, Putin negó que sus nuevos planes de integración estén dirigidos a la restauración de la Unión Soviética bajo otro nombre. Esta es una afirmación creíble, por tres razones básicas: la completa evaporación del ímpetu imperial de Rusia, su renuencia a pagar las facturas de otros países y la renuencia de los nuevos países a ceder demasiada soberanía al ex país hegemónico.

Consiguientemente, Rusia ha sido estricta en términos de su ayuda financiera a Bielorrusia, presionando al gobierno de dicho país para que abra su economía a las empresas rusas. Y, por todos sus intereses en el mercado ruso, ni Bielorrusia ni Kazajstán han accedido al deseo que tiene Rusia acerca de que ellos reconozcan la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, regiones de Georgia que se han separado de dicho país.

Putin es ambicioso, pero también es cauteloso. Probablemente visualiza que únicamente el interés económico mutuo puede funcionar. La creación de un nuevo Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON, el bloque comercial de la era soviética), o de un nuevo Pacto de Varsovia, son opciones tan imposibles como lo es una Unión Soviética para nuestros días. La integración euroasiática, en caso de que sea posible, debe recorrer un camino diferente.

Si todas las partes interesadas se unen voluntariamente, y proceden en una modalidad paso a paso, tal como ocurrió con la Unión Europea o el Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica, la integración euroasiática beneficiará a todos los involucrados. En lugar de comportarse como un imperio que a hurtadillas trata de reinventarse, Rusia tiene una oportunidad para poder convertirse en líder regional. Pero la integración euroasiática fallará si los socios de Rusia perciben el proceso como un intento de Moscú por lograr dominio político.

Todo esto tiene implicaciones geopolíticas. En Europa Oriental, Rusia está claramente acercando más a Bielorrusia, y está compitiendo con la UE sobre el futuro de la orientación económica de Ucrania. Mientras tanto, en Asia Central, Rusia, después de haber construido fuertes lazos económicos con Kazajstán, está dirigiendo su atención a Kirguistán, compitiendo así de manera más activa con su vecina China. En lugar de elegir entre Bruselas y Beijín, Moscú ahora busca convertir a Rusia de una vecindad post-imperial en una comunidad. Y, como una meta a largo plazo, Putin vislumbra una estrecha relación económica entre su Unión Euroasiática y la UE en lo que él llama una Gran Europa.

En el occidente, la declaración más recordada de Putin acerca la Unión Soviética describe el final de la URSS como “la mayor catástrofe del siglo XX”. Sin embargo, otras aseveraciones de Putin, menos conocidas por los lectores que se encuentran en el occidente, indican que el sistema soviético es “inviable”. Según su  implacable juicio, aquellos que quieren que retorne la URSS “no tienen cerebro”.

Veinte años después de la pérdida de su imperio del siglo XX, Rusia está dispuesta a avanzar hacia un nuevo tipo de integración con sus ex-provincias. Esto no pretende constituirse una amenaza para los demás, sino más bien la integración económica se constituye como una prueba de lo mucho que Rusia ha aprendido sobre el mundo desde el año 1991, y de cuán más moderna se ha tornado como resultado de dicho aprendizaje.

Por Dmitri Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú. Su libro más reciente es Post-Imperium: A Eurasian Story. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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